1. Van a volverme loco.

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Alejado del Olimpo, el dios de la guerra tenía su morada en las tierras lejanas de Tracia. Su palacete oculto a la vista de los mortales, se alzaba a las afueras de la ciudad, hecha de marmol negro, iluminada con antorchas, sus dominios eran hermosos como salvajes. Rodeados de perros de gran tamaño color negro, éstos guardiaban de cualquier dios atrevido que llegara sin invitación.

La noche estrellada iluminaba la tranquila velada sobre Tracia, sólo el llanto de un bebé rompía la calma en el palacio. Dos recién nacidos estaban envueltos en pieles de cordero sobre la cama del dios, uno de ellos dormía plácidamente mientras el otro no cesaba su lamento.

Ares estaba a los pies de la cama sujetándose la cabeza, estaba dolido, confundido y preocupado. Afrodita le juró amor para poder utilizarlo, llevaba a sus hijos en el vientre y nunca se lo dijo; ahora él tendría que encargarse de ellos, ¿Qué sabía un guerrero de criar niños? ¿Qué haría a partir de ahora?

Su mente trabajaba a mil por minuto, no podía abandonarlos en algún hogar humano, descubrirán que no son bebés normales, esos cuernillos los delataban. Cuando los olímpicos se enteren de su aventura con la diosa del amor, ambos quedaran marcados como infieles y sus hijos, unos bastardos.

El llanto de la criatura lo ponía más nervioso, no podía pensar bien. Molesto, se levantó de la cama para agarrar una fuente de frutas que tenía cerca, ¿Qué comen los bebés?

Sin entender exactamente que hacer, fue con la fuente hasta la cama, probó con uvas, pero casi se ahoga al tragarlo entero, el pedazo de manzana sólo lo babeo y lo lanzó. En un descuido de Ares, el infante sujetó su dedo para llevarlo a la boca y chuparlo suavemente, increíblemente con eso se calmó un momento.

El dios aprovechó para observar a su hijo, sus manos eran diminutas, frágiles, pero lo sujetaban con fuerza. Tenía la piel blanca, notó que las pequeñas protuberancias de su cabecita eran de un tono azul, mientras las de su hermano eran negras. Un pequeño estornudo despertó al gemelo, quién empezó a removerse inquieto, con su mano libre, Ares lo acarició sobre la panza, haciendo que se relaje y para su sorpresa, una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro regordete.

Una extraña sensación invadió su pecho al ver así a sus hijos, eran parte de él, los portegería con su vida.

—Ustedes van a volverme loco, ¿No es así? —murmuró Ares, con un suspiro, tomó a los gemelos en sus brazos rumbo al sur.

A los bordes del rio Nilo, una mujer de piel bronceada, llevaba un vestido de gasa blanco, su lasia melena negra caía hasta sus caderas. Su cintura estaba marcada con cinturón de cuero y piedras preciosas, su brazos adornados con brazaletes de oro; estaba de rodillas en la orilla, observando la calma de las aguas azules de aquel mágico lugar.

—¿A qué has venido Ares? — preguntó sin voltear a verlo.

—Sé que no te caigo bien Hécate, pero... necesito tu ayuda. —respondió Ares.

—Te he dicho mil veces que no voy a ayudarte en batalla, no me gusta la sangre sobre mi. —reprochó Hécate molesta, a pesar de ser el dios de la guerra, no siempre salía victorioso, en varias ocasiones le había pedido ayuda para ganar alguna batalla importante.

—No es eso, yo, no se como explicarlo...—el discurso de Ares se vio interrumpido por una pequeña série de estornudos.

Aquél peculiar sonido hizo que Hécate volteara casi al acto, sus ojos blancos estaban abiertos como platos al ver aquella estampa. El poderoso Ares, dios de la guerra, personificación de la brutalidad y la violencia, con su armadura de bronce sobre su túnica rojo sangre, sostenía con cuidado dos pequeños bultos en sus brazos.

Condenados - #2 Trilogía Redención (PAUSADO)जहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें