C U A R E N T A

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La mancha sobre la mesa parece resistirse a la segunda limpiada a la que la someto; en mi defensa diré que no estoy usando toda la fuerza del mundo y quizás por eso no la he podido quitar

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La mancha sobre la mesa parece resistirse a la segunda limpiada a la que la someto; en mi defensa diré que no estoy usando toda la fuerza del mundo y quizás por eso no la he podido quitar. Andy está descansando y como soy encargada, no hay nadie que me reprenda por mi manera nada buena de trabajar.

El ser humano tiende a ser pesimista, es parte de la naturaleza de las personas. Yo soy de las que estaba acostumbrada a ver el vaso medio lleno siempre sin importar la situación pero parece que últimamente el lado vacío es el único que puedo ver. Es complicado cada noche caer en cuenta de que no estoy estudiando, de que mis padres se olvidaron de mí, de que el chico del que me enamoré era el incorrecto y además, que la única persona que podía hacerme sentir menos miserable ya no está. Me decidí a no llorar pero eso viene con una cláusula involuntaria que me obliga a no sonreír tampoco. Mis compañeros de trabajo han respetado de lejos mi duelo y han evitado hablarme más de la cuenta; más que nada porque les dije explícitamente que en lo posible me dejaran sola.

Es un martes lento y tranquilo, llevó más de cincuenta minutos limpiando las escasas diez mesas que hay en el establecimiento y suspirando cada tanto sintiendo los párpados pesados por las pocas horas de sueño que he podido consumar estos días.

Por el rabillo del ojo veo a un hombre mayor, alto, de traje que ingresa pero no le presto gran atención, dejé a Gia en la caja mientras yo limpiaba y sé que no me necesita para atenderlo. Las pisadas del hombre apenas y son audibles en el suelo recién trapeado pero las siento en crescendo en mi dirección. Giro la cabeza y lo veo dirigirse a mí.

—En caja le colaboran, señor —digo amablemente, señalando a Gia.

El hombre me sonríe y niega con la cabeza, levanto la vista y veo lo alto que es, las muchas arrugas que surcan sus ojos color cenizo y los contornos de su boca, hacen que un click se dispare en mí, no puedo evitar notar algo familiar en él mas no lo identifico.

—¿Eres Carolina Anderson? —Termino de enderezar la espalda y dejo el trapo sobre la mesa. Asiento con un deje de desconfianza—. Mucho gusto, mi nombre es Benjamín.

Tardo doce segundos en reconocer quién es. Y aun entonces no lo asimilo.

—¿Benjamín? ¿Benjamín qué?

—Sí, soy ese Benjamín —responde, haciendo un énfasis especial en "ese". Es el primer amor de Adam.

Por un instinto que no logro atajar a tiempo, me abalanzo a abrazarlo. Abrazo que él responde con menos intensidad por la escasa fuerza propia de su edad pero con un cariño impropio de alguien a quien acaba de conocer. Y de nuevo suelto a llorar, porque tener compasión no hace más que recordar lo que hiere y dejar que salga.

—Se me fue —sollozo en su hombro. El hombre acaricia mi espalda y lo siento asentir con una tristeza compartida—. Me dejó sola...

—¿Puedes hablar ahora?

La no protagonista de una historia de amor •TERMINADA•Where stories live. Discover now