Capítulo Veinticuatro: ¿Empezamos?

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KHALESSI

Los rayos del sol se enfocan en mi rostro, haciendo que frunza el ceño gracias a la intensidad de estos, casi haciendo que no pueda observar nada con claridad. Bajo la mirada encontrándome con sus fuertes y musculosos brazos alrededor de mi cuerpo. Sus manos están posadas en mi vientre y trazan círculos entre sueños.

Acaricio su brazo con mis dedos, trazando las líneas de su blanca piel. Inhalo su delicioso aroma, aquel que ahora reina en mi propio organismo. Sonrío, pensando que no me importa oler a él, al contrario, quiero tener el rico aroma en mi piel por toda la eternidad.

Su respiración en mi cuello me provoca cosquillas, haciendo que cada bello de mi piel se erice. Mis mejillas se sonrojan al recordar que está desnudo y puedo sentir su parte íntima en mi espalda baja. Suspiro, sintiendo que no hay lugar más seguro que sus suaves brazos.

Me levanto de la cama con suma cautela, tratando de hacer el menor ruido para no despertarle. Mi rostro se pone del color escarlata más brillante de todos cuando siento un ligero dolor entre mis piernas, recordándome la dulce sensación de tenerlo dentro de mí.

Había sido como volver a tener mi primera vez, no acostumbrada en lo absoluto en lo que es sentir esas placenteras sensaciones. Temblé entre sus brazos al no saber qué hacer, cómo actuar cuando estuvimos juntos. Fue él quien me enseñó, explicándome con paciencia a pesar de estar desesperado por hacerme el amor con locura, recompensando cada acción con una caricia o un beso.

Judah me hizo el amor de una forma que no iba a olvidar.

Admiro mi cuerpo en el espejo delante de mí, mi mano recorriendo cada una de las manchas rojas que su boca ha dejado en mi blanca piel. Mi cuello, mis pechos y mis muslos internos están decorados por las succiones hechas por sus labios sin piedad alguna. Cerrar mis ojos es recordar lo sucedido anoche, es escuchar sus dulces gruñidos ahogarse en mis labios, en mi cuello, en mis oídos. Es poder sentir todavía sus manos recorrer cada centímetro de mí, haciéndome sentir en una gran nube de felicidad.

Cierro mis ojos, una sonrisa posándose en mis labios al recordar lo dulce que fue conmigo, como preguntó si estaba segura, si de verdad quería estar con él. No sé la verdadera razón, ni siquiera entiendo perfectamente lo que sucedió ayer en la noche, pero una parte de mí que no conocía juntó mis labios con los suyos dándole su respuesta.

Sus manos acariciaron cada centímetro de mi cuerpo, sus labios besaron los rincones de mí que no conocía, y sus ojos me hicieron sentir como si mi piel ardiese en fuego. Sentir su cuerpo desnudo sobre el mío, piel contra piel, es una de las sensaciones más placenteras de todas. Sus dientes mordieron puntos sensibles, y su lengua en mi boca me hizo ansiar por mucho más que simples besos.

La unión de su cuerpo con el mío no fue dolorosa, pero tampoco fue placentera al comienzo. Después de haberme convencido con sus caricias, todo en mí fue derretirme entre sus brazos, caer rendida ante sus caricias. Su boca produce los más dulces gruñidos, los cuales trata de hundir haciendo marcas en tu piel.

Tomo una rápida ducha con la esperanza de no despertarlo. Me cambio de ropa colocándome un simple vestido veraniego con estampado de flores y mis sandalias. No he traído mucha ropa ya que la mayoría de mi maleta estaba llena de lencería comprada por Claudia y Natalie, quienes insistieron que era la mejor oportunidad para usarla.

Salgo del lujoso pent-house con una sonrisa en mis labios, decidida a conseguir un ramo de rosas rojas en la florería ubicada en el hotel. Mis mejillas se sonrojan al apreciar que tengo la mirada de muchos hombres sobre mí, quienes me sonríen o me miran provocativamente. Mi madre me enseñó que solía ser modelo, lo cual explica el por qué tengo el cuerpo que poseo, pero no estoy acostumbrada a tener las miradas de todos sobre mí. Puede que la antigua yo sí.

Campanas de Boda ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora