- Mi más sentido pésame. — El hombre dijo rápidamente, casi de manera mecánica. Asaiah no le respondió y apenas le miró. Antes de salir yo fabriqué mi mejor sonrisa para de alguna manera agradecerle, a fin y al cabo el hombre solo estaba haciendo su trabajo.

Caminamos de vuelta a la camioneta sin decir nada más. Asaiah aseguró a lata en el suelo detrás del asiento de conductor antes de entrar y sentarse. Con las manos en el volante y la mirada hacia adelante, aun permanecía callado e inmóvil. Coloco una mano sobre su brazo y l sacudo un poco, con la esperanza de lograr que me mire.

- Asaiah. — Susurro su nombre con delicadeza y voltea. — Ya está, terminó.

- No. — El niega con la cabeza. — Está muerto y aun tengo que hacerme cargo de él. — Masculla. — Dejó por escrito que yo tenía la responsabilidad de disponer de su cuerpo. No podía llevarlo a donde están mi madre y mi hermano... No podía. — Llevo mi mano a su mejilla y cierra sus ojos por un segundo. — Ni siquiera sé que opinaba de la cremación, pero no importa... Ahora... Ahora no sé que hacer con sus cenizas. No quiero tenerlas, pero no sé que hacer con ellas. — Me acerco lo máximo que me permite la palanca y lo rodeo con mis brazos, él instintivamente pasa sus brazos por mi cintura y me atrae hacia él.

A veces es sobrecogedor ver su aspecto vulnerable, detrás de ese hombre duro e imponente esta ese muchacho perdido y un poco roto. Mi corazón se rompía cada que lo veía así, pero también me impulsaba a seguir luchando, seguir con él y demostrarle que poco a poco era posible arreglar sus piezas.

- Ey, tengo una idea. — Susurro en su oído, haciendo que se alejara lo suficiente para verme.

- ¿Qué? — Pregunta con el ceño fruncido.

- Solo dame las llaves, yo conduzco.

Primero estaba algo renuente, pero no se negó, me dio las llaves de la camioneta y cambiamos de lugar. En mi mente ya aparecía un sitio en el que Asaiah podía dejar las cenizas de su padre, un sitio lo bastante alejado de los pocos buenos recuerdos tenía, pero que al mismo tiempo respetaría su muerte.

Así quedaba corroborado una vez más la enorme bondad que había dentro del corazón de Asaiah. A pesar de todo lo que había sufrido gracias a ese hombre aun sentía la obligación de hacer lo correcto.

Otra hora más se fue mientras conducía. Salí hacia la carretera, con dirección al oeste, hacia lo costa. Asaiah estaba tan cansado que no pudo evitar quedarse dormido, no fue por mucho tiempo, pero por al menos veinte minutos pude escuchar unos leves ronquidos sobre la música que sonaba en el estéreo. Despertó no mucho antes que llegáramos a la locación final, ya podía ver la costa.

- Christina... — Susurra.

- Espera. — Piso el acelerador un poco más y al lado de mi pasa como un nubarrón la pequeña playa que él me llevó hace no mucho tiempo atrás. — ¿Recuerdas esa playa? — Señalo rápidamente con mi mano izquierda, haciéndolo voltear hacia es dirección.

- Sí, fue donde te mostré mis tatuajes. — Puedo ver por el espejo retrovisor como frunce el ceño. — ¿No quieres ir ahí, cierto?

- No. — Niego con la cabeza para dar más énfasis. Sigo la carretera hasta llegar a una desviación y subir por la pendiente de una pequeña colina. — Una vez vine con Clarisa a la playa y llegamos hasta acá.

Subimos por unos metros más, no mucho. Estacioné la camioneta cerca de un árbol, alejándonos lo suficiente de la autopista. Estábamos un par de metros sobre la costa, pero aún así se podía acceder a ella si pasábamos sobre el riel de contención.

- Vas a tener que seguirme. — Dije antes de abrir la puerta y bajar del auto. Abro también la puerta de los asientos traseros y al ver la lata me quedo helada por un momento. Ahí está Massimo Civatti, o al menos lo que queda de él. Me inclino para tomar las cenizas y en cuanto cierro la puerta me encuentro con Asaiah.

Ángel - (Tercera parte de Bestia)Where stories live. Discover now