2.- En La Espera

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Hace mucho más de lo que puedo imaginar tuve una casa, era más que eso, era mi hogar y no tuve ni idea de lo feliz que era hasta que lo perdí.
Cuando mi hogar desapareció di a parar en la casa rentada de los hermanos Robles por casi un año. Luego destruí su relación de hermanos y al final me quedé sin un lugar al cual irme después del trabajo.
Hubieron días en los que dormí en la calle, o en los parques o en alguna plaza sin importar el frío o la lluvia. Hasta que llegó Mery.

Mery era nicaragüense, traída desde allá por su esposo mexicano con el que estuvo cinco años casada y con el que tuvo dos hijos. Se quedó con el hotel que la familia de su esposo mantenía y tiempo después se enteró de que él la engañaba con las chicas del bar que irónicamente estaba junto al hotel. Pese a eso, ella era una buena mujer, cuando vio que dormía en la calle me reservó una habitación especial para mi y con el tiempo llegó a ser conmigo y las del bar como una mamá protectora.

- ¿Cómo te fue esta noche sipota? -Me preguntó en cuanto pasé por delante de ella en la pequeña recepción. No era un hotel cinco estrellas pero era acogedor.

- Bien, muy bien. Fue turno largo así que ya te imaginarás -Me quité los tacones y me sentí flotar.

- Andale pues, duerme y ve a comer más qué ya pareces un pipilacha andante -Asentí.

- Claro claro -Le sonreí de nuevo para calmarla mientras subía las escaleras, por más que le tuviera cariño no quería regaños en ese momento.

Cuando trabajaba era rutinario el hecho de llegar con Mery y pedir una habitación. Pero mi cuarto era sólo mío, no trabajo, no distracciones y mucho tiempo libre en el que sólo me atormentaba la realidad. Abrí la puerta que siempre se atascaba y me aventé en la cama luego de poner la bolsa sobre la mesita.

Si Georgio era un hombre de palabra esa misma noche me haría muy feliz. Al fin sabría quien fue, ya no tendría que imaginarme su rostro ni odiar un nombre difuminado. Encontrar la forma de hacerlo sufrir sería lo de menos.
Justo cuando parecía que por fin iba a conciliar el sueño alguien tocó la puerta.

- No hay nadie -Giré sobre la cama y me senté.

- Soy yo Amelia -Era Liliana, rodando los ojos fui a abrirle la puerta.

- Hola -Dije y me sonrió tímida mientras yo iba por la bolsa- Perdón, con todo el revuelo de anoche olvidé devolverte...

- No te preocupes, de todas formas es trabajo mío -Me interrumpió nerviosa, era más que obvio que ella prefería hacer todo, pero con cinco hijos se entendía que no le daba para mucho. Encontré el papel y se lo di.

- Sólo faltarían los conteos de gastos en lo de la fachada y la auditoría de los licores de este mes.

- Mil gracias -Me abrazó- Perdón por llenarte tanto el horario pero es que no sé me dan las matemáticas y de verdad necesitaba el trabajo.

- No te preocupes, entiendo -Sacó de su cartera quinientos pesos y me los extendió. No era mucho, pero daba para comer dos o tres días y era suficiente. Lo tomé y me despedí de ella con otro abrazo.

- Gracias de nuevo -Dijo mientras bajaba las escaleras.

Luego de eso dormí siete horas seguidas, cuando desperté eran las seis de la tarde y tenía que estar en el bar a las ocho. Me arreglé y bajé al comedor. Comí algo ligero pese a los reproches de Mery.

- Ah, pero que no vaya a ser una verga por qué ahí si te la comes todita -Dijo cuando me levanté de la mesa haciendo que soltara una carcajada.

- Nos vemos mañana -Me despedí.

Ojo Por OjoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora