5.

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Este teléfono parece carpintero, porque hace rin, porque hace rin... ―Cantó animadamente, moviendo su cabeza, a la espera de que finalmente su receptor se decidiera a atender.

―El número que ha marcado...

―¡Ah! No me contestó ―murmuró dando final a la llamada, antes de que continuara el tono del buzón―. ¿Por qué nunca atiende?

―Quizás está ocupado ―susurró a su espalda su amado, sentándose detrás de ella, sus manos abrazando su cintura, su cabeza apoyándose sobre su hombro, mirándole con demasiada adoración.

En momentos como ese, se preguntaba ¿Qué había hecho bien, para tener alguien como él?

―¡Ese Luisin nunca me contesta! Tendré que jalarle las orejas.

Erick se rio, evidentemente divertido con una pequeña rabieta. Resultaba tan adorable ver dibujado en su rostro tal gesto.

―¿Casi terminas? La cena se enfriara ―señaló presionando con la punta de su dedo una de sus mejillas, un gesto un poco infantil, pero viniendo de él recibía mas que gustosa.

―Casi, es solo que mañana llegare tarde y quería dejar todo listo... ―Erick colocó un beso en su cuello, que le robó las palabras y puso su piel de gallina―. ¡Erick!

―Yo creo que todos saben lo que deben hacer, tranquila.

―¡¿Cenaremos o no?! ―escuchó gritar a Oscar, antes de que el sonido de una moto le siguiera.

Intercambió una mirada divertida con Erick, quien se movió ayudándola a ponerse de pie. Esperaba que le llevara a la cocina, pero no hizo intento por moverse. Tirando de su cuello, depositó un beso rápido en sus labios y sonrió con un niño travieso.

―Cenemos ―dijo imprimiendo una nota oculta en su tono, que ella no tuvo problemas para descifrar.

En noches como aquella, podía descansar, no solo tener su compañía, sino por la certeza de sus chicos, como los llamaba, guardaban su espalda.

***

―No ―negó apuntándolo con el dedo, dando un paso atrás, manteniendo las distancias. Sintió el temor, cuando sus felinos ojos se entrecerraron. Si, desde luego que ese pequeño minino era de cuidado, no tenía idea porque lo puso en la mira, pero los pequeños arañazos en sus brazos eran la prueba de que seguía sin acostumbrarse a su presencia, como había asegurado Fres que ocurriría con el paso de los días―. Quedamos en no meterse el uno con el otro ―argumentó tercamente, como si realmente el pequeño pudiera entenderle.

No, no lo hacía.

Dio un gruñido, mostrando sus garras. ¡Demonios! ¿Por qué ese gato no lo quería como su dueña? Él no les odiaba, le parecían lindos y había de todo para ganarlo, incluso comprarle comida especial, pero nada daba resultado. Irónico, como el único obstáculo entre los dos, era ese animalito, ya que ni la diferencia de edades, ni la opinión de sus padres los separaron.

Fres le amaba, le consentía como a su hijo y justo por eso intentaba ser como su padre, pero... era como una misión imposible, con todo y las heridas del combate.

La puerta de la entrada se abrió y una cansada, pero sonriente Fres entró, dándole un enorme alivio. ¡Uf! Se acababa de salvar... de nuevo. Aunque tendría que pensar en algo para ganarse a ese pequeño.

Quien ronroneo, moviendo su cola, antes de dar un par de vueltas entorno a su dueña.

―Oh. Yo también te extrañe ―cuchicheó inclinándose para acariciarlo.

Los ojos del felino le miraron, como si le presumiera que le atendía antes que a él. Se limitó a observar, hasta que lo dejó ir y le dedicó una sonrisa antes de acercarse y darle un beso.

―Llegue.

―¿Qué tal tu día? ―preguntó ayudándole con sus cosas y a quitarse el abrigo.

―Atareadas. Estamos pensando en contratar más personal. ―Sus hombros se cayeron, demostrando su agotamiento. Como admiraba y quería a esa mujer, muy mala o difícil que fueran las cosas, no perdía su encanto, ni la sonrisa. Se inclinó y reclamó su boca, interrumpiendo brevemente su explicación―. ¡Oye! ―bromeó dándole un pequeño empujón en el pecho.

―Te escuchó ―aseguró tirando de ella, para que se acomodara en el piso, junto a su pequeña mesa de centro―. ¿Contrataras más?

―Aja. Tenemos muchos pedidos y regalos pendientes.

―¿Se han quejado?

―¡No! ¿Cómo crees? Y no quiero que pase, además, estoy segura de que no lo dirían. Por eso mismo, quiero al menos buscar un par para cada departamento.

―Buena idea ―afirmó acomodándose detrás de ella, como era su costumbre, comenzando a masajear sus hombros. Al primer toque ella gimió ladeando la cabeza.

―Me encanta...

―Deberían irse al cuarto.

Ambos se volvieron para ver a Oscar sentado frente a su laptop, había pasado desapercibido.

Esperaron a que volviera a su tarea y Erick siguió masajeando sus hombros, en silencio, rotó solo por los suspiros y gemidos de ella.

Inevitablemente, se inclinó para besarla y así, terminaron rodando en el piso.

―Deberías descansar ―sugirió acomodando un mechón de su cabello.

―Me gusta estar aquí ―murmuró abrazándose a su cintura.

―Pero estarás mas cómoda, además, hoy te toca programa.

―Lo sé y me iré, si vienes conmigo.

―Si lo hago, no te dejare dormir ―dijo mordiendo su oído. Sintió como su cuerpo se arqueó, respondiendo al toque. No era un gran amante, dicho esto por la experiencia, pero Fres le hacía sentir seguro, con sus expresiones, con su entrega, su pasión.

Se colocó sobre ella y buscó su boca, disfrutando de la fluidez que siempre existía entre ellos...

―Son imposibles ―gruñó su cuñado, empujando la silla y caminando hasta que se escuchó cerrar la puerta de su habitación.

Fres soltó una risilla, cosa que lo deleitó. Ella no había sido de ese modo al inicio, temía demasiado al que dirán y a las apariencias. Sin embargo, en ese momento era capaz de reír de una situación tan rara como esa o de dejarse besar en el suelo de su casa. Si, el amor a ambos les había cambiado. Ya que admitía que a su lado aprendió sobre responsabilidades y madurez, pero sobre todo, como robarle una sonrisa.   

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