DIECINUEVE

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ES IMPORTANTE QUE LEAN EL MENSAJE DEL FINAL UNA VEZ QUE TERMINEN DE LEER EL CAPITULO.


CAPITULO XIX: Peón de su amor.

Día 15 de la desaparición de Eire.

Los suelos aún no eran matizados por el alba, pero estaban siendo pintados por las huellas de los trabajadores que madrugaban para adecuar sus despliegues y productos que pondrían en venta. Lennox, quien no había pegado los ojos en toda la noche, se hallaba acondicionando sus cosas en la carreta de dos ruedas que transbordaba a todos lados.

Cinco espadas, cualesquiera de distinta complexidad, sin contar las dos que tomó Eire, sonrió recordando su obstinado carácter y al darse cuenta de aquello plantó la seriedad nuevamente en su semblante; quince dagas, de las cuales seis se las ocultó en sus ropas, cadenas, sogas, agua y galletas, y lo más importante para Eire: los libros de astrología. Libros que nunca leía pero ella insistía en que eran importantes.

–¿A dónde iras?,¿Por qué no te quedas conmigo? –Susurró su madre para no despertar a las muchachas que estaban durmiendo en el suelo de la sala.

–Voy a irme de Kalkun –Contestó directo. Como si no hubiera problema alguno.

–¿Irás a Eshada? –Lennox asintió –¿Sabes que no importa a que parte del mundo vayas, ellos siempre te encontraran?

–A ti no te encuentran aún.

–Eso es porque me quedo en un solo lugar, oculta. En el palacio yo tenía la protección y aquí estoy mezclada con los pueblerinos, tú también deberías quedarte. Irte lejos es un capricho Lennox.

–No lo es, Maeve me busca, es la reina y quiere ver mi cabeza clavada en un poste –Le recordó.

–No voy a obligarte a permanecer aquí, pero no te voy a permitir que te la lleves –Ordenó mirando a Eire a través de la ventana pequeña.

Lennox se relamió labios, preparándose para confesar algo que a su madre iba a molestarle: –Voy a ir con ella.

–No, si te la llevas –Amenazó, tomándose unos segundos para pensar en algo –,avisaré a los guardias.

–¿Qué? –Preguntó con su semblante transformado –¿Serias capaz de entregar a tu propio hijo por un afán? –Malvina alzó su rostro enalteciéndose, aun así sus ojos estaban susceptibles –¿Por qué no quieres que esté con ella? Dame una razón, madre –Berreó en susurros –. Dame una razón veraz y te permito que la lleves a su hogar.

Malvina tragó en seco al momento que una lagrima humedeció su moflete. No había nada capaz de desconectar su contacto visual, tan intenso como clavos.

La rubia se petrifico ante sus ganas de confesarle la verdad, su parentesco con la princesa. Pero aquello implicaría muchas cosas.

Tendría que contarle la historia completa, como Malvina y Jaha se conocen desde que eran pequeños.

Solían jugar en el jardín del palacio, siempre a escondidas porque no permitían que un príncipe se apiñase con la hija de una criada. Pero era tarde, la pequeña Malvina había encantado a Jaha desde el principio de los tiempos, tanto que se casaron simbólicamente a los diecisiete justo antes de Jaha tener que casarse con Maeve para asumir el trono.

Habría que decirle que Eire era su hermana y romper por completo el corazón de su hijo.

Era una historia larga, tan llena de amor como trágica.

Herederos de sangre: La BrechaOnde histórias criam vida. Descubra agora