Capítulo 12

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Capítulo 12

    Un balde de agua fría caería, la mañana siguiente, sobre lord Edward Collingwood, al saber que ella había desaparecido. Dejando en la mesa de noche de su habitación aquellas tres cartas escritas con lágrimas. Una era para su padre. Otra, para aquel hombre, donde le confesaba su dolorosa verdad. Y la última, para su amiga, para que las entregara, explicándole el motivo de su decisión.


— Se ha ido... Se ha ido... — dijo Sandra al correr a donde se encontraba su tía.

— ¿De qué hablas?

— Caroline se ha ido...

— ¿Cómo que se ha ido? ¿A dónde? ¿De regreso a su hogar?

— No... No ha dicho a donde. Se ha ido para siempre...


     Esa mañana, una visita que no esperaban llegó a la puerta de lord Edward Collingwood. Era un viejo amigo de Eton, que por casualidad de la vida vivía en el mismo lugar que Caroline y Sandra. Y conocía realmente a ambas.


— ¿Así es que recibes a un viejo amigo?

— Harold... ¡Qué sorpresa!... En verdad es que no te esperaba en mi casa.

— He venido por unos asuntos de negocios, y por ello, se me ha ocurrido también venir a visitarte.


     Lord Collingwood le invitó una copa de coñac, mientras empezaban a hablar de lo que en esos días había sido de sus vidas. Hasta el instante en que aquel caballero tocó el tema de que realmente se estaba enamorado de su prometida. Que al fin la había conocido y no podía dejar de pensar en cuanto quería que llegase el día de su boda.


— Realmente me alegro por ti... Pero...

— ¿Pero qué? — preguntó sorprendido al ver una expresión de extrañeza en su rostro.

— Es que me describes a Sandra de una forma distinta a quien es realmente...— bebió un poco de su bebida.

— ¿De qué hablas?

— Es que más bien pareciera que me hablaras de su amiga inseparable... De la señorita Caroline Peyton.

— Debes estar equivocado... De quien te hablo, es de mi prometida... —sonrió asombrado de que a Harold le pareciera que le hablara sobre Caroline en vez de Sandra, cuando en la realidad, él había tenido poco trato con la Caroline Peyton que conocía.

— Tal vez... Sólo que... ¿Cómo te explico?... La Sandra que conozco es algo superficial y algo engreída. La que me describes, es dulce y...Tan parecida a la señorita Caroline Peyton, que juraría que de quien me hablas, es de ella... No de tu prometida.


    En ese instante, el mayordomo le interrumpió diciéndole que tenía la visita de Caroline Peyton y que exigía hablar con él con carácter de urgencia. Por lo que le dijo a su mayordomo que le dejara pasar.


— Te demostrare que estás equivocado...


     Sin embargo, él equivocado había sido él para su desgracia.


— Señorita Ashford...— le expresó su amigo Harold, haciéndole una reverencia que ella respondió, mientras su expresión se veía asombrada.

— Señor Smith... — respondió ella, sintiéndose al fin descubierta.

— No entiendo... — expresó lord Edward Collingwood con extrañeza.

— ¿Podemos hablar en privado? — le expresó la verdadera Sandra. Haciendo que su mundo se desvaneciera lentamente, aún sin comprender todo aquello que sucedía.

— Ya yo me iba... Nos vemos luego, Edward. Estaré uno días en la casa de mi abuelo.


      Sandra esperó a que Harold se marchara y con una actitud cautelosa, se llenó de valor. Era momento de decir quien era y que la había llevado hasta allí. Sabía que su amiga había huido. Y fuese lo que la había impulsado a hacerlo. Ella no regresaría ni siquiera a casa de su padre. Y eso la hacía sentir a ella culpable. Ella había involucrado a su amiga en su tonto plan. Amenazándola, conociendo su debilidad.


— Ella nunca quiso mentirle... Se opuso. Pero fui yo quien la amenazó al decirle que hablaría con mi padre para que dejara de ayudar al suyo... Ella, sin embargo, intentó decirle la verdad. Y... Se ha marchado. Se ha marchado pidiéndome que le deje esto, después de lo que ha ocurrido entre ustedes. Y estoy preocupada por ella...

— ¿Me mintieron?

— No tuve otra alternativa... Yo no quería casarme con usted. Y ella necesitaba un hombre con fortuna. Lo hice pensando en la dos.

— ¿Y pensando en su bienestar si lo lograba?... ¡Como si yo fuese una clase de premio!

— Ella le ama... Le ama, realmente...

— Lamento no poder corresponderle a una mentira... — dijo secamente—. Y si se ha marchado, espero que Dios se apiade de ella. Pues, en lo que corresponde a mí, esta mentira se ha acabado. Como el compromiso que nos unía, señorita Ashford. Puede retirarse...

— Lea su carta... Léala...

— No tengo necesidad de hacerlo. Es mejor que la quemé en el fuego... — dijo con intenciones de hacerlo. Pero se contuvo.

— ¿Qué diferencia hay si ella fingía ser yo?... Usted jamás puso los ojos en mí. Sino en ella. Usted de quien se enamoró fue de ella...

— Márchese señorita... Aproveche de que me encuentro de buenas. Antes de que la saque a la fuerza... Y olvide por completos los modales que debe tener un caballero.

— No se preocupe, me iré... —expresó al darse por vencida. Sintiéndose culpable.


     Lejos de allí...


— Lo siento, Edward... Lo siento...— decía Caroline en un susurro, bajo lágrimas, que solo podía escuchar el viento, mientras ella se dirigía en aquella diligencia al sur de Inglaterra. A Southampton.


     Southampton, aquella ciudad del sur de Inglaterra y uno de los principales puertos del Reino Unido, que se encontraba situada aproximadamente a mitad de camino entre Portsmouth y Bournemouth, y unos 110 km al sudoeste de Londres. Sería su nuevo hogar. Allí buscaría algún empleo como sirvienta o institutriz. Dejando su vida atrás, al igual que su pasado.


Blanca Mentira (Editada)Where stories live. Discover now