7- El conejo le clava los dientes al lobo -Showa-

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Para variar, tenía ojeras. Me ardía la garganta, y el frío siempre encontraba una forma creativa de colarse hasta el fondo dentro de mi organismo. Sostenía con temblores la taza de café que la camarera excesiva y falsamente sonriente me había dejado sobre la mesa. Bueno, ¿A quién le gustaba trabajar un día después de las desveladas navideñas?

Me acomodé los lentes, que se resbalaban sobre el puente de mi nariz sin remedio alguno.

Tengo que conseguir unos nuevos.

-Showa. – Honda me llamó, agitando la mano frente a mi cara. – Despierta, princesa.

-Lo siento. – Me disculpé. – Es solo que necesito lentes nuevos y la camarera está triste. – Dije sin pensarlo, con voz monótona.

Honda se me quedó mirando sin entender muy bien lo que decía, pero luego de barrerme con la mirada como tres veces de arriba abajo, como rectificando que no tenía señales de un secuestro alienígena, se echo a reír a carcajada suelta.

-Ok, lo de los lentes lo entiendo. Pero ¿La camarera? – Se giró suavemente en su asiento para mirarla, y la señaló, como es de esperar, con muy poca discreción. - ¿Cómo lo sabes? Yo la veo feliz como una lombriz; ¡Mira como se taconea con esa minifalda suya entre hombres histéricos con resaca!

-¿Eso nos incluye?

Él sonrió, echándole una cucharada de azúcar a su café.

-Responde, Showa, querido, ¿Cómo sabes que está triste? ¿Cómo puede alguien en el mundo saber realmente si otra persona está triste cuando esta persona sonríe casi hasta que se le derritan las mejillas?

-Bueno ¿no hacemos todos eso?

Él arqueó una ceja, pensativo.

-Touché.

-Y la verdad no lo sé. Te juro que no lo sé. Es que, últimamente me fijo mucho en eso ¿sabes? En lo tristes que pueden lucir los ojos de alguien, ¿Entiendes a lo que me refiero?

-Si, si. Como tú.

Y me quedé callado. Pero, por dentro, estaba odiando a ese pequeño duquesito de felpa que era Honda, ¿Cómo yo? Lo odiaba, odiaba que dijera esas cosas tan jodidamente directas cuando yo menos lo esperaba.

Lo odiaba.

O tal vez no.

-Si, como yo. – Admití. –Es que, observa a éstas personas. – Y los dos, al mismo tiempo, comenzamos a recorrer el local, devorándolo con los ojos, como si Sherlock Homes intentara resolver un crimen a través de nosotros ¿A quién asesinaron? Pues, por los rostros de todos, yo diría que en realidad allí no había nadie vivo.

-Tienes razón. Todos sus ojos se ven tristes. – Honda apoyó la barbilla en su mano, con toda naturalidad. – ¿Desde cuándo estamos tan acostumbrados a vivir entre tanto gris, que ya ni cuenta nos damos de la nostalgia del ambiente?

Me encogí de hombros.

-La verdad, me hace sentir escalofríos ¿A ti no? – Tomé otro sorbo de café, pero en vano, porque el frío seguía adentro de mí. – Todos nosotros, tan solos, tan desolados. Sintiendo lástima por todo lo que nos pasa en frente, y por nosotros mismos. Todos nosotros, aquí, sentados en este silencio sepulcral. Queremos mantenernos es una esquina, sin que nadie nos note ni a nosotros ni a nuestra imperfecciones. Pero, la verdad es que aun queriendo permanecer en el anonimato, deseamos con gritos desgarrados que alguien nos encuentre.

Yo seguía analizando todos esos rostros, blancos como la nieve que caía afuera. Algunos besaban a sus novias, otros charlaban con sus hijos, e incluso había quienes desayunaban en una soledad ambiciosa, probablemente pensando demasiado.

Don't fall for me                           (BoyxBoy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora