VIII

18 1 1
                                    

Cuando todos entramos al furgón militar, el vehículo rugue acelerando sus ruedas para poder salir lo más rápido de la fábrica, ya que, por el escándalo causado, ha atraído a espumosos.

—¿Quiénes son? —pregunta de repente Oria.

El soldado al mando mira a Oria y después, al resto de nosotros.

—Somos un pequeño equipo de apoyo y exploración de las fuerzas armadas españolas. Nos enviaron aquí para informar de la situación de esta región. Y para rescatar a cualquier civil que requiera de nuestra ayuda, como vosotros.

—¿Y cómo supieron que estábamos en peligro? —sigue preguntando Oria.

—Oh, no, nosotros no sabíamos nada. Fue casualidad. El grupo que os secuestró, tuvo algunos percances con nosotros al robarnos y al matar a uno de nuestros hombres. Al no cesar sus intrusiones, nos hemos visto forzados a eliminarlos. Eran un peligro potencial.

—Pues, sea casualidad o no, gracias. Nos han salvado —dice Rubén.

—A casi todos —comenta triste Vanesa.

Es verdad, Mario... No se merecía esa muerte. Era un buen hombre, un buen padre. Siempre sabía qué hacer, sabía cómo controlar las cosas. Espero que ahora esté feliz junto a su hija e mujer.

—Lamento lo ocurrido con lo de su amigo —se lamenta el militar—. ¿Conocían al sujeto que lo mató?

Empezamos a contarle al soldado toda nuestra historia, desde el centro comercial hasta la fábrica. El viaje se hizo corto con esa charla informativa. Al bajar del furgón, un hombre se acerca a donde estamos nosotros.

—Comandante Martín, informe de la misión —dice el hombre que se ha dirigido hacia nosotros.

El militar con el que estábamos charlando, se pone rígido como un palo y hace el saludo oficial.

—Señor, misión completada.

—Muy bien, descanse —al acabar de decir eso, el hombre dirige su mirada hacia nosotros—. Bienvenidos a la base 101. Me llamo Falco, coronel de esta base, a su servicio. El joven que les ha rescatado es el capitán Martín. Me alegro que estén sanos y salvos, últimamente vemos pocos supervivientes —después de decir eso, Falco, vuelve a hablar con Martín y con unos cuantos soldados más.

Mientras hablan, me fijo mejor en Falco. Aparenta tener unos cincuenta años. Tiene un cuerpo bastante trabajado, pero se le nota que el paso de los años le han pasado factura. El pelo lo tiene muy corto, como si se hubiera rapado al cero hace poco. Lo tiene completamente negro, al igual que su barba. Cosa que contrasta con el color tan pálido que tiene de piel. Me fijo también en Martín que se ve más joven, tiene como unos veinte siete o veinte ocho. Él, a diferencia de Falco, es muy escuálido. Por lo que su casco me permite ver, puedo observar que es rubio. Lo último en que me fijo son en sus ojos color crema porqué, me pilla mirándolo. Yo, automáticamente, aparto la mirada. Falco, vuelve a hablar.

—Escúchenme, Martín les enseñará donde pueden dormir. A las veintiuna en punto estén presentes en el comedor, para hablar de unos asuntos. Tranquilos, no se perderán, Martín les vendrá a buscar. Dicho esto, que tengan una agradable estancia —Falco, nos hace el saludo, da media vuelta y se va.

—Muy bien, síganme —nos dice Martín.

Mientras andamos hacia nuestro nuevo hogar, observo todo lo que puedo de la base. Lo primero en que me fijé antes, al bajar del furgón, es que la base está rodeada y protegida por una alta valla de metal reforzada con espinas también de metal. Hay algunas torretas de vigilancia alrededor de la base. Por lo demás, son todo tiendas de campañas. Grandes y pequeñas, de todo tipo. Luego, pasamos por un descampado, donde se puede ver aparcados algunos furgones como en el que nos habíamos montado, algún que otro tanque e incluso, un helicóptero. También veo detrás de los vehículos a algunos soldados entrenando. Y eso es todo lo que puedo observar de la base. A decir verdad, no es muy grande, pero, prefiero estar aquí que perdida en medio de la ciudad con espumosos acechando. Martín se para en una de las tiendas de campaña grandes y la abre.

Nuevo MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora