Prólogo.

8.1K 463 151
                                    


Alejado de los lujos y el brillo del Olimpo estaba un palacete humilde, de color opaco, sin brillos ni adornos, la morada de Hefesto.

Ares había visitado al dios maldito en varias ocasiones, el herrero tenía el don de hacer armas magníficas y muy poderosas, el dios de la guerra estaba interesado en una en especial, no pensaba irse sin ella.

El taller estaba vacío, las forjas estaban apagadas, no había rastro del herrero. Ares comenzó a vagar por el lugar, buscándolo salón por salón, hasta que llegó al cuarto principal, donde ella se encontraba.

Afrodita, la diosa del amor, estaba acostada en una enorme cama llena de almohadas, sus torneadas piernas se dejaban ver por el costado de su túnica, su largo cabello dorado estaba esparcido en la cama, su generoso busto estaba casi al descubierto debido al escote provocativo de su vestido, con ambos brazos extendidos sobre su cabeza, era toda una provocación.

—¿Ves algo que te gusta Ares? —ronroneó Afrodita, fijando su mirada azul en el joven dios.

Él había quedado estático en la entrada del ostentoso cuarto, el único con lujos en todo el palacete. Vestido con su toga roja y armadura de bronce, el cabello corto, negro como la noche y los ojos rojos, era atractivo, su cuerpo formado para la batalla era la obsesión de la diosa.

—¿Dónde está tu esposo? —preguntó Ares, recorriendo la habitación hasta quedar frente al balcón, observando el mundo de los mortales.

—Está en el Inframundo, pasa mucho tiempo con Hades, están reforzando las cadenas de los Titanes en el Tártaro —respondió molesta, con un suave movimiento se levantó de la cama y fue hasta el dios, para acariciar su brazo y pegar su cuerpo al suyo. —Puedes quedarte a esperarlo si gustas, no recibimos muchas vistas.

—Detente Afordita, ya hemos pasado por ésto, no va a suceder —declaró Ares apartándose unos pasos para quedar frente a frente, la luz de la luna que entraba por el balcón besaba la figura de la diosa, dándole un aura mágica. —He venido sólo para que Hefesto cree un arma para mi.

—¿Por qué sigues rechazandome? ¿Acaso no me encuentras hermosa? —cuestionó ella, que con un osado movimiento, desprendió la joya de su túnica, dejándola caer a sus pies, mostrando su cuerpo desnudo.

Ares no podía apartar la vista de aquel monumento de mujer, perfecta hasta el último detalle, sus senos, su cintura estrecha, sus amplias caderas y torneadas piernas, era un cuerpo para amar.

—No podemos y lo sabes, si tu esposo se entera...

—No lo hará, Ares, te deseo y sé que tu también me deseas...—murmuró Afrodita acercándose hasta quedar a centímetros de su cuerpo —¿Por qué retrasar lo inevitable?

Sin poder resistirse más, Ares tomó a la diosa por el rostro y selló sus destinos con un beso. Sus manos recorrieron cada curva de su cuerpo, profundizando el beso, la sujetó de las piernas levantándola con facilidad, sin dejar de besarla, la llevó hasta su cama para poseerla.

Desde esa noche, Ares visitaba el palacete cada vez que Hefesto marchaba al Inframundo, para deleitarse con la diosa del amor, entregando no sólo su cuerpo, sino también su corazón.

Afrodita estaba vestida de seda, con un delicado vestido de color verde semi transparente, se encontraba recostada en un sofa de hierro que Hefesto le fabricó, para que disfrute de la vista en el balcón. Ares, como todas las noches fue a verla, al llegar a su lado se arrodilló ante ella para besar su mano con devoción.

—Estás más bella cada noche mi diosa —comentó Ares con cariño. Con esas palabras, Afrodita siempre le respondía con un beso, pero esta noche estaba distante, su mirada seguía fija en el mundo mortal —¿Qué ocurre? ¿Donde están tus pensamientos?

Condenados - #2 Trilogía Redención (PAUSADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora