Capítulo 10

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«El que quiere nacer, tiene que destruir un mundo.»

Demian, Hermann Hesse

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―¿Es Yuzu?

Silencio, solo guardé silencio.

―Entonces creo que podría entender...

Me di la vuelta súbitamente y me acerqué a él con dos zancadas quedándome a centímetros de su cara.

―Como te atrevas a decirle algo a mi abuelo, te juro que―

Hacía tiempo que no estaba tan cerca de su cara, la última vez hacía meses, quizás un año, cuando aún a veces pretendía que lo quería a ratos, forzándome a mí misma a intentar quererlo para poder soportar un futuro con él, besándolo por iniciativa propia y arrepintíendome poco después.

―Mei, no soy así, pensaba que lo sabías ―decía, algo entristecido, con su tono afable―. Tengo buenos recuerdos de Yuzu, es una buena chica, y a ti te aprecio y me importas, espero que lo sepas. Solo que...

―¿Qué? ―le espeté, realmente sin la intención de sonar tan desagradable, pero la situación y la conversación me causaban ansiedad.

―Espero que la sociedad os pueda aceptar, o al menos vuestro entorno más cercano ―me dijo, compadeciéndose de mí.

Sentí rabia al imaginar la realidad de la sociedad que él estaba mencionando, y me sentía algo más ligera al creer que estaba más cerca de Yuzu. Quería parecerme a ella, que me importara un poquito menos la opinión de personas externas. Además, era un miedo basado solo en estereotipos interiorizados, aún no había recibido el rechazo ni la mutilación social que imaginaba que quizás recibiría. O quizás no.

Tenía que intentarlo. Se lo debía a Yuzu.

―Gracias por tu comentario ―le dije.

Y cuando me disponía a ir a dormir a mi habitación tuve el pensamiento emergente que me decía que era necesario pedir perdón.

―Udagawa...

―¿Sí?

―Lo siento, por haber tardado tanto en decírtelo.

―No te disculpes, Mei. Al fin y al cabo todo esto era plan de tu abuelo, tú sólo lo obedeciste porque así es como te educaron ―me decía, siendo infinitamente comprensivo.

―Sí, pero yo no lo rechacé... ―decía, arrepentida, mirando al suelo, con el arrepentimiento de años y años a mis espaldas; con la carga del nombre Aihara que ahora ya ni era mío oficialmente en ningún papel pero, seguía siendo aquello que me perseguía.

Y aquello que me daba esperanza. En el primer caso Aihara por parte de mi abuelo, y en el segundo por parte de mi padre.

A mis doce años nunca me habría imaginado acabar creciendo y pensando que querría ser como él, que su abandono fue lo que me rompió por dentro pero con los años ha acabado siendo lo que me ha dado esperanza.

No podía esperar a verlo mañana.

―Yo tampoco lo rechacé, sintiendo desde el primer momento que no estabas enamorada de mí ―dijo, acercándose para darme un abrazo que era más fraternal que otra cosa, así que lo acepté―. Siempre supe que no me amabas, sabía que estarías enamorada de otra persona pero hasta hoy no me di cuenta del todo.

―Gracias por ser tan comprensivo... Yo he sido muy desagradable contigo, no solo hoy, cada día... ―dije, devolvíendole el abrazo.

―Tranquila... No puedo imaginar por todo lo que debes estar pasando, todo lo que debes estar sintiendo ―dijo, finalizando el abrazo―. Mi família no estará nada contenta si nos divorciamos pero seguro que no lo tendré tan difícil como tú. Lo siento.

Grandes EsperanzasWhere stories live. Discover now