•Mitad•

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—Dinero.

—¿Seguro? —preguntó él.

Asentí con seguridad sin temor ni vergüenza. Algunas personas se avergüenzan de decir que les gustaría tener dinero, pues yo no.

—Te digo algo... Si lo piensas, el dinero no vale nada.

—¿Cómo?

—Ya sabes, es sólo un papel plastificado, y la gente se encargó de ponerle un dibujito y un valor. Si nadie lo hubiese hecho, seguiría siendo un papel común y ordinario.

Me quedé en silencio mientras lo miraba.

—La gente, las personas, son las encargadas de darle valor a las cosas, un valor que ellas estiman conveniente, un valor, el cual hace que todos quieran poseerlo.

—¿Y qué valor tendría que darte para poseerte?

Rió con timidez.

—El que prefieras.

—El que no se pueda calcular.

—¿Soy valioso?

—Más de lo que crees.

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No pedí la cuenta y fue idiota, sólo dejé billetes sobre el mesón y ahora me estoy arrepintiendo de eso. ¿Qué tal si debía más? O ¿Qué tal si sobraba? Ah... Ya no importa, ya no hay caso, no me iba a devolver para contar y ver si pagué lo correcto o no. Como sea, seguía lloviendo.

¿Se preguntan si me mojé? Claro que sí, más de lo que pensé. Se acuerdan que dije que "sí corro llegaría seco a mi hogar", pues no fue así. El café me dejó algo adormecido, calmado, cosa extraña ya que se supone que el café te reanima, pero como yo no sé ni un carajo sobre el café, me daba igual.

Ahora estoy caminando lo más despacio posible inconscientemente sobre el pavimento. Llueve como la mierda y mi abrigo está comenzando a estilar y a pesarme sobre la cabeza, así que me saqué el gorro e intenté cubrirme con la bufanda, pero tampoco funcionó.

Era curioso. Ese chico, aunque me causaba gracia sentía una vibra extraña, un deja vú, un sueño, como quieran llamarle.

Un pleito que nunca se llevó a cabo, una salida que nunca terminó, un abrazo que jamás se soltó, unas palabras que no tuvieron fin. Así me sentía: incompleto.

Poco a poco, la bufanda se resbalaba sobre mi cabello y la dejé reposar en mi hombro mojado, como dije antes, no tenía caso tratar de cubrirme, después de todo, siempre terminaba bajo la lluvia.

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Las llaves sonaron detonantes dentro de la cerradura anunciando mi llegada, con botas llenas de agua, un cabello rociando gotitas sobre el suelo y un abrigo colgando obeso sobre mi antebrazo.

—¡Craig! —escuché que mi madre gritaba.

Antes de poder decir algo o poder moverme, sus brazos rodearon mi cuello entumecido y sin importarle la temperatura de mi cuerpo, se apretó a mí como si no me hubiese visto en años.

—¿Dónde estabas? —inquirió con urgencia mientras me retiraba el abrigo y posaba sus manos sobre mis mejillas.

—¿Eso importa?

"A tres lagunas de ti"『Creek 』Where stories live. Discover now