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La sonrisa que se dibujó en su rostro, fue algo imposible de detener, lo había sido desde que despertara esa mañana y ni siquiera a causa del tráfico o el molesto compañero de asiento del transporte se desvaneció. Estaba feliz, se sentía entusiasmada, como hacia bastante no estaba. Tampoco los interminables pedidos que parecían llegar para las hadas la podían afectar.

Dulce de leche con cubierta de chocolate blanco. Aun tenía mente su pedido y la manera en que rostro se iluminó cuando el mesero llevo su helado a la mesa. Augusto Andra tenía muchas facetas, interesantes, que esperaba poder conocer.

Fijó los ojos en la pantalla, visualizando exactamente como deseaba el cliente la portada y que elementos podría usar...

La puerta de su estudio de abrió, de una modo brusco e inesperado, lo que le hizo levantar el rostro y mirar desconcertada a Mari. Su amiga no era de las que iban irrumpiendo en otras oficinas, siempre se anunciaba o preguntaba y su expresión tampoco era habitual. A veces tenía malas mañanas, pero...

―Dianna, ¿Cómo es que eso de que tuviste una cita?

El saludo que había estado a punto de emitir fue descartado al instante.

¡Demonios! ¡Lo sabía!

Pero, ¿Cómo era posible? Se suponía que nadie sabía que había salido con Augusto, justamente para evitar ese tipo de escenas. Porque si algo a veces le irritaba, era que todo el mundo parecía dispuesto a discutir su vida íntima, negándose a compartir la suya. No era el caso de Mari, pero conociéndola, posiblemente comenzaría a darle consejos y diría que no le convencía. Si, quizás ya no estuvieran justan, pero lo suyo era algo más profundo y que tal vez no todo el mundo entendería.

―Buenos días...

―No, no me quieras desviar el tema ―advirtió acercándose a su mesa de trabajo, señalándola con el dedo―. Habla. ¿Con quién fuiste? ¿Y por qué no me dijiste?

Si, sin duda estaba en un buen lio. No es que no confiara en ella, pero incluso ella misma quería probar que tal iban las cosas antes de decir o admitir algo. Ciertamente, le había gustado la salida, sencilla, sin pretensiones y a sus instintos, Augusto se comportó respetuoso, pero sin ser demasiado indiferente.

―No fue una cita ―mintió queriendo escapar de sus 20 mil preguntas, esas que tan bien le salían―. Solo una salida con amigos. ―Otra mentira.

―Eso no fue lo que escuche ―gruñó sin dejar de mirarla de modo acusador―. Mica dijo que estabas muy arreglada, que parecía que fueras a salir con un chico. No mientas, Diannis.

Diannis. Bien, era una buena señal de que tu temperamento estaba disminuyendo...

Un pequeño sonido llamó la atención de ambas, que volviéndose miraron a uno de los costado de la oficina de Dianna, encontrando a un espectador.

―Isela, ¿Qué estás haciendo allí? ―Fue Mari quien cuestionó la llegada de la mencionada, que con libreta en mano, parecía demasiado concentrada en sus anotaciones.

―Nada. Ustedes sigan, yo solo... ―hizo un gesto con la mano―. Aquí recabando datos.

―¿Qué? Esto no es de ships y es un asunto serio, así que shu. Fuera.

―Pero...

―¡Isela! ¿Quieres que le diga al guardián que no te estás portando bien?

Ella hizo una mueca, pero pareció no estar dispuesta a recibir la furia del Ave María y dándole una última mirada a ella, se dispuso a salir.

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