Capìtulo 31

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"Cuantas veces debo decirte que no entres en mi habitación nena", de seguro esas hubiesen sido sus palabras si me encontraba durmiendo en su cama.

Saque las sabanas de encima mío y deposite la rosa sobre el escritorio de Bastian. Me sorprendí de ver todos sus libros de matemática apilados y un par de hojas que parecían ser resúmenes prolijos. Nunca había visto a Bastian concentrado estudiando pero así todo parecía que le iba bien. Era un maldito cerebrito.

No sabía qué hacer, quería ir al hospital para comprobar como estaba Bastian pero a la vez sentía cierto impulso por ir a buscar a Nate y pedirle explicaciones. Nada de esto tenía sentido, entendía que tuviesen problemas entre si y que la manera en que dejaron a Bastian era la manera en la que cuando había problemas en este tipo de banda los arreglaban pero así todo algo no cuadraba. Me faltaba una ficha del rompecabezas.

Ir a buscar a Nate sola sin ningún tipo de protección sería un suicidio, era algo más que obvio y tampoco podía ir con un cuchillo de cocina a probar mi suerte contra un arma de fuego. Necesitaba una verdadera arma y alguien que me respaldara.

Ciertamente no podía ir a una tienda y pedir un arma pero tampoco era capaz de meterme en el mercado negro por el simple hecho de que tardaría mucho y porque no quería involucrarme con la escoria humana que se allí se encontraba. Pero entonces que podría hacer.

Prepare café y lleve una taza conmigo al sillón donde me senté en posición india. No encendí el televisor, solo observe con detenimiento como el líquido dentro de mi taza giraba interminablemente e intente concentrarme para buscar una solución. Café humeante, café caliente, café contenido en una taza, café encerrado, café negro... negro como el pelo de Bastian, negro como la ropa que casi siempre usaba Bastian, negro y turbio como esta situación, situación de bandas, bandas de criminales, criminales que siempre estaban en algún lio, criminales que no andarían por la vida sin un arma encima. Bastian debía de tener algún arma guardada, sería absurdo que no la tuviera.

Deje mi taza llena de café sobre la mesa y corrí nuevamente a la habitación de Bastian. Revolví sus cajones pero solo encontré hojas y lápices, busque bajo su colchón y tenía un par de billetes, bajo su cama no había nada, dentro del placar solo había ropa y cajas con papeles. Bastian no era estúpido, no dejaría un arma donde cualquiera pudiese encontrarla pero tampoco estaría en un lugar en el que cueste acceder en caso de necesitarla. ¿Dónde?

Estaba perdiendo la paciencia, la situación se me estaba yendo de las manos y no podía remediarla, el hijo de puta de Nate me debe una explicación y cuando me la diera la grabaría y luego ese sería mi As bajo la manga para entregarlo a la policía. Pero necesitaba algo para defenderme, algo que me proteja.

Cansada de todo tome la almohada de Bastian y la estrelle contra la pared una, dos y tres veces hasta que sentí un ruido metálico. Rápidamente abrí la almohada y tras destrozarla un poco encontré lo que buscaba. Era una pistola pequeña, no parecía difícil de utilizar pero así todo podría googlearlo, internet siempre tiene las respuestas. Estaba a punto de devolver la almohada a su lugar cuando algo llamo mi atención, era brillante y pequeño. Lo tome entre mis dedos y me sorprendí al descubrir que era una pequeña pulsera de oro, era extremadamente chica ya que estaba en su máximo extensor rodeando solo tres de mis dedos. ¿De quién será?

Intente no pensar mucho tiempo en la pulsera y tan solo la guarde en mi bolsillo por miedo a que se perdiera si volvía a introducirla en la almohada ahora destrozada. Tenía un arma en la mano y solo me quedaba contactar con Nate.

Tome mi celular sin perder más tiempo y llame a su número. Un pitido, dos pitidos, tres..

_ ¿Diga?_ contesto con su tono arrogante.

Cállame con un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora