Detalles

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El amor, más allá de lo que cualquier poeta se ha atrevido a escribir sobre él, parece más un demonio que un ángel.

Entra por donde menos lo esperas. Causa inquietud, angustia, desesperación. Genera placer, dolor y paz, siempre dependiendo de cómo lo trates.

Es un contrato forzado y sin esperanza de renovación, uno en el que vendes tu alma a cambio de un brillo en los ojos. Podría quebrarte en dos pero mientras eso sucede vives flotando en alucinaciones más vívidas que la que cualquier droga pudiese ofrecerte.

Flotas, sueñas, vives y respiras el olor de aquel a quien estás encadenado.

Y crees que no puedes vivir sin este contrato.

Sin embargo, para los lugares olvidados en el tiempo, el demonio se esconde en los detalles. Es ahí donde el amor se convierte en un ente infernal.

Mirando en las manecillas del reloj una eternidad a pasos cortos, unos labios agrietados se atreven a articular una sombra enceguecida de luz. A cada "te amo" murmurado entre paredes mohosas y desteñidas, se suma un contrapunto, un peso inerte que pocos se atreven a considerar.

Es tan infinitesimal como la distancia entre un electrón y el núcleo, pero igual de significante. Es tan enorme que un año luz se cuenta en medio segundo, y a la vez deja de tener sentido.

A los ojos escondidos tras rizos grises y perdidos, podría parecerle despreciable tal comparación. ¿A quién le importan los átomos si los cuerpos celestes se siguen atrayendo?

"...Y sin embargo, se mueven" Decía o no dijo nunca un tal Galileo.

Es ese detalle que hace del amor un demonio. O el demonio que hace al amor de detalles.

En cada "te amo" que habían escuchado los oídos de esa mujer a quien el reloj dejaba atrás, faltaba ese detalle. Esa consideración que habría hecho un contrato irrompible y sellado con sangre.

Los detalles no eran flores carmesí ni cajas de chocolate. Era ese beso en la frente después del trajín del sexo por la mañana.

El detalle eran los dedos entrelazados sin más unión que la de una promesa bien guardada en el pecho. Eran las manos sosteniendo un rostro anegado en lágrimas, era esa canción cantada al oído a media noche.

El amor más sincero no se gritaba en el clímax de una entrega sin compromiso, se susurraba repartido en pequeños besos perdidos en la línea del cabello, que bajaban hasta el cuello y se perdían ahí donde los corazones de un par de enamorados latían a la par.

Ese detalle, que podría ser el demonio más bello; vivía dormido en los ojos de aquellos que se miraban en vez de ver las estrellas. Nacía en la risa llevada en un soplo de brisa en otoño.

Los demonios, como el amor, son detalles. Detalles que hacen de un motel destartalado un infierno, repleto de pequeñas grietas cuidadas y dejadas por la mano de un Dios envidioso; que la gente y alguno que otro idiota suele llamar "tiempo". 

Cuentos de amor y otras desgraciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora