27. Salmeé

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 Me separo de Declan aún sintiendo el gusto a vino de sus labios

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Me separo de Declan aún sintiendo el gusto a vino de sus labios.

—Gracias por desistir.

Sus ojos color ámbar resplandecen con un sentimiento de empatía que, si no lo estuviera presenciando en este momento, diría que es imposible divisar en sus globos oculares alguna vez.

—Gracias a ti por confiar en mí, Mary.

Mary... Desde que Elián llegó, pocas veces escuché mi nombre.

Le sonrío aliviada mientras esconde las manos en los bolsillos de su Armani.

—¿Aún necesitas que te lleve a casa?

—No será necesario.

Asiente y cada uno toma un camino diferente, pero pronto me doy cuenta que en el mío hay un obstáculo con nombre y apellido. Miro extrañada al destartalado coche estacionado y cruzo la desértica calle, encogida en mi saco por el frío.

—¿Qué haces aquí? —Abro la puerta del copiloto.

Por un momento creo que me vino a recoger, pero basta ver cuánto tirita para saber que nunca regresó al café.

—Sube. —Se limita a decir, y gira las llaves y para encender el motor.

Al principio no reacciono. Soy incapaz de asimilar que estuvo encerrado en su auto durante todo el tiempo que yo me la pasé engullendo abundantes platos de comida caliente en un lugar con calefacción y música. La culpa revuelve la cena en mi estómago.

—Vas a congelarte, vamos, sube. —No pierde el tono de amabilidad, pero se voz se escucha más apagada.

Me acomodo en el asiento y cierro la puerta, que cruje y no cierra de forma correcta hasta el segundo intento. Miro al cristal bañado en copos de nieve y activa los limpiaparabrisas, que emiten un sonido agudo todo el tiempo que se encargan de limpiar el vidrio. Giro la cabeza y observo la nube de vaho que sale de sus labios cuando exhala. Está lívido y sus dedos tiemblan sobre el volante mientras emprendemos la marcha a Hilda's.

—¿Estás loco? —cuestiono seria—. Te dije que volvieras a casa.

—Es tu casa, no mía.

Mantiene los ojos al frente y la decepción que decora sus palabras me encoge el corazón.

—Lo es ahora.

No responde, en su lugar inhala despacio. Su pecho, solo envuelto en una camiseta manga larga, se infla con lentitud. Me pregunto cuántas noches de frío pasó mientras vivía aquí adentro.

—Sin abrigo y sin calefacción, ¿estás loco?

Quiero golpearlo por ser tan imprudente y pensar tan poco en sí mismo.

—Loco no, preocupado... Sí. —Frena en un semáforo y me mira. Algo en mi interior se inquieta al no poder descifrar lo que transmiten sus ojos—. No querías que Declan te llevara a casa y yo tampoco. Me quedé esperando porque no quería que te vieras obligada a volver con él, a que...

Niega con la cabeza y se calla, pero no es necesario que diga más. Comprendo su preocupación y también su pesadumbre. Ha sido testigo del beso, y es probable que piense que fue un idiota por estar esperando a una chica que no quería ser esperada.

—Cebollas asadas, salteadas y caramelizadas —cuento, ganando una expresión desconcertada de su parte—. Comí cebollas toda la noche. Luego lo besé.

En sus ojos resplandece un chispa de gracia.

—¿Funcionó?

Sé que le acabo de dar a entender que me comporté como la peor cita del mundo solo para alejar a Declan, cuando en realidad no es así.

—Sí, creo que sí.

Su sonrisa regresa y el peso de esta me hace odiarme y aplaudirme al mismo tiempo.

«¿Por qué le mientes? ¿Tanto te cuesta ser sincera? Dile que le contaste a Declan por qué no querías estar en una relación, confiésale que le dijiste a ese tipo rico sobre Iván y que hasta el engreído dueño de un micropene y un maldito Mercedes-Benz fue lo suficiente comprensivo como para desistir contigo una vez que supo tu historia. ¿Por qué no le dices que ese fugaz beso que le diste en la comisura de los labios fue a modo de agradecimiento? Declan fue la primera persona con la que pudiste hablar sobre tu amigo, sobre el amor de tu jodida vida».

«¿Por qué callas?» Pregunta Mary, intrigada y furiosa a la vez.

Lo que callo para no herirteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora