DOS

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CAPITULO II:  Deliciosa escasez.


1369 D.C

La castaña se palpó el pómulo, justo en donde él la había rozado en sus ensueños.

No recordaba con exactitud desde cuando soñaba con el chico, pero desde hace mucho ansiaba dejar de hacerlo, porque estaba echando flores a una imagen, algo que ella consideraba absurdo «Enamorarme del producto de mi imaginación, que lata».

Las visiones eran recurrentes, ella creó una personalidad magnifica, con imperfecciones que logró amar pero el envase era el hijo de una cocinera del palacio.

«Inadmisible»

No estaba al tanto de su nombre, no sabía cómo olía o que tan alto era, desconocía si tenía algún lunar o pecas, nunca lo había visto de cerca, excepto en sus sueños, en donde ella había pintado tres lunares alineados que adornaban en su mentón y ligeras líneas de expresión en su frente.

Cualquier individuo perteneciente a la magnificencia tenía prohibido establecer relación con la servidumbre, entonces ella cumplía con lo ordenado. Le molestaba esa regla pero debía efectuarla.

Lo único que sabía del chico es que era muy avispado y por eso su padre lo había dejado al mando de la biblioteca, se dice que él leyó cada palabra, de cada hoja, de cada libro; si eso fuera autentico, la chica sentiría admiración, en sus años de educación -la mejor educación- ella no había leído ni la mitad, ni la décima parte de esa librería pues, era descomunal y sus cartillas estaban en múltiples idiomas.

–Eire, Eire... -El señor robusto cerró el libro tan rudamente que la muchacha se sobresaltó y al fin prestó la atención que el profesor deseaba. Ella apartó su vista del suelo de madera al que se había quedado viendo y talló sus ojos al hombre que estaba en pose de jarra frente a ella –Está muy ensimismada Princesa.

–Qué falta de respeto de mi parte, lo lamento profesor -El robusto rodó sus ojos –. Estoy avergonzada.

– ¿En qué pensaba?, ¿Acaso estaba filosofando, Mademoiselle? -Su profesor de idiomas y filosofía era un gran amante del estudio y además poseía un peculiar acento francés que resultaba muy juguetón, se la pasaba leyendo y aprendiendo, decía que nunca era bastante y pretendía que Eire, compartiera el mismo amor por el saber que él.

–Observaba... ¿Qué sabes del bibliotecario? -Comentaba mientras lo señalaba, se encontraba a varios metros, sobre una escalera móvil acomodando libros en orden alfabético – ¿Es verdad que leyó cada libro?

–Madre de las lociones, por supuesto que no, nadie leyó aquí más que yo.

–No cualquiera es el administrador de todo una biblioteca, el posee conocimientos sobre cada libro -La Princesa dejo de mirar al muchacho para ver a su profesor a los ojos, que resaltaban mucho debido a su uniforme amarillo brillante, parecían dos perlitas finas y ovaladas de color cielo –. Ni siquiera usted con tanta sapiencia logró algo como eso.

–Como sea, continuemos con la clase querida, hoy tiene esgrima y sabe usted que me pone nervioso la violencia, estábamos en la filosofía políti...

No terminó de completar la frase, Eire se estaba sacudiendo y un viscoso líquido plateado salía de su boca, el Profesor solo se dignaba a pegar unos gritos agudos que llamaron a la curiosidad del chico a sus espaldas, quien velozmente se marchó para pedir ayuda, su gruesa voz resonó por todo el pasillo y al instante una muchedumbre se acercó para tener puestos los cinco sentidos en la Princesa, quien estaba tensa y no dejaba de temblar.

Herederos de sangre: La BrechaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora