VI

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L

os tres nos dirigimos hacia la carretera, mojándonos bajo la lluvia, pero eso poco nos importa. Hemos conseguir salir de ese infierno.

—Gracias por venir a recogerme chicos —nos dice Mario.

—Faltaría más —contesta Rubén.

—¿Dónde están los demás?

—Hemos quedado en la carretera —le contesto yo.

—¿Están todos bien?

Rubén y yo nos callamos.

—¿Qué ha pasado? —vuelve a preguntar Mario más preocupado.

—Los padres de Rubén no lo han conseguido y... —no consigo acabar la frase.

—¿Y qué?

—Y... —sigo sin poder acabar la frase.

— ¡¿Y qué Carla?! ¡¿Mi hija está bien?!

—Lo siento mucho Mario —consigo decirle con esfuerzo.

Hay un silencio estremecedor, donde solo se escucha la lluvia y el galope del caballo. Un nuevo sonido se une, el llanto de Mario.

Al llegar a la carretera, conseguimos ver la furgoneta, que nos hace luces para poder verles mejor. Nos acercamos al vehículo y Mario sin avisar, se baja y entra dentro. Oria baja la ventanilla para poder hablar con nosotros.

—¿Cuál es el plan? —nos pregunta.

—¿Tienes tú alguno? —le pregunta Rubén.

—Bueno, de hecho sí.

—Ilústranos —le digo yo.

—He mirado el mapa, y no muy lejos de aquí hay una gasolinera, no nos iría mal recargar el depósito de la furgoneta, está en reserva ya. Aparte, podría ser un buen lugar para descansar y para buscar provisiones —nos propone Oria.

—Bueno, creo que no tenemos muchas más opciones, así que por mí perfecto —comenta Rubén.

—Pues en marcha entonces —dice Oria.

La furgoneta arranca y tras de ella, estamos Rubén y yo montados en su preciosa yegua blanca, ajena a todo.

—¿Quieres hablar? —le digo a Rubén rompiendo el silencio.

—¿Hablar de qué?

—De lo que ha pasado.

—No hay nada de qué hablar.

—Pero Rubén...

—¡He dicho que no hay nada de qué hablar! —dice alzando la voz y parando al caballo en seco. Después de unos segundos, vuelve a hablar—. Perdona Carla, pero aún no lo asimilo.

—Tranquilo, se por lo que estás pasando, mis padres tampoco lo consiguieron.

—Sí, lo sé, me lo dijiste, lo lamento.

—Yo también lamento lo tuyo.

—Gracias, lo aprecio Carla.

—Intenta ser fuerte.

—Eso intento, créeme, pero esto... esto es demasiado para cualquiera. Joder, ya no están. Ya no los podré ver más, se han convertido en putos espumosos, eso es, es... —a Rubén se le quiebra la voz y no consigue acabar la frase.

Yo, simplemente rodeo con mis brazos el torso de Rubén y lo abrazo.

—¿Qué haría yo sin ti? —me dice él.

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