60. Elián

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 Cuando Salmeé mencionó una tetera, en primer lugar creí que era para hacer retroceder a Iván

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Cuando Salmeé mencionó una tetera, en primer lugar creí que era para hacer retroceder a Iván. Luego, cuando me miró con ojos que rutilaban con un pesar desolador, deduje que todas las quemaduras que adornaban su piel y originaban una amalgama de tonos e irregularidades en ella fueron hechas por el agua hirviendo.

Ahora, mientras relata lo que ocurrió esa noche de noviembre, me doy cuenta de dos cosas. La primera es que jamás le tiré la estúpida tetera encima, fui mucho más lejos que eso. ¿La segunda? Soy un monstruo.

Las bestias, por más que anhelen dejar de serlo, no pueden cambiar su naturaleza. Estamos atados a nuestra esencia.

Mi padre, por más digno de olvidar que fuera, tuvo éxito perpetuándose en mi cabeza con una lección: El que nace bueno siempre lo será, y el que nace malo por sus pecados ha de pagar.

Siempre dudé de él, pero ¿cuánto se puede desconfiar de tu reflejo?

Lo que callo para no herirteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora