Epílogo: La verdadera despedida

518 62 19
                                    

La noche previa a la graduación parecía ser la más larga de los tres años que pasaron en la preparatoria. Las miradas iban del reloj al techo, del techo al reloj y de nuevo al techo. Cada quién tenía sus planes para el día siguiente, desde la entrada triunfal al salón hasta la sonrisa para las fotografías.

Era más de medianoche y, como era de esperarse, Maia tampoco dormía. Fue hasta al traje que faltaba poco por usar y pasó los dedos por la suave tela. Sonrió, ya había llegado el momento de decirle adiós a todo aquello que la lastimó.

—Por fin.

Quería dejar de lado ese pasado tormentoso, desde las burlas de quienes no la conocían más que de vista hasta los ataques de furia de sus familiares. El alma le dolía, sus ojos rojos amenazaban con llorar de nuevo, la sonrisa pegada a du rostro desapareció al convertirse en una línea recta. Tragó duro y suspiró para por fin acostarse a descansar todo lo posible.

...

Llegó el día tan esperado por todos; desde los profesores queriendo que sus alborotados hijos postizos se fueran de sus vidas hasta esos chicos que deseaban nunca más volver a pisar la institución de paredes verdes y blancas.

Previo a la ceremonia, cada quien estaba arreglándose para llamar la atención; las chicas fueron a hacerse el dichoso peinado, algunas con caireles otras lacio, mechones sueltos y otros tantos recogidos, unas podría decirse que hasta ridículas se veían y aun con ese detalle no les dirían "te ves fatal".

Las miradas soñadoras iban del espejo al atuendo que vestirían en la tarde, el traje sastre negro que habían quedado de usar, más por decreto de dirección que por mero gusto, pero igual deseaban usarlo.

El grupo de asistente directivo, en el que Maia iba, finalmente hizo de las suyas usando, en lugar de falda, un vestido negro que les llegaba cuatro dedos arriba de la de la rodilla, el saco del mismo color, la mascada rosa palo y zapatillas negras. Se volvieron cómplices, por una última vez, al desafiar a los directivos. Sabían que los dejarían entrar, total, todas las chicas del grupo iban igual.

Se decoró el salón con globos verdes y blancos, las sillas con su monja blanca y moño según el color distintivo de cada salón, el escenario, los manteles, el equipo de sonido, entre otros tantos arreglos que debían hacerse antes de las cuatro que era cuando los próximos egresados llegarían.

El tiempo parecía volar para los que se les hizo tarde e ir lento para aquellos que deseaban llegase la hora del último pase de lista.

Llegó la hora de la verdad.

Los alumnos llegaron nerviosos, temblando, con las manos sudorosas, algunas chicas tambaleándose en sus altos tacones, unas caminaban tranquilas con sus zapatos bajos, los hombres andaban con ese estilo que los caracterizaba moviendo los hombros al ritmo de su caminata.

Las emociones se aglomeraban, no se sabía quién era más feliz o quién soltaría el llanto primero.

En la entrada, el profesor Alejandro se abrió paso vestido con una elegancia que no se le había visto antes, no por sus compañeros profesores ni mucho menos el alumnado. Muchos se asombraron al verlo ahí, él no iba a esos eventos, le aburrían y prefería pasarla solo en su casa viendo netflix en su televisor pero esta era una ocasión especial que no se iba a volver a repetir, ahora tenía un por qué ir a la clausura; debía descubrir a su pequeña acosadora.

Buscó con la mirada al grupo 601, ahí estaba su objetivo y, aunque ella dijo que se enteraría, prefirió acercarse, con un poco de suerte ella le haría frente... pero no fue así.

—Profe, ¿no se suponía que no vendría?

—Sí, cambié de opinión — dio un vistazo alrededor — ¿Ya llegaron todos?

Adivine Quién SoyWhere stories live. Discover now