Capítulo Treinta y Dos: Prohibido

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JUDAH

Camino alrededor de la oficina preguntándome qué hice para merecer a tan hermoso ser hecho de mí, sus grandes ojos azules de largas pestañas concentrados en el complicado rompecabezas delante de él apoyado en el escritorio de mármol fino. Sus pequeñas manos de bebé toman las piezas poniéndolas sobre la madera, sonriendo de vez en cuando al verlas encajar.

Apoyo ambas manos en la silla delante de él, sus ojos levantándose hasta encontrar los míos. Una tímida sonrisa se posa en sus labios tiernamente, sonrojando sus pálidas mejillas del color rosado más dulzón. Alzo mi ceja derecha con una hermosa sonrisa, provocando que él señale sus propios hoyuelos. Sus rizos rubios cenizos caen por su rostro suavemente, sacudiéndose cuando niega divertidamente con la cabeza.

Liam, quien dejará de ser mi único hijo hombre en unos meses, es el pequeño más hermoso de todos. A pesar que tiene una cabeza llena de miles de preguntas, las cuales no son consideradas adecuadas para un niño de tres años, es dueño de muchas maravillas todavía no descubiertas por nosotros.

Intenta tomar uno de los portafolios en mi escritorio pero se lo impido colocando mi mano derecha en su pecho, haciéndolo retroceder en el asiento de cuero. Me mira con sus grandes ojos hechos dos finas lineas, batiendo sus pestañas con ligero enojo.

—¿Por qué no puedo ver eso? —pregunta curioso.

—Porque son papeles muy importantes de los negocios de papá —respondo. Se inclina para tomar el cortador de papeles —. Te vas a hacer daño con eso.

—¡Pero es que tú no me dejas hacer nada! —exclama frustrado. Se cruza de brazos haciendo un pequeño puchero, frunciendo sus rosados labios.

Muerdo los míos para contener la risa que su rabieta me provoca. Es demasiado curioso, y en eso se parece demasiado a su madre, siempre estando imperativo por saber lo que sucede. Es un hermoso pequeño de tres años.

—No toques cosas filosas, no vayas en busca de problemas, no te vayas más de la cuenta —repite imitando mi tono de voz.

Esta vez sonrío, arqueando ambas cejas en su dirección. Rodeo el escritorio de madera para poner mis manos sobre su cabello rizado, mis dedos despeinando los suaves mechones. Liam pretende seguir molesto, pero mis caricias surgen efecto, ya que batalla contra sus labios para no sonreír.

—Mientras tú estés aquí, es quién eres —susurro. Deposito un beso en su frente —. Algún día entenderás.

Sus rellenos labios suben en una hermosa sonrisa mezclada con una carcajada. Alza sus brazos pidiéndome que lo levante, así que después de tomarlo entre mis brazos, nos siento a ambos en el largo sofá de cuero. Acaricio su cabello con mi mano derecha esbozando una delicada sonrisa en su cuero cabelludo, preguntándome qué hice para merecer a tan hermoso ser hecho de mí. Si hace años cuando regresé me hubiesen dicho que tendría a maravillosos pequeños hechos de mí, me hubiese reído en sus rostros. Pero ahora, que tengo entre mis brazos a una de las partes de mi corazón, todavía no lo siento real.

—En la vida encontrarás mil preguntas que hay sin responder —le comento —. Aprenderás la lección que normalmente las cosas no son como las planeamos. Pero tú eres yo, y yo soy tú. Somos parte del otro —le explico.

—Pero no me gusta —suspira.

—¿No te agrada que seamos uno? —pregunto —. Estando conmigo, con tu familia, es lo que eres. Es como decir que no quieres ser un Kabakov. Es parte de tu sangre, de dónde vienes, así como lo soy yo.

—Debo aprender que podría perder mi identidad si digo esto —continúa por mí, haciéndome sonreír. Se cruza de brazos.

—Más siempre tendrás nuestro apoyo y amistad —le recuerdo, acariciando sus rizos —. Cuando sientas desesperación estaremos aquí, orgullosos junto a ti debido a que la fuerza entre nosotros es lo que fortalece nuestra unión. —Apoyo mi frente contra su cien, besando el suave espacio —. Pronto entenderás.

Campanas de Boda ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora