X

23 1 0
                                    

Una fuerte explosión retumba en nuestros oídos. El fuego se extiende comiéndose todo lo que ve. Miles de pedazos de metal y tierra surcan el cielo. El aire fresco de la noche se transforma en una neblina negra. No veo nada. Oigo gritos, explosiones, llantos... Me vuelvo a quedar en shock al ver lo que estoy viendo. Pero algo me hace salir de ese estado. Un impulso me hace recordar algo. Tania. Automáticamente, sin decir nada, empiezo a bajar de la torreta de vigilancia. Oigo de fondo a Rubén llamándome, pero no le hago caso, solo pienso en Tania, y que simplemente espero que esté bien. Mi respiración y mi corazón se aceleran con cada zancada que doy. Rubén no tarda en alcanzarme.

—¿A dónde vas? —me pregunta él.

—Mi hermana estaba con Oria en nuestra tienda de campaña.

—Oh mierda... Seguro que están bien, tranquila.

Eso espero, pienso para mis adentros. Llegamos a nuestra tienda y está totalmente devastada. Mi cuerpo se derrumba al ver la escena. Me arrodillo en el suelo. Con el puño empiezo a apretar la tierra con una rabia y una tristeza que jamás había sentido. Rubén intenta consolarme, pero no sirve de nada. Lo único que me consuela al instante es una cosa que suena a lo lejos. La voz tan odiosa de mi hermana.

—¡Carla! ¡Carla!

Me levanto en medio segundo y extiendo los brazos para poder abrazar a Tania. Mi hermana y yo nos sumimos en un abrazo infinito.

—Menos mal que estás bien ¿Cómo es que no estabas en la tienda?

—Oria y yo salimos a dar una vuelta antes de que pasara todo esto.

No digo nada, simplemente la miro a los ojos y la vuelvo a abrazar. Pero Rubén nos interrumpe.

—Siento molestar en este momento tan bonito, pero, tenemos que salir de aquí.

Rubén tiene razón. Miro a mi alrededor y todo está en llamas. Hay gente corriendo por todas direcciones asustada o buscando a alguien desesperadamente. Pero lo peor de todo es que este desastre ha atraído a un montón de Infectis. Divisamos una salida a unos cuentos metros, pero a medio camino nos interrumpen unos espumosos. Rubén y yo somos los únicos que llevamos armas en ese momento, así que arremetemos contra los espumosos que nos impiden avanzar. Un Infectis consigue agarrara a mi hermana. Oria intenta apartar al Infectis de mi hermana, pero ese monstruo está más interesado en clavar sus negruzcos dientes en el cuello de Tania. Todo pasa tan rápido que no me da tiempo a reaccionar. Cierro los ojos para no ver la terrible escena. Entonces, como si se tratase de una aparición angelical, Vanesa, aparece y mata al espumoso. Suspiro aliviada y, después de matar al último Infectis, me acerco a donde están ellas acompañada de Rubén.

—¿Estáis todos bien? —nos pregunta Vanesa. Todos asentimos—. Martín vendrá en breve con un furgón y nos sacará de aquí —nos informa.

En un par de minutos Martín llega. Nos subimos corriendo al vehículo. En el interior hay una pareja de ancianos.

—Habría que dar alguna vuelta para ver si podemos rescatar a más gente —digo yo.

—No. Ya he buscado y no queda nadie más por rescatar. Falco también ha cogido un furgón y ha podido rescatar a algunos más, ahora nos reuniremos con él —nos informa Martín.

Todos nos quedamos cabizbajos. El furgón acelera sus ruedas y salimos de aquel lugar convertido en el mismísimo infierno.

—¿Qué ha pasado? —le pregunta Oria a Martín.

—No estoy muy seguro, pero por lo que me han informado, hace unas cuatro horas se inició una misión para erradicar un pequeño pueblo cerca de aquí, que era una amenaza para la base, por su cantidad de infectados. El escuadrón siete fue hasta allí en helicóptero, pero la misión salió mal por algo que desconozco. Uno de los supervivientes del escuadrón consiguió subirse al helicóptero, lo malo es que estaba mordido. Cuando estaba llegando, supongo que se habrá transformado y habrá perdido el control del helicóptero, estrellándolo contra la base —nos dice Martín.

Antes de que alguien responda, suena la radio del furgón.

—Martín, informe —dice Falco a través del aparato.

—Señor, estamos de camino al punto de queda. Somos cinco soldados y tres civiles.

—No. No vayan al punto de queda, vayan directos al campamento base. Cambio y corto.

Falco corta la transmisión y hay unos segundos de silencio, hasta que Rubén habla.

—¿Campamento base señor?

—Está en Zaragoza. Es el asentamiento militar más grande y operativo con el que tenemos contacto. Supongo que el coronel ya ha informado de la situación y le han dicho que nos dirigiéramos para allí —comenta Martín.

—¿En Zaragoza? Supongo que el trayecto será largo —dice Oria.

—Eso me temo soldado. Les recomiendo que se pongan cómodos —nos dice Martín.

Al escuchar eso, me desconecto de la conversación y me pongo cómoda en el asiento. Mi hermana se acerca a mí y se acurruca. Rodeo mi brazo por sobre de ella y la envuelvo.

—¿Adónde vamos ahora? —me pregunta Tania.

—A otra base.

—¿Esta base a la que vamos sí será segura?

—No lo sé Tania. Ya te dije que ningún lugar es seguro al cien por cien. Pero yo siempre estaré ahí para protegerte.

Mi hermana me sonríe y vuelve a apoyar su cabeza en mi hombro. Cierra los ojos, y yo, hago lo mismo. En poco tiempo, me sumo en un ligero sueño junto a mi hermana. 

Nuevo MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora