Capítulo 5

15.9K 1.3K 21
                                    

Capítulo 5

    Caroline Peyton odiaba ser una mentira en frente de aquel caballero. Sin embargo, cada instante, en que había tenido la oportunidad de decir que no era realmente quien él creía que ella era, le hacían sentir impotente al ir descubriendo aquel sentimiento que ella misma se había prohibido. Pero había crecido en contra de su propia voluntad.


     No podía, se lo negaba... Ella era simplemente una mentira. Pero todo lo que sentía era cierto.


—¿Qué sucede?— le preguntó Sandra al ver a Caroline preparando su equipaje.

— Me iré de regreso...

— ¿De qué hablas? ¿Por qué piensas irte?

—Porque no puedo seguir fingiendo lo que realmente no soy... ¿comprendes? Me estoy enamorando en contra de mi voluntad de tu prometido...

—¡Eso es genial! ¡Maravilloso!

— ¡No!... ¡No lo es!— dijo irritada y molesta consigo misma, porque la única culpable de todo aquello era ella misma.

— ¡Claro que sí lo es!

— ¡Sandra acaba con esta mentira de una vez y dile la verdad! — sus lágrimas empezaron a llenar su rostro. Ella realmente no podía más.

— Te lo dije que a su momento lo haré...

—Entonces, yo hasta aquí te ayudo... Iré al jardín a tomar aire. Necesito respirar.


    Como era de costumbre, Edward Collingwood fue a visitar a quien creía que era su prometida. Sin esperar aquello que habría de suceder, aún en medio de todo lo que ocurría sin él saberlo.


    Se acercó a aquel lugar, pero en esa ocasión, ella se encontraba sola en la glorieta que se encontraba en el jardín de la tía de su verdadera prometida. Subió los escalones y entró en la fresca sombra. Se enderezó y encontró su mirada de asombro y desilusión.


— Buenos días, Sandra...Luce usted muy hermosa esta tarde.

—Buenos días, Edward... Tomé asiento... Gracias por sus palabras... Me ha asombrado verlo esta tarde.

— Espero no haber llegado en mal momento...

— No... No lo ha hecho... Disculpe, si me he expresado mal...

— No se apene... No me ha ofendido con sus palabras.— sonrió al ver el rubor en sus mejillas—. Es un bello día, ¿no le parece?

— Ciertamente...— dijo como excusa al sentir su mirada sobre ella. No quería verse tan evidente ante lo que sentía.


     Aquel lugar había sido construido para resguardarse del sol. Tenía paredes por tres lados y el techo sobresalía unos tres palmos de las paredes laterales. Estaba en medio de aquel jardín, acondicionado también para tomar el té si se deseaba un lugar aún más privado.


— He estado pensando en cuanto me siento honrado en ser su prometido.— sonrió, sin saber el error que cometía al decir lo que decía—. Una vez tuve la duda si estaba haciendo lo correcto. Y al conocerla, al fin encontré la respuesta... Es todo lo que había esperado de la vida...

— Me halaga, lord Collingwood...—fingió sentirse honrada con aquel cumplido, mientras olvidaba llamarlo con su nombre, como él una vez se lo había pedido.

— ¿Crees en el destino, Sandra?— preguntó. A pesar de no ser participe de esa creencia.

— ¿Por qué lo pregunta, lord Collingwood? —inquirió al no sentirse digna de tutearle, aun cuando él ya lo había hecho.

— No soy participe de la creencia del destino... Soy de los que piensa que es uno quien se labra sus propios caminos. Y las decisiones de hoy repercuten en el futuro. Pero he estado pensando mucho en usted en estos días, como un regalo del cielo.

— ¿Cree que Dios a querido que nos conozcamos? —después de hacer esa pregunta, se entristeció de haberla hecho. Sabía perfectamente que no había sido idea de Dios.


     Ella se puso de pie, caminó un poco lejos de su presencia y desvió la mirada, al mirar hacia al horizonte y luego sus manos.


—Lord Collingwood, he de ser honesta con usted. Solo creo en las coincidencias.— dijo al pensar la respuesta, rogando que la verdadera Sandra apareciera en ese momento—. Soy de las que piensa que Dios solo busca siempre nuestro bien, aunque no entendamos su manera de guiarnos. El destino no existe, si así fuese, no tendría ningún sentido hablar del libre albedrío. Nadie tomaría el camino incorrecto en su vida...

— Es un buen punto. Sin embargo, ha sido Dios que ha querido que nuestras familias nos comprometieran, sin habernos conocido antes.


    Caroline agradeció estar de espalda a él, mirando hacia el horizonte, al sentir que una lágrima recorriera su rostro. La secó para que él no fuese testigo de ella. No había una verdad más clara que ella era simplemente una farsante. Y no se merecía que él sintiera aquel sentimiento por ella. Un hombre como él, se merecía a una mujer que le amará profundamente y nunca le mintiera, como ella lo había hecho durante todo ese tiempo en que se habían conocido.


    <<  A veces encontramos lo que no queremos escuchar. A veces nos cruzamos con un camino que jamás pensábamos encontrar. Y a veces nos topamos con momentos que jamás pensábamos hallar...>>, se dijo a sí misma, mientras su corazón le pedía decir la verdad.


   Lord Collingwood se acercó a ella, al observarla un poco distante, quería mirarle a los ojos. Ver en ellos, cuales eran los sentimientos de ella. Se colocó en frente de ella. Rozó su rostro con su mano derecha, notando que ella empezaba a temblar. Prohibiéndose en silencio lo que sentía por él.


  Antes de que pudiese pensar en algún pretexto por el cual negarse de plano al beso que pensaba darle en los labios. Su primer beso. El rostro de Caroline expresó una inmensa sorpresa. Mostrando que no se esperaba que él quisiese acercarse más a ella.


    La besó con suavidad, moviendo con delicadeza sus labios sobre los de ella, esperando que ella respondiera también.


—Lo siento... Lo siento...— dijo al detenerlo, mirándolo con dolor y huyendo de aquel lugar. 

Blanca Mentira (Editada)Onde histórias criam vida. Descubra agora