—Espero que eso responda a tu pregunta —murmura por lo bajo.

Siento las lágrimas humedecer mis mejillas mientras lo miro. Al fin he dejado de retenerlo todo, y me prometo a mí misma que no volveré a esconder lo mucho que me desgastan, duelen y enojan ciertas cosas como tampoco reprimiré lo feliz que pueden hacerme otras.

Tengo experiencia en lo segundo, por lo que intentaré trabajar un poco más en lo primero.

—¿Sabes qué es lo que más me gusta de ti? —le pregunto dejando ir su camiseta y apartando un mechón de cabello azabache que cae sobre su frente—. Amo no ser capaz de siquiera elegir. Eres tan... tan Blake Hensley que es imposible escoger una parte de ti sobre la otra.

Él reprime una pequeña sonrisa.

—Están tan obsesionada con los adjetivos que ya me convertiste en un uno.

—Tal vez, ¿tienes un problema con eso? —indago con una risa que también carga con una pequeña dosis de llanto.

Mi voz se termina de quebrar en el segundo en que se inclina y deposita con suavidad un beso sobre alguna lágrima que está trazando un recorrido por mi pómulo.

—Todo lo contrario —asegura—, es un honor. Tal vez tanto como lo es llevarte en mi piel.

Me quedo a mitad de una inhalación en cuanto termina de pronunciar la oración. Por un momento creo hay alguna falla en mis células ciliadas, pero al mirarlo a los ojos no veo atisbo de gracia o deshonestidad.

Entonces, en completo silencio mientras me veo envuelta en la incredulidad, él tira del dobladillo de su camiseta y la deja caer entre nosotros, revelando su torso y lo que hay impreso en él.

Otro escalofrío me recorre el cuerpo entero en cuanto mi mirada se posa en las líneas y curvas que adornan la piel.

Hay un corazón tatuado exactamente donde se encuentra el suyo. Ahí está la aorta, la que reconozco como la vena cava superior e inferior, venas y arteria pulmonar. Sin embargo, a diferencia del órgano que late con fuerza dentro de su pecho, este tiene algo que aquel no: está fragmentado en diferentes dibujos y a la vez unido nuevamente por los mismos.

La tempestad se desata y los rayos envuelven ese corazón de tinta hasta encontrarse y desaparecer en las olas de un océano grabado donde tendría que estar la aurícula inzquierda. Líneas que imitan el viento soplan en dirección contraria y arrastran hojas que se salen del tatuaje y vuelan hasta su hombro, siendo mecidas por esa inexistente brisa varaniega. El oleaje se fusiona con otras figuras que reconozco como nubes, y de ellas nace una representación del sol fascinante, cuyos rayos se vuelcan donde yacería el ventrículo derecho. En su lugar hay flores que se extienden tal enredadera hasta bordear la mitad de ese corazón.

Sin poder evitarlo extiendo una mano y trazo con las yemas de mis dedos cada lugar que acarició la aguja.

—Necesito más de tres adjetivos para describir esto —afirmo tragando el nudo que se ha formado en mi garganta—. ¿Por que lo hiciste, Blake? Es demasia... —susurro afectada por la revelación, pero él me interrumpe.

—¿Demasiado? —Arquea ambas cejas entre divertido e incrédulo—. Es solo tinta, Zoe. Algo pequeño pero con un gran significado, curiosamente como tú. —Envuelve mi mano con la suya y la retiene ahí mismo, exactamente donde soy capaz de percibir los latidos de su corazón—. Una tormenta que representa las calamidades, un oleaje que intenta alejarlas y olvidarlas pero no puede, el viento que fragmenta esos problemas a superar y los hace volar con el tiempo tal como lo hacen las hojas en una estación —explica enfrascándonos a ambos en una una burbuja intangible de la que queda fuera el tiempo y todo lo demás—. Nubes que anticipan que el sol saldrá tarde o temprano, que todo mejorará, hasta que finalmente este emerge y hace florecer todo aquello que parecía estar irreparablemente dañado. Es el ciclo de la vida, y a pesar de que busquemos evitarlo jamás podremos hacerlo. Sin embargo, ser consciente de eso nos hace lo suficientemente inteligentes como para tener la certeza de que todo va a estar bien al final, e incluso puede estarlo parcialmente durante cualquier tormenta si nos inclinamos a ver el lado positivo de las cosas. Podemos ser felices a diferente escela e intensidad siempre y cuando aceptemos que no se puede detener tal ciclo —señala, y solo soy capaz de observarlo realemente absorta en cómo rutilan sus ojos—. Tú me enseñaste eso, e indiferentemente de cómo continúen o resulten las cosas entre nosotros, jamás voy a permitirme olvidar lo que me enseñaste. Honestamente creo que es un recordatorio que todos deberían tener archivado en la mente —asegura antes de sonreír de lado—, o, en su defecto, en la piel —finaliza presionando su mano contra la mía, y por lo tanto empujándome a sentir a otro nivel el ritmo de esos idílicos latidos.

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