II

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El miedo y la tensión se mascan en el ambiente. Todos estamos callados, hasta que Marcos habla.

—¿Qué hacemos?

—Podríamos ir a la comisaría de policía, igual nos pueden ayudar y saben lo que está pasando —comenta Vanesa.

—Sí, creo que sería la mejor opción —añade Oria.

Yo no comento, mí me da igual donde vayamos, lo único que me ronda en la cabeza son mis padres. Nada más que mis padres y de lo asustada que está mi hermana. La abrazo con toda la fuerza del mundo para que se sienta segura. Mario se percata de que estamos bastante asustadas y se acerca a nosotras.

—¿Estáis bien? —nos pregunta poniéndose en cuclillas.

—La verdad es que no —le contesto secándome las lágrimas.

—Lo entiendo, es normal estar así, tranquilas, estamos nosotros aquí para protegeros.

En ese momento, cuando miro a Mario, lo veo con una mirada muy paternal. Le sonrío y el me devuelve la sonrisa.

—Cualquier cosa, aquí estoy —nos dice sonriente.

Después de decirnos esto, se dirige hacia Marcos, que está conduciendo.

—¿Cómo están las calles? —le pregunta Mario a Marcos.

—No muy bien.

Todos nos dirigimos hacia la parte delantera de la furgoneta, ya que es el único sitio donde hay ventanillas para poder ver el exterior. Todos observamos caos y destrucción. Personas corriendo atemorizadas, monstruos devorando a sus víctimas, gritos, fuego, muerte... Era todo lo que podían ver mis ojos. De repente, Marcos frena en seco.

—¡Mierda, un atasco! ¡Vamos! ¡Avanzad gilipollas! —grita exaltado mientras toca el claxon.

En ese instante, cientos de monstruos se dirigen hacia el atasco y empiezan a atacar a la gente de los coches. Nosotros no somos menos y unos cuantos aporrean la furgoneta furiosamente. La furgoneta se balancea, pero Marcos decide desviarse y pisa el acelerador. Esquivamos coches, personas, monstruos y miles de cosas más hasta llegar a un camino de tierra alejado de la ciudad, donde lleva a un pequeño bosque. El bosque está mucho más tranquilo, parece como si nada estuviera pasando. Marcos aparca la furgoneta en un descampado donde se puede ver bien si alguien o algo se acerca.

—Vaya viajecito —dice Oria riéndose un poco para relajar el ambiente sin éxito.

—La ciudad está hecha mierda, ¿qué hacemos? —comenta Marcos.

—Podríamos quedarnos aquí hasta que la cosa se calmara un poco y luego, ir a la comisaría —dice Lidia.

—Sí, no es mala idea, podríamos volver a la ciudad al amanecer, bien temprano —respalda Mario—. Además, este sitio está bien para acampar, lo único malo es que no tenemos ni comida, ni agua, ni nada para calentarnos durante la noche.

Al decir eso, Marcos sale de la furgoneta, abre las puertas traseras y entra de nuevo al vehículo, junto con nosotros.

—Tengo unas pequeñas provisiones metidas en esta caja —dice dirigiéndose a la misma y sacando cosas de su interior.

Me asomo a ver y observo que dentro de la caja hay tres latas de judías, una botella de dos litros de agua, dos linternas, un cuchillo militar y dos mantas.

—Siempre la he tenido aquí por si acaso, y creo que hoy nos hará falta —comenta Marcos cerrando la caja después de sacar todo su contenido.

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