Sammara

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Nada peor que un maldito niño malcriado para despertarte a la mitad de la madrugada.

Abrí mis ojos a regañadientes, la luz de luna que entraba por la pequeña ventana empotrada no servía para iluminar nada más que el contorno de los inservibles trastos baratos que estaban en mi habitación de motel. Cinco días habían pasado desde mi escape, pero apenas había tenido tiempo para detenerme, las fuerzas del Consejo no tardaron en dar conmigo y había sido tan solo hacía unas treinta y seis horas que casi me atrapan en las afueras de una ciudad pesquera, paralizada por la nieve y tormenta que estaba deteniendo a toda Europa.

Había logrado matar al soldado que me había alcanzado, pero en el proceso había tenido que dejar atrás el dinero que había conseguido y me llevó más tiempo del deseado conseguir más para poder costear mi estadía en este lugar. Un lugar seguro que me permita descansar y mezclar mi aroma con el de los cientos de huéspedes que han pasado por este lugar. Sólo una olfateada se necesitaba, humano o lobo no importaba, para darse cuenta que este sucucho no era exactamente un lugar que se limpiaba a menudo.

Por suerte los moteles de mala muerte no piden identificación, ni son leales al Consejo o a ninguna subsidiara de ellos, así que por un día estaría a salvo para recuperar fuerzas y armar un plan.

O lo estaría, por lo menos, si ese maldito crío parara de llorar.

—Quiero...Mi...JUEGUETE—Sollozaba el culpable con voz chillona, mientras sus padres continuaban ignorándolo y durmiendo. O estaban muertos por una sobredosis, quién sabía. Realmente había que estar muerto para no despertarse por ese chillido.

El reloj en la pared marcaba las tres cuarenta y cinco y me tiré la almohada sobre la cabeza y apreté con fuerza cuando el malcriado comenzó a gritar como si lo estuvieran matando.

Solo necesitaba unas horas más, apenas unas horas más de sueño para recuperar energía y no caerme parada... pero ese ¡MALDITO BEBE DEL DEMONIO NO ME DEJABA!

Enfurecida, arranqué la frazada de encima mío y me dirigí con zancadas rápidas hacia la puerta, lista para salir y gritarle que se calle, o meterle la almohada en la boca y callarlo yo, no lo había decidido todavía. Pero estaba a un segundo de salir cuando una sombra repentina por la ventana me dio pausa. Casi no le doy importancia, puesto que con la tormenta de nieve hay mucho movimiento y poca luz, pero lo que me detuvo fue el fugaz vistazo de unas distinguidas orejas lobunas.

Me detuve, mis sentidos alerta sacudiendo el sueño de mi mente cuando comencé a notar más cosas. Sonidos que antes había dado por sentado; el televisor de un cuarentón, los ridículos sonidos de dos críos teniendo sexo y hasta el repiqueteo de uñas del grasiento dueño del motel en el mostrador de entrada... todos en algún momento mientras dormía habían desaparecido.

Y ahora el bebé ya no emitía sonido alguno.

Congelada en mi lugar, consideré saltar por la ventana, pero era muy pequeña incluso para mí por lo que mi única opción era la puerta.

¿Salir y enfrentar a los guardias del consejo, o quedarme aquí a esperar la muerte?

No sabía cuántos había, si tendría oportunidad de escapar, pero dudaba que después de mi segundo escape hubieran cometido el error de traer pocos hombres. El Consejo era muchas cosas, pero no eran tan idiotas.

Quería asomarme por la ventana para ver si había algo que pudiera ayudarme; una indicación del número de soldados, su disposición, pero sabía que eso era inútil y tan solo delataría mi posición más rápido.

Cogí la frazada que había tirado hace tan solo unos segundos atrás, preparándome para utilizarla como distracción, cuando alguien toca la puerta.

¿El consejo, tocando la puerta?

Me deshago los sesos pensando. ¿Querrán asegurarse de que no soy un civil? Pero no era como si al Consejo le importara causar daño colateral, ¿y qué había pasado con los demás en este motel que tan repentinamente se habían callado? Dudaba que siguieran con vida. No tenía oportunidad de escapar esta vez, lo sabía, pero no iba a dejar que me llevaran con vida.

Mataré a todos los que pueda.

Me pegué contra el rincón más oscuro de la habitación, este sucucho barato ni siquiera tenía muebles, apenas una cama de fierro, pero no placares, sillas o siquiera baño propio. Así que me preparé como podía.

Una mano manoteó la perilla y sentí a mi corazón dando desesperadamente sus últimos latidos, mis pulmones saboreando sus últimas bocanadas de aliento antes de morir.

La puerta se abrió de un golpe y me preparé con colmillos extendidos, garras a flor de piel, lista para matar a aquel primer soldado... pero quien entra no es un soldado... y está solo.

—Te lo agradecería si no me mataras,—dice el extraño entrando lentamente con las manos en alto— aunque conociendo tu reputación, no tengo muchas esperanzas.

Lo miro de pies a cabeza, mientras mis oídos se desesperan por descubrir la trampa; escucho a otros a unos metros de aquí, afuera en la tormenta corazones latiendo a un ritmo constante, pero no hay movimiento y no hay nadie más dentro del Motel. Este extraño hombre está solo.

—¿Quién demonios eres?—Rugí y él se detuvo en la entrada, sus manos todavía en alto. Era de contextura media, de cabello oscuro y vestía ropa de invierno, como todos aquí. Sus ojos eran dorados como los de un Beta, pero más allá de eso no había nada acerca de él que yo pudiera reconocer. Estaba segura de que jamás lo había visto antes.

—Soy alguien que te puede sacar de este lugar y lejos del Consejo.

Ante eso me río.

—Claro, ¿porque tú no eres del consejo? Mira, si así es como hacen las cosas ahora, con juegos mentales, te lo puedes guardar. Terminemos con esto de una buena vez.

—Mira,—dice él bajando las manos y tratando de hablar más informal, pero me reconforta ver una gota de sudor caer por su cuello. Está asustado y lo puedo usar a mi favor— a mi jefe no le interesa matarte, ni le interesa lo que el Consejo quiera. Eso tienen ustedes en común. Él tan solo quiere ofrecerte un trabajo.

Lo miro con recelo. ¿Qué tan rápido podré matarlo sin que los hombres afuera lleguen a su ayuda?— ¿Un trabajo?

—Así es.—Continúa él, como si yo no estuviera planeando en la forma más fácil de destriparlo—. Es sencillo y si lo que dicen sobre ti es cierto, entonces está bien dentro de tus capacidades. A cambio mi jefe te sacará de aquí y te proveerá refugio del consejo.

Hago caso omiso del insulto escondido allí, como si no fuera capaz de realizar cualquier tarea que su jefe tuviera en mente—. Cualquier refugio o trabajo inútil que me pueda ofrecer tan solo será temporario, el Consejo jamás se detendrá, así que tu preciado jefe no tiene nada que me interese.

—Lo dices como si creyeras que el Consejo estará allí para siempre—responde él divertido—, pero mi jefe tiene planes y en tan solo unos meses, con tu ayuda, el Consejo podría ser cosa del pasado.

¿Destruir una organización de centenares de años de la noche a la mañana? Este sujeto debía de estar drogado.

—Eso es imposible—replico simplemente, sin ganas de discutir con un demente.

El hombre suspira, pero lo deja ir—Consejo a un lado, el trabajo no tiene que ver exactamente con eso. Pero dependerá de una cosa.

No debería de preguntar, no debería de caer en su trampa. Pero la curiosidad me gana—. ¿Ah, si? ¿De qué depende este plan desquiciado?

—¿Que tan fuerte es tu deseo de destruir a Ryan Chase?


Y... ¿Que les parece? ¿Cuales son sus teorías respecto a Sammara?

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