—Están aquí amado mio, temo que están aquí —suspiró Afrodita. Sin soltar su mano, Ares tomó asiento a su lado, de manera que quedaron frente a frente, necesitaba saber que le ocurría.

—Cuentame, dime lo que ronda tu mente —rogó Ares preocupado.

—Temo que debemos dejar de vernos —soltó Afrodita, aún sin verlo a la cara.

—No, dame una buena razón para dejarte —exigió Ares molesto por sus palabras.

Afrodita se removió incómoda en su lugar, no podían demorar, Hefesto llegaría en cualquier momento, su trabajo en el Tártaro estaba terminando.

—Estoy encinta —dijo Afrodita con voz dulce, soltó su manos de Ares para acariciar su vientre plano.

Ares se quedó helado, no podía comprender lo que su diosa le acababa de confesar, debía ser un error.

—¿Quién es el padre de tu bebé? —preguntó Ares aturdido.

—Hefesto es el padre —respondió Afrodita con seguridad, haciendo que Ares se levante rápidamente, como si estar cerca de ella le quemara —Ahora entiendes porqué ya no puedo verte, ésto se acabó.

—No lo creo, no creo que te hayas entregado a ese adefesio, dime la verdad —exigió Ares, sus ojos rojos brillaban de celos. Pensar en su diosa bajo el cuerpo deforme de su esposo, la rabia corría por sus venas.

—Mi deber como esposa, es brindarle mi cuerpo cuando él así lo quiera, yo...

—¡No pretendas ser la esposa ejemplar! No cuando te has entregado a mi cada vez que él se marchaba —reprochó Ares tratando de controlarse, si desataba su furia, los demás dioses se percatarían de su presencia en el palacete.

—¡No te atrevas a juzgarme! No tienes idea de lo que es vivir en cautiverio, éste bebé es mi felicidad, es lo único que quiero... ahora lárgate de mi hogar —ordenó Afrodita desde la comodidad de su sofá, desechó a su amante como una basura, lo había utilizado.

Ares no discutió, marchándose del lugar para no volver nunca más. El tiempo pasaba, el vientre de Afrodita empezó a notarse, Hefesto todas las noches le llevaba manjares para sus antojos, bajaba al mundo mortal para llevarle joyas preciosas y todo lo que ella le pidiese.

—Los Destinos anunciaron el nacimiento para esta media noche, querido —comentó Afrodita recostada en los brazos de Hefesto, ambos estaban en la cama mientras él acariciaba con ternura su abultado vientre.

La diferencia entre ellos era evidente, Afrodita con su piel nivea y tersa, sus ojos azul brillantes era hermosa. En cambio la piel grisácea de Hefesto, su cuerpo delgado, magullado y ojos grises opacos le daban una apariencia enferma.

—La hora se acerca, ¿Te encuentras lista para el parto? ¿Quieres que llame a Artemisa? —preguntó Hefesto preocupado, la diosa del parto podría ser necesaria para traer al mundo al bebé.

—No hará falta, no la quiero aquí, sólo te necesito a mi lado, esposo mio —murmuró Afrodita, acariciando la barba blanca de Hefesto.

Con cuidado, Hefesto depositó un beso en su vientre y otro en su frente, se levantó de la cama y se acomodó su túnica negra, con su cogera fue a quedar frente al balcón, dando la espalda a su esposa.

—¿No te parece que el padre debe estar presente? —preguntó Hefesto con aparente calma.

—¿Qué estás diciendo? Tu eres el padre querido —respondió Afrodita sorprendida.

—¿Sabes? El día que nací, mi madre antes de lanzarme del Olimpo se encargó de que no tuviera descendencia —comentó Hefesto sin inmutarse —Por temor a que mis hijos salgan deformes e inútiles como yo.

Condenados - #2 Trilogía Redención (PAUSADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora