30. Lectura de cargos: Los pecadores

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Me trae sin cuidado el charco de sangre que se sigue acumulando detrás del resto de mis rehenes. Sé que no van a ser tan morbosos como para darse vuelta.

Me levanté de mi asiento y apreté mis nudillos contra la mesa contigua. Tomé uno de los archivos, que indicaba en una letra imprenta de color negro "los pecadores".

-Voy a dar comienzo a esta primera lectura de cargos, que reúne a todos sus compañeros que tuve que matar. Llámenlo un justificativo de mis acciones. El que me interrumpa, ya sabe -dije haciendo un gesto de que les cortaría la cabeza-. Comencemos.

Mariano Campos. El emprendedor.

Fue el primero que odié desde que llegué al colegio. Siempre tan forro, siempre tan soberbio, era la viva imagen junto a Pedro de los hostigadores que terminaron por matar a mi hermano. ¿Saben lo que fue aguantar tanto tiempo sin poder cortar su cuerpo en pedacitos? Desesperante, pero su muerte fue la más disfrutada.

¿Qué puedo decir de esta lacra? A ver, lo saben por ustedes mismos. Yo lo peor que lo vi hacer fue ir a apretar a un pibe de primer año diciéndole que su madre era una gorda judía. Bien despectivo, y con esas palabras.

De eso se trata ahora para chicos como él. Ver quien dice la puteada mas linda, ver quien es el mas capito.

Y acá todo se remonta a familia. Educación. A los viejos de Mariano les sobra guita, y a su hijo mayor lo malcriaron a más no poder.

No le vi un atisbo de luz. Solo oscuridad. Solo le vi odio. Resentimiento.

Su presencia me causaba rechazo.

En fin. Mariano Campos, mi muerte número uno.

El hijo de puta número uno.


Pedro Olea. El innovador.

La otra cara de Mariano, pero al mismo tiempo justamente todo lo contrario.

Me costó entender de dónde venía su personalidad al principio. Era como que no me cerraba.

Después supe que su papá era un alcohólico, que le había pegado a su mamá y que murió en un accidente de tránsito hace seis años.

Sentí compasión por un segundo. Les juro que sí.

En un punto era alguien como yo, que vivió una tragedia terrible o tuvo una infancia difícil y reprimió las cosas como pudo. Pero las reprimió tan mal, que mi compasión se fue al carajo en un toque.

Estábamos en una previa. No me acuerdo de quién. La mayoría había tomado bastante.

Yo ya me estaba por ir. Giro la cabeza cuando estaba por abrir la puerta y lo veo a él sentado en un sillón, con tres pibes más chicos al lado. Creo que eran de segundo año. Estaban tan concentrados en lo suyo que nunca me vieron.

Concentrados repartiendo sobrecitos comprometedores y con billetes por todos lados.

No había que ser una eminencia para interpretar la situación de forma correcta. Les estaba vendiendo droga, ¡droga! Un completo sorete.

Me asqueé por siquiera haberme preocupado y pensar que era buena gente.

Podés arruinarte tu vida todo lo que quieras, pero no arrastres a otros a la mierda en la que vos vivís.

-Que irónico, eso es justo lo que estás haciendo vos -me interrumpió Nacho.

En un frenesí tomé la pistola y disparé al pie izquierdo de Nacho. Gritó del dolor. Por boludo.

-¿Con esa boquita decís mamá? La próxima va a la cabeza, aborto viviente -dije para poder continuar mi monólogo en paz.


Pedro Olea tenía que ser mi muerte número dos.

Pedro Olea se hundió en su propia miseria.


Ramiro García Labia. El virtuoso.

Me dolió ver un chico con tan poca personalidad, tan influenciable y con tan poca autoconfianza.

Nunca tuvo voz propia. Nunca tuvo una relación real.

Y eso lo terminó convirtiendo en culpable. No era el autor de todas las mierdas que se decían y hacían, pero era cómplice. Alimentaba el odio de Mariano y Pedro.

No le podía dejar pasar eso.

Lo único que espero es que al leer su carta se haya redimido de todo el mal que causó. Habrá muerto en paz consigo mismo.

Ramiro García Labia, mi muerte número tres.

Ramiro García Labia, un peón sin fuerza.



Diego Rubén Lapaño. El arquitecto.

La soberbia y la altanería reflejada en una persona.

Puede que si lo ves así no más decis "ah, es un pobre pibe", y lo dejas pasar.

Pero no, no lo podes dejar pasar cuando se mete con otras personas.

¿Saben lo feo que es comentar algo en medio de una clase y que salga el mogólico este y te diga "ay, lo que dijiste está todo mal"?

¿Saben lo que era que te lo haga todas las putas clases en todo puto momento?

Si, Seba. Vos lo sabés bien.

Inaguantable. Para una personalidad fluctuante, Diego te hacía sentir una miseria.

Pero no esperaba que quisiera matar a Gonza como le ordené. Eso terminó de eliminar cualquier sospecha que el comisario podría tener hacía mí, y además quedé como un héroe.

Fue el mejor cambio de planes de la historia.

Su muerte fue lo de menos. Él se encargó solito de quitarse la vida.

De una forma u otra, Diego Rubén Lapaño fue mi muerte número cuatro.

Diego Rubén Lapaño, una vanidad descontrolada.

-Julián -me volvieron a interrumpir. Esta vez, la voz no venía de ninguno de los chicos. Era mi papo desde la puerta del sótano, y su rostro no reflejaba buenas noticias.

-¿Qué? -contesté medio secote. Después me sentí mal por responderle así.

-Están acá. ¿Recurrimos al plan de contingencia? -preguntó, y mi mundo se desmoronó.

Tenía la leve esperanza de que no tuviéramos que llegar a esto. La puta madre.

-Lo último que nos queda -susurré, y por primera vez en años me emocioné-. Sí, pa. Plan de contingencia. Te amo. Los amo.

-Te amo, hijo. Desearía que las cosas hubieran sido diferentes para nuestra familia.

-Dale mis saludos a Pablo, por favor -le dije, y rompí en un llanto breve. Mi padre asintió y se fue, encerrándome en el sótano que habíamos preparado por meses.

Encerrándome lo suficiente para acabar con lo que habíamos empezado.

Tu amigo invisible #1 [EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora