Capítulo 1. Verano, Madre, Sofía

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Para todos aquellos que creyeron en mí, y en especial para aquellos que no lo hicieron, por ustedes y para ustedes este es el resultado...


Había sido un largo día, pesado, odioso y lleno de sorpresas pero más de tristeza. Me recosté en mi cama, él entro y se sentó en la silla del escritorio, solo me observaba.

Me miraba fijamente como si supiera lo que pensaba, el chico del piano levanto la vista hacia el techo y una lágrima rodó desde su mejilla hasta su mentón, ella se había ido.

Años atrás....


Comenzaba el verano y hacía mucho calor, la pequeña ciudad con sus sonidos: pequeños niños riendo y gente trabajando. Y en esta pequeña ciudad donde los días son siempre iguales una historia daría comienzo, la historia que será leyenda, mí leyenda. Yo estaba sentado en una banca del parque cerca del cementerio, era uno de esos días que papá había llegado a casa raro y balanceándose de un lado a otro, mi madre me pido que saliera al parque a jugar, así que yo accedí.

El parque estaba vacío, impensadamente alguien se sentó a mi lado, yo la observe de manera curiosa; era una chica muy delgada, de cabellos rojos enredados estropeada mente en lo que parecían dos trenzas, pecas en su piel de la cara, ojos azules y abiertos de par en par.

Estaba en el columpio de al lado, miraba sus pies como si fueran algo extraño. Entonces dijo: - Tengo los pies muy grandes, y mis tobillos muy pequeños. Sin pensarlo esbozo una furtiva sonrisa a mi dirección. Quién lo diría que con esa mirada dulce, tierna y animada, llenaría mi corazón de pasión en este mundo obscuro. Solo pensaba en lo bonito de sus ojos y que sus pies no eran para nada grandes.

-¡Hola!, me llamo Sofía, y ¿tú?- preguntaba sin ningún rasgo de timidez.

-Ma... Marco- conteste sorprendido y en voz baja llevando mí mirada al suelo.

Se levantó del columpio, se acercó y tomo mis manos entre las suyas en forma de saludo, sacudió nuestras manos unidas. ¡Mucho gusto Marco!, sonreía animosamente.

Su sonrisa era picara, y me contagio, vi en esa sonrisa algo que no entendía hasta ese momento: el amor y placer de vivir. Ahora que lo recuerdo ese fue el primer momento que recuerdo con ella, platicamos de muchas cosas, la imaginación de un niño es grande e infinita, yo seguía sus historias con juegos y canciones que mis abuelos me habían enseñado. Quedamos de vernos ahí temprano para hacer una pequeña excursión al rio que se encontraba a las orillas del bosque detrás del cementerio.

Al regresar a casa, yo quería contarle todo a mi madre, que había conocido a alguien especial, una muy buena amiga, tenía que preparar todo, mi mochila de viaje y pedirle a mamá que me preparara algunos emparedados para compartir con Sofía. Pero al regresar a casa, una ambulancia y varias patrullas estaban afuera de ella, mi padre salió por la puerta principal esposado con las manos cubiertas de sangre y un montonal de gente alrededor de él, su mirada estaba perdida, triste y con lágrimas ya secas en sus mejillas, sus ojos rojos y llenos de furia. Al entrar la vecina Nora me repetía, entre sollozos:

-¡Debes de ser fuerte, hijito!

Un policía me detuvo y no me permitió entrar a la sala de la casa, estaba todo revuelto y las ventanas del comedor rotas por una silla y muchos retratos en el suelo con cristales por todo el piso. Pasaron algunos minutos, me sentaron en una silla de la cocina, una doctora muy joven y bonita de ojos verdes me pidió que esperará, ella me ofreció una paleta de caramelo sabor uva, eran mis favoritas, cuando perdieron la atención sobre mí por unos instantes, me aparte de ellos a toda prisa, corrí por toda la casa y al llegar a la sala únicamente encontré la pulsera de plata que era la preferida de mamá en medio de un charco de sangre, ahí entendí que mi madre se había ido.

EL chico del pianoWhere stories live. Discover now