A veces duele

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Emrys se movió y su calor la abandonó, la desolación ocupó un lugar especial en él mientras dormía. Había estado soñando con campanillas de cristal, estrellas y el suspiro de la tierra en los bosques, todo tan placentero. Entonces la conciencia surgió y lo primero que no fue lo que había dormido en una posición sumamente incómoda. Se levantó y su cuello se quejó.

-Maldita sea -Juró por lo bajo, moviéndolo lentamente. Dolía como el infierno.

Abrió los ojos a la claridad de la mañana en la salita de Emrys, una manta roja cubriéndole, el radiador se cerró haciendo un ronroneo. Por un segundo se preguntó qué demonios hizo allí, luego lo recordó. Tronó sus extremidades, estirándose casi como un gato. Merlín no estaba por ningún lugar.

Tomó la manta, estaba seguro de que eso no estaba allí anoche; era suave y desprendía el aroma de Emrys, notas sutiles a magia. Con la mente embotada, se levantó y fue hasta las botas, luego de ponerselas, tomó sus cosas y salió al pasillo de las escaleras. Abajo, se escuchaba un leve murmullo de voces charlando con tensión.

Al bajar la escalera pudo ver que Louisa y Emrys estaban sentados a la mesa, hablando, tazas de café en sus manos. El brujo estaba cabizbajo pero fue el primero en verle. Un rubor subió por el cuello hasta las orejas y las mejillas antes de que hundiera la cabeza de nuevo en su bebida.

-Buenos días, Alex -Saludó con una sonrisa dulce, volviéndose en la silla con su taza de café. Notó que las uñas estaban pintadas de un azul bonito.

-Buenos días.

Mordred se dirigió a los dos y terminó de bajar, dejó sus bolsas al pie de la escalera; parado en la entrada, fue obvio lo tímido que Emrys parecía en general, su mirada nerviosa por todos lados, como si no quisiera mirarle. Una sensación dolorosa le invadió cuando Merlín no respondió a su saludo; quizá había cruzado una línea la noche anterior.

—¿Quieres desayunar? Puedo prepararte waffles o huevos.

—No, está bien. Debo irme —Dijo, quizá con demasiada rapidez. Lou asintió decepcionada, las comisuras de sus labios bajando en reproche mientras le echaba una mirada al silencioso Emrys. Mordred esperó solo unos segundos para ver si él decía algo, pero no lo hizo—. Nos vemos, entonces.

No esperó más y caminó para tomar sus cosas. Se puso la bufanda y los guantes antes de abrir la puerta, el silencio de Emrys siguiéndole como un demonio. No lo entendía para nada, habían compartido un momento íntimo ¿Qué demonios le sucedía? Por los dioses ¡Había llorado en su hombro! ¡Había dormido en sus brazos! ¡Había acariciado su cabello! ¡Le había dicho...!

Mordred dejó de pisar fuerte y su cara, chapeada de rojo por el frío, se torció en confusión. Le había dicho algo a Emrys por el vínculo, aunque no podía recordar con certeza qué. Nunca se había atrevido a usar el vínculo mental antes, por temor a que el brujo descubriera el secreto; suspiró, al menos había estado dormido, no podría haber daño por usarlo cuando no le escuchaba. Sin embargo, sabía que había dicho algo importante. ¿Le habría susurrado que era él? Lo dudaba, suicida no estaba en su lista de descripción.

Un zumbido atrajo su atención, del bolsillo de su abrigo sacó el móvil. Docenas de llamadas brillaron en la pantalla y al menos diez mensajes. El más reciente parpadeando. Lo abrió. "Mamá: Cariño, por favor, responde. Estamos preocupados."

Recorrió el historial, su padre había escrito algunos, incluso Paul le había texteado diciéndole que sus padres le buscaban. Llamó a su madre primero.

—¡Por Dios! —Exclamó ella con un alivio palpable al otro lado de la línea. Mordred siguió caminando—. ¡¿Dónde estás?! ¿Sabes acaso que hora es?

Dos vidas, un problemaWhere stories live. Discover now