Bésalo, ¡ya!

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Canción: Bésala. [La Sirenita]

—T-Tranquilízate, España, joder...—balbuceó Italia del Sur, pegado a la pared, preso entre el cuerpo del hispano. Este volvió a golpear la pared con su puño derecho, conteniendo las ganas de que su antiguo yo saliera a la luz. — ¡Me estas dando un susto de muerte!

— ¿Quién tiene la culpa? —gruñó con voz mucho más grave de lo normal, metió la otra mano por las caderas de Romano, atrayéndolo más a él.

— ¡Fue la única forma! El imbécil de mi hermano no se estaba creyendo la mentira.

— ¡Y eso qué! ¡No me gusta que me seas infiel! —gritó enojado, quitando el puño de la pared para tomar a Romano de la nuca. —Paso que coquetees infinitamente con cualquier chica guapa que veas, ¡pero esto es diferente! ¡Besaste a otro!

— ¡No sentí ni una mierda, la maldita patata se quedó estática!

—Ah, con que querías que se moviera.

—Estás cambiando mis palabras, imbécil, pareces loco.

— ¿Ahora estoy loco? —farfulló entre sus labios, sus ojos verdes parecían casi rojos, Romano se hizo pequeño entre sus brazos, sintiendo las manos del español deslizarse por su trasero. —No quiero que olvides que me perteneces.

—Umgh. —jadeó el sureño, arañando el pecho contrario. —Basta.

—Te voy a enseñar lo que es un beso de verdad. —susurró España, tomando sus labios entre los suyos, Romano gimió entre ellos al sentirlo pegarse por completo a él. En sus caderas las manos de su exjefe lo atraía, pegando ambas pelvis; en su boca, era una explosión de sensaciones, España apresaba su labio inferior, luego el superior, lamía un poco y repetía la acción.

Eso era un beso de verdad, no como los de Alemania.

—.—.—.—.—

Italia del Norte se arregló el corbatín de su uniforme de entrenamiento, feliz de que su hermano decidiera no acompañarlos ese día. Desde el informe a España su hermano se mantuvo distante del germano por unos días, quizás tenía que ver con el dolor en la parte baja de su cadera o quizás porque la platica sirvió. En cierta forma se sentía culpable, pero se le pasaba en cuanto rememoraba el beso de Alemania y Romano.

—Italia-kun, es hora de bajar al entrenamiento. —anunció Japón, apareciendo por la puerta. El italiano sonrió, volviéndose a él.

— ¡Claro, Nipón! —sonrió este.

—Maldito hermano idiota, ¿para esto me invitas a hacer ejercicio? ¡Ejercito mis ganas de matarte por hacerme esperar! —reprochó Romano, apareciendo al lado del japonés. — ¡Andando, culo gordo!

— ¿Vas a venir con nosotros, hermano? —preguntó Veneciano, parándose en seco. Japón se quedo estático en la esquina, visualizando a los gemelos. — ¿Por qué?

— ¿No eres tú el que más me jodía con que fuera? —rezongó Romano. —Sí el imbécil patata va a ser mi esposo, tengo que acoplarme de cierta forma a su modo de vida.

Vee~

—Nada de "vee~", cierra tu puta boca y trae al chino a la de ya, que el sol se pone cada maldito día más caluroso. —reprendió, saliendo de la habitación. Japón frunció la boca, negando con la cabeza, ¿cómo Romano podía ser un país si ni siquiera sabía la diferencia entre China y Japón? Necesitaba unas buenas clases de geografía e historia mundial.

Veneciano murmuró algo por lo bajo, haciéndole una seña a Japón para que lo siguiera.

Ella está, ahí sentada frente a ti.

Plan BWhere stories live. Discover now