Interludio

47 5 2
                                    


Miras en la ventana los indicios de una mañana sellada al vacío de la expectativa.

Señalas en cada arruga de tus manos los surcos que deja el tiempo para sembrar en la existencia, para cuando llegue la cosecha cultivar esos frutos, esos que nunca llegaron a ocupar tu vientre.

Recuerdas el pasado. La muerte de tu padre. El silencio de tu madre y el dolor de dejar el hogar. El abandono, el reemplazo. La sencillez de la que goza la soledad. El momento en el que llegaste a ese lugar, apenas con un nombre y sin ganas de seguir.

Y cuando él vio el dolor en tus ojos, llenando cada rincón de ternura decidiste que ese sería tu nido. Sin pensar en el tiempo, ni en la edad. Sin pensar en el alcoholismo que algún día te lo arrebataría, sin dejar nada atrás. Ni un pequeño fruto de su amor.

Buscaste en otros brazos, en otros labios, que encendieran en ti la misma llama que algún día hubo en tu corazón, y ninguna se le acercaba. Superaban en intensidad, mas no en duración. Y viste como poco a poco en tu pelo crecía la escarcha que antelaría la frialdad, la incapacidad, aunque en otro tiempo ya te supieras marchita pero en silencio, y dentro de ti, esperabas lo contrario.

Una explicación a la desdicha buscaste por mucho tiempo mientras las estrellas fugaces llegaban llenando de vida una casa de todo el mundo, donde cabía el universo en tus manos.

Y a la vez estabas tan vacía, sin un brillo en los ojos, pero encontrando en el amor ajeno las más intrínsecas figuras. Encontrando palabras jamás dichas en suspiros entrecortados. Escuchando juramentos que no durarían más que unas cuantas horas y acompañando melodías de intérpretes desafinados.

Y sin darte cuenta querida estrella, llenas cada rincón de tu brillo. Y de repente, y solo quizás no seas un agujero. Tal vez cuando cierras los ojos, eres otra supernova.  

Cuentos de amor y otras desgraciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora