8.1-No todo está perdido

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Las imágenes de los santos que tiene en la mesa no dejan de mirarlo. 

Sobre la biblia de cuero descansan los nuevos resultados de las encuestas.

Desde que realizó el movimiento político recomendado por Castaño y se alió con el evangélico, los índices de favorabilidad empezaron a subir. Sin embargo el crecimiento aún no es suficiente. Todavía está en riesgo de quedarse por fuera de la contienda electoral.

Tiene que encontrar algo más.

Toma el periódico que está sobre la mesa y empieza a ojearlo. Es de hace una semana, aun así lo revisa con la esperanza de encontrar algo en su interior que le pueda servir. Se encomienda a Dios en el proceso.

Lo que más encuentra son noticias sobre las inundaciones causadas por el periodo invernal.

La cantidad de damnificados es enorme y están empezando a desplazarse a las grandes ciudades en busca de protección. Tal vez sea un nicho interesante para explorar: en los momentos más difíciles de nuestra vida es cuando más ávidos estamos de la palabra de Dios.

Unas cuantas frases de esperanza y un par de tamales serían suficientes para ponerlos de su lado. Nunca hay que subestimar el poder que tiene un buen plato de comida.

Toma el teléfono y marca el número que más usa.

Diga, jefe ―le contesta Magda.

―¿Vio lo de las inundaciones?

Sí, señor ―suena extrañada.

―Quiero hacer un evento de caridad para los damnificados que llegaron a Bogotá.

¿Disculpe? ―no puede disimular el asombro.

―Sí, quiero ponerlos de mi lado. Ya sabe, darles unos cuantos tamales y llevarles algo de música. Y la misa, no olvide la misa.

Magda guarda silencio mientras anota las demandas de su jefe. Ortiz continúa ojeando el periódico.

Entiendo ―responde finalmente la mujer.

De pronto algo llama la atención del político en ese viejo diario: una noticia en la que aparece la palabra «milagro».

¿Será eso lo que necesita?

La lee por encima y decide que eso es justo lo que estaba esperando, quiere tener a esa joven entre sus filas. Una enviada de Dios que le ayude a legitimar su gobierno frente a las masas.

¿Necesita algo más, señor? ―pregunta Magda.

―Sí ―cierra el periódico y lo vuelve a dejar sobre la mesa, la foto sonriente de Amalia le devuelve la mirada―. Prepare el carro y consiga el teléfono de la joven del milagro.

Sí, señor.

Alexander Ortiz se levanta de su silla y se acomoda los tirantes. Antes de salir de su oficina se persigna frente a la enorme cruz que cuelga de la pared de fondo, aquella que mandó a hacer en su época de procurador con el dinero que recolectó entre sus colegas. Pasa las manos por su cabeza para arreglar el poco el cabello que le queda.

Una vez están dentro del vehículo, Magda no deja de hacer llamadas con el fin de organizar el evento de caridad.

Parece que ya tienen el lugar y la fecha, ahora solo falta alguien que les ayude a convocar a la comunidad. Entre más gente, mejor. Incluso si no se trata de damnificados. Hay que demostrar que son capaces de atraer multitudes.

La prensa también está invitada, solo para que le ayuden a mejorar su imagen ante el país. Un artículo en el periódico hablando sobre su obra de caridad nunca está de más.

Ortiz quiere que el evento sea lo más pronto posible, las elecciones se acercan precipitadamente y desea aumentar sus números rápido.

En la política los números lo son todo.

Magda no termina de colgar la última llamada cuando le llega un mensaje a su celular con los datos de contacto de la joven del hospital. Le muestra a su jefe el contenido del mensaje.

―Llámela usted, pero yo quiero hablar personalmente con la persona encargada. Es mejor si escucha mi voz, no tendrá problemas en recibirnos inmediatamente.

Así lo hacen.

El teléfono suena un par de veces antes de que alguien lo atienda, es una mujer. Se presenta como la mamá de Amalia Caballero. Ortiz repasa mentalmente el nombre pero no le suena, tal vez porque lo único que le interesa de ella es la palabra «milagro».

Aun así disimula.

Apenas menciona su propio nombre la voz de la mujer al otro lado del teléfono cambia. Ahora está asombrada, como él se lo esperaba.

Le comenta que está en camino para conocer a su hija, es más está a solo unas cuadras del hospital. Ella confiesa que no tiene problemas en atenderlo inmediatamente y que para su familia es bienvenido en cualquier momento.

Se despiden y él cuelga. Desde donde se encuentra puede ver la capilla de techo triangular.

Magda es la primera en bajarse del carro, seguida muy de cerca por él.

Es importante que ella vaya adelante para que anuncie su llegada. Detrás de ellos su séquito de guardaespaldas pagados con los impuestos de los ciudadanos. Su seguridad es lo mínimo que deben garantizarle por haber ocupado un cargo tan importante como el de procurador.

Como no caben todos en el ascensor, Ortiz envía a Magda en uno ella sola y él sube con su esquema de seguridad en otro. No puede darse el lujo de quedar desprotegido. No es que sea paranoico pero no sería la primera vez que matan a un político en campaña.

La historia colombiana está manchada de sangre.

Está llegando a la habitación cuando ve una escena un tanto peculiar: una joven sale corriendo sin zapatos. Tiene tanto afán que casi se lleva a Magda por delante. Poco después sale otra joven con unos tacones en la mano.

Aunque su jefe queda un poco aturdida por la bienvenida, retoma rápido la compostura. Ambos entran juntos a conocer a la chica del milagro.

La danza del carnero [Tomo I: Grimorio]Where stories live. Discover now