34. El juicio final II

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Juli dejó de boludear y se puso más eficiente que nunca. Yo, por lo pronto, seguía con mi boca tapada y cagado hasta las patas.

Los disparos que se sentían fuera de la casa no cesaban.

Rompelos todos, Damián. Hacelos bien mierda.

-¡La próxima en nuestra lista es Jazmín! Cambiemos un toque, ¿qué les parece si abro los dos sobres al mismo tiempo? ¡Suspenso doble! -decía mientras le sacaba la cinta de la boca a Jaz.

-Hacé lo que se te cante -contestó Jaz, secándose los mocos en su hombro. Hasta ese punto nos estaba llevando TAI.

Tomó los dos sobres y los abrió en simultáneo. No estaba serio, estaba pasado de energía: realmente, un puto psicópata.

¡Y tiene mi edad y es mi mejor amigo! Que alguien me ayude a entender todo esto.

-¡Culpable para Carla, inocente para Rubén! Por la chucha, esto está electrizante -decretó, y se dispuso a leer la letra chica-. También viene con el justificativo de mamá: tenías las armas para detener lo que pasaba a tu alrededor y no lo hiciste. Te retuviste a ayudar a Estefanía y con toda la furia alguna más de las chicas. El resto, dejaste que se cagara de hambre en su miseria. ¿Y te hacés llamar la conciencia del grupo?

-No soy el Dios de nadie. Estás cegado, Julián. Cegado. Lo peor de todo es que contagiaste a tu familia con tu enfermedad -bombardeó Jaz, como nunca la había escuchado. Dicen que en los momentos más críticos de la vida uno saca lo peor de sí.

-Voy a ignorar tu comentario y decirte que para mí sos inocente. Las charlitas y el tereré lo dejamos para otro momento -respondió Julián indiferente, como si de una conversación cotidiana se tratara.

-Qué alivio, Jaz. Tenía miedo de que... -dijo Gonza, pero fue interrumpido.

-¿De que Juli la vaya a matar como a mí? -retrucó Darío cabizbajo.

-¡Se me callan, que no tengo tiempo! Continuamos con el Luqui -dijo Julián remarcando el Luqui por alguna razón que desconozco-. Vamos a ver tus votos.

Una vez más, repitió el procedimiento: le sacó la cinta de la boca al juzgado y tomó su archivo.

-¿Por qué, Juli? ¿Por qué? -preguntaba Lucas, aunque tenía claro que no recibiría una respuesta. Yo creo que era su forma de expresar el asombro que tenía. El asombro que todos teníamos.

Aunque si me pongo a pensar, asombro se queda corto. Cualquier cosa se queda corta.

-Carlota te votó inocente, bien ahí -agregó satisfecho, tomando ahora el sobre que pertenecía al padre-. Lamentablemente, para papá sos culpable. Te dejó el siguiente comentario: hasta hace poco eras inocente, pero me di cuenta que eras de otra calaña. Un Sebastián más.

¿Un Sebastián más? ¿Qué significa eso? No sé si me asusta más esa frase o la reacción que tuvo Julián al leer el nombre de mi amigo.

-Tengo que admitir que un poco me pasó lo mismo que a mi papu, pero no tanto como para darte el culpable. Lo tenía claro antes de venir acá. Sos inocente.

Respiré de nuevo. Uno menos que ya no está en riesgo.

-¿Puedo preguntar por qué? -intentó Lucas, supongo que para ganar tiempo. Los disparos se seguían escuchando.

-No, no podés. No seas chupapijas -puteó Julián, y no pude evitar rememorarme a las cientos de veces que había escuchado esa frase salir de su boca. Lo que tenía claro es que esta no me la iba a olvidar nunca más.

-Bueno, che -respondió Lucas, como quejoso. ¿Este boludo está buscando que lo partan al medio? Por favor que cierre el orto una vez en su vida.

-¡Silencio, carajo! Sigue Sebastián, el pete -comentó Julián, y su actitud ante el archivo de Seba cambió. Estaba irritado-. Culpable para pa, culpable para ma.

Esperate, ¿qué? Me estás jodiendo. Lo dijo así sin más.

Julián estaba desenfrenado e impredecible, y predije por unos segundos su próximo accionar.

Una vez más, luché con mis cintas. Quise escapar para prevenir lo que se venía.

Pero no alcanzó.

-¡Te odio, te odio! Aposté todo en vos cuando llegué a la escuela, fuiste el primero en el que confié. Resultaste ser una mierda, ¡un Marianito o un Pedro! -gritó Julián, pero después bajó la voz-. Sos la media, el adolescente ordinario. Sé que muy en el fondo está la persona que yo buscaba, pero nunca jamás me diste un indicio de que podía llegar a aparecer.

Julián sacó una navaja muy afilada de su media y dió dos pasos hacia Sebastián, que balbuceaba lo que podía e intentaba hacer un grito vacío con la cinta puesta. Se había puesto frenético.

Como dije, Julián también.

-¡Hoy y siempre, te detesto!

Cada palabra fue una puñalada despiadada en el vientre de Seba. Su vitalidad se apagó por completo, y unas salpicaduras llenaron la ropa y cara de Julián con la sangre de mi amigo.

Lo mató.

Mató a Seba.

Tu amigo invisible #1 [EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora