{•DIAMANTE DE LA CODICIA•}

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Para lo que les voy a contar hay que tener cuidado, sí, mucho cuidado. Pues es algo delicado.
No como una frágil pieza de porcelana, más bien como un secreto peligroso. No tan peligroso como un loco con un arma, claro, más bien es peligroso para aquél que no sepa tomárselo bien.

El mundo suele ser cruel, pero jamás deja de ser divertido e increíble. En él encontramos maravillas, una de las cuales yo descubrí.

¿Qué decirte?
Quedé deslumbrado.

Aquél secreto sabía (y supongo que aún sabrá) esconderse... Vaya que sí y comenzaré por contarles de mí.

Un hombre como aquel (no diré que yo, pues cambié) sabía con exactitud como conseguir lo que quería, era arrogante, mentiroso, interesado, alguien indigno de conocer ese otro lado del mundo. Un muchacho de apenas 25 años, que era demasiado molesto, y aún así, tenía cosas buenas. Una de las cuales aún sigo amando, pues siempre he tenido el don de la imaginación y comprensión de aquello que para muchos era "anormal".

Fanático de la fantasía, de los cuentos y aventuras, de todo aquello que se me antojaba hermoso, único e inalcanzable como lo fue aquella reina también.

La gente solía rechazarme y apesar de ser detestable y tener el afán de molestar, me alejé cuanto pude y me tomé el tiempo y la libertad de ver lo que muchos ignoraban.

Veía caras aburridas, largas y obstinadas, veía gente que sin saber lo que tenían vivían en la ignorancia, ví todo aquello de lo que yo no quería ser parte.

Pronto el cielo para mí se despejó, las nubes se apartaron justo cuando comenzaba a prestar atención a mí al rededor. El sol resplandeciente deslumbró montañas a mi alrededor. Escuché aves volar, escuché sus cantos e incluso me pareció oírlas susurrar.

Escuché cascadas y miré brillar las rocas, las cuales tenían diamantes incrustados.

Daría lo que fuera por poder ver mi cara en lo que fue ese momento, iluminación.

Iluminación para todo aquello que tenía enfrente y no quise ver, pero que ahora sí lo hacía. Aquello para un joven como yo era impresionante, un sueño hecho realidad.
Recuerdo haber corrido a mi casa y gritar a mi madre :

- ¡Mamá, madre! Sal afuera y mira lo hermoso que es el mundo, mira lo que yo veo. Juro que me pareció ver a un enano bailar y si no, ¡Solo eso faltaba!

A lo que ella respondió :

- ¡Te amarraré a la silla y te daré por la cabeza con el sartén! A ver si así dejas de decir tonterías, muchacho inútil, inservible y bueno para nada.

Apesar de aquella dura contestación insistí un poco más, rogando que saliera y viera lo que yo veía. Pero cuando dijo:

— Aberraciones son lo que dices, imaginaciones tontas, cuanto odio esas cosas. Siéntate y dime cuánto es 2×2 y tan rápido lo descubras, tan rápido tendrás que dejar de pensar esas tonterías.

Me senté y pensé, simulando ser tan tonto que no podía responder cuanto era 2×2, algo que hasta un niño de 3 años respondería. Pero yo no lo haría, me haría el tonto pues esa noche quería pasarla pensando en lo que ahora veía y tan pronto lo hice que decidí huir.

No llevé conmigo más que lo necesario pues tenía la certeza de que no ocupaba mucho. No sabía a dónde ir con exactitud pero aún así caminé esperando encontrar más maravillas. Lo hice, encontré millones de ellas, comprendí que mi madre no merecía ver aquello, comprendí que era un secreto para aquellos que eran tan tercos como ella y toda una revelación para aquel que tenía tan grande imaginación.

Anduve caminando por el bosque, ese que por la noches brillaba. Me encontraba con miles de criaturas y disfrutaba dormir cada vez que los monos de pelaje blanco emitían sonidos que parecían melodías. Cómo pensé, no necesité mucho pues cualquier cosa que llegara a necesitar la podía encontrar ahí.

3 años viví feliz recorriendo el bosque (y con todos esos años jamás me alcanzaría describir mis aventuras en esta carta) jamás fuí más allá de él y así un día (justo en el que creía que era mi cumpleaños) caminé y caminé más allá de lo que ya había visto.

En el camino me encontré con una pequeña laguna y en ella a una bella joven. Medio cuerpo reposaba en la tierra y la otra supuse estaba dentro del agua. No creí ver cosa más bella cuando me acerqué y ví sus ojos y su rostro, era preciosa en una manera muy extraña y lo fue aún más cuando me dí cuenta que en vez de pies tenía cola de pez, no me sorprendí, me maravillé.

Me acerqué con cuidado, pues no sabía con exactitud si era o no peligrosa y vaya que lo fue.

Se movía con elegancia y coquetería, movimientos que embelezaban y tan pronto me ví en vuelto en su exótica belleza que no me di cuenta cuando se había lanzado hacia mí y halando me llevó con ella hasta el fondo de aquel lago. Empujé y grité sin ningún remedio.

Al momento en el que creí morir el agua a mi alrededor comenzó a cristalizarse, la sirena se espantó y soltandome se fue. Aproveché mis últimas fuerzas para flotar hacia la superficie. Lo que ví, me sorprendió en gran manera.

Era una mujer realmente muy bella. Medía (y podía jurarlo) casi dos metros o tal vez más, yo era alto pero ella me ganaba en gran medida. Su porte y elegancia inspiraban poder, supe de inmediato (por la manera en la que me miró) que ella fue mi salvadora.

La mujer me llevó con ella y en el camino (insisto), encontré muchas más maravillas. Jamás quise salir de ahí, jamás quise separarme de ella. Mi reina, oh mi reina...lo que haría por tu perdón.

Apesar de que aquellas extrañas personas en el importante puesto que llevaban no tenían o más bien no debían permitirse enamorarse, algo entre ella y yo, sucedió. Me enamoré de la reina más hermosa que habrá jamás. Pero como todo ser humano, cometía errores y como ya había dicho, yo era un joven insoportable y despreciable. Aquello por un largo tiempo se me había olvidado y puedo jurar que esa aventura me cambió o al menos el final sí lo hizo.

La codicia y el poder para un ser tan insignificante como yo, me llevó a desear aquello que no era mío. Una hermosa joya en el pecho de mi amada me llevó a la tentación. En un momento de confianza entre ella y yo, me contó que la joya tenía un gran poder, estuvo en el peligro de caer en manos equivocadas y a ella se le había otorgado el placer de ser la guardiana de la hermosa joya. Me contó con gran paciencia y confianza que era peligrosa para alguien como yo y que quitársela le haría daño, además de poner en peligro todo un reino. Pero mi codicia fue más grande que mi amor y una noche en la que la reina dormía y yo la acompañaba, me atreví a tocar el objeto. Un cristal hermoso que desprendía una luz azul, quise quitarlo pero estaba incrustado en su pecho, simulando ser parte de ella. Pero yo sabía que no, en ese momento para mí ella era solo una portadora y que yo podía cuidar el diamante tan bien como ella. Pensamientos estúpidos en verdad, pues yo no poseía ninguna fuerza u poder, no tenía nada fuera del castillo, no era nadie en realidad y tampoco tenía si acaso un noble sentimiento en mí. Así que mi curiosidad aumentó, mi interés al poder de aquél se elevó y las ganas de tenerlo yo en mi pecho creció.

Sin más lo arranqué de su pecho y al instante en que lo hice gritó de dolor y el cristal dejó de brillar en azul para comenzar a hacerlo en rojo.

Me fuí, como lo había hecho antes. No supe jamás sobre ella y la culpa carcomió mi vida entera, esperé morir y espero hacerlo hoy.

El cristal lo perdí, por supuesto, no lo llevaría conmigo después de darme cuenta de mi gran error. No sé dónde está ahora, tampoco sé dónde se fue la magia, las montañas, el bosque o ella... Solo escribo esta carta para dejarla por ahí, que algún amigo del bosque la encuentre y que ella sepa que la obscuridad del rojo jamás entró en mí.

***
Gracias por leer.

Historias de fantasía ©Where stories live. Discover now