Capítulo 9

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Capitulo 9


     Caroline sabía que no era habitual que una dama fuese a la casa de un caballero, sin compañía. Pero, ella sentía que el tiempo se le iba de las manos. Y no podía soportar seguir mintiéndole a lord Edward Collingwood y que él se estuviese enamorando de ella, siendo una blanca mentira llamada "Sandra".


     Sabía que le agradecía mucho a su amiga. Su gesto de meter sus manos para que su padre ayudase al de ella, era un gesto sincero. Pero, por más que le estuviese agradecida, su raciocinio le pedía hacer lo correcto. Decir la verdad. Ponerse al descubierto en frente de aquel caballero, aunque su corazón después fuese herido. Necesitaba pedirle disculpa en nombre de su amiga y el suyo propio. Explicándole las razones que habían llevado a ambas a mentirle.


     Así que se dispuso a hacerlo, después que la noche llegó. No podía esperar otro día. Otro día de mentiras la mataría. Sabiendo la manera en que aquello cambiaría sus vidas para siempre. Aquella noche, sin importarle que empezaba a llover, ella no cambió de parecer ni retrocedió de regreso. Siguió su camino a la casa de aquel caballero, como se lo había propuesto. Aquella noche, Caroline, había tomado la mayor decisión de su vida. Dejando atrás todo el protocolo que implicaba ser quien era ella. Sin que su amiga o la señora Blackmore notaran su ausencia.



— Señorita, ¿qué desea? — expresó el ama de llave de lord Collingwood, después de abrir aquella puerta que tocaba Caroline de manera desesperada.

—Busco a su amo. Busco lord Collingwood. —expresó con una actitud firme, mientras temblaba a causa del frio al encontrarse empapada—. Y dígale que no me iré de aquí, hasta lograr hablar con él...

— Señorita, mi señor está durmiendo...

— Se lo ruego... Despiértelo... Dígale que su prometida ha venido a verlo... Dígale que estoy aquí...— expresó en un tono de suplica.


    Lord Collingwood se encontraba en su estudio, leyendo un libro, cuando el ama de llave tocó a su puerta.


— Disculpe lord Collingwood. El mayordomo no se encontraba, por lo que tuve el atrevimiento de abrir la puerta de su hogar. La señorita Sandra Ashford ha venido a verlo, aunque no son horas de visitas. La joven asegura que se trata de un asunto de suma importancia.

— No te preocupes, Julianne. Hazla pasar.



    Al verla entrar en su estudio, aun a pesar de su aspecto. No podía ocultar que se asombraba lo hermosa que era. Sintiéndose inquietado por su visita. ¿Había sucedido algo en casa de su tía que le hubiese impulsado a visitarle?



— ¿Ha sucedido algo?_ expresó con preocupación. Percatándose que tenía los ojos rojos de tanto llorar.

— He venido porque necesito hablar con usted...

— Mandare que hagan té... Está empapada a causa de la lluvia... Fue muy peligroso para usted, haber venido a este lugar... Tome asiento... Pondré un poco más le leña en el hogar.

— Por favor, no se preocupe por mí...— dijo, negándose a tomar asiento. Pero él no le escuchó. Se preocupaba el hecho de que ella pudiese volverse a enfermar.

— Haré que traigan toallas... Debería cambiarse... Puede volverse a enfermar.

— Estoy bien... Estoy bien...— pero mentía. El viaje a pie hacia aquella propiedad bajo aquella lluvia, la había hecho de repente sentirse mal. Pero ella quería hacerse la fuerte. Había una verdad que no podía esperar más.



     Caroline se sentía ahora entre la espada y la pared. Sentía que una parte de ella hacía lo correcto. No quería ser una mentira para aquel caballero. Ella solo podía arreglar todo, aunque su propia felicidad se desvaneciera en aquella decisión.



— Debo hablar con usted... No hay tiempo que perder. Por favor, lord Collingwood... No se preocupe por mí...


    Después de decir aquellas palabras intentó dar un paso, pero se resbaló. Había sentido que todo se ponía de repente gris alrededor de ella. Por lo que se le había hecho imposible continuar por sí misma, por más que quisiera. Se sentía débil. Y no quería sentirse así. No justamente en ese instante.




— No me mienta. No se siente bien...— le dijo al ver que ella intentaba nuevamente ponerse de pie, sin querer su ayuda, pero no podía—. Estarás bien, te lo prometo. Lo que tengas que decirme, puede esperar para después... Estás caliente. De seguro te has refriado...— agregó al tomarla en sus brazos, a pesar de su negativa.

— Por favor...Debo...

— Lo que sea... No será de importancia para mí, hasta que usted se sienta bien. — dijo al interrumpirla.




      La llevó a una habitación de invitados, mientras daba indicaciones a sus servidumbre de cómo debían tratarla. Ella era "su prometida", su futura esposa, y necesitaría de su atención. Al mismo tiempo, en que envió al mayordomo en busca de un médico para que la viera. Había observado al tocar su frente, que ella volvía a ponerse caliente. 

Blanca Mentira (Editada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora