Cumpleaños Sebastian. (Editado)

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Las velas se agitaron levemente con la corriente que se formó al abrir la puerta. Estaban sobre el pastel, un total de veintidós, blancas y rojas, acorde con la tarta de fresas y nata. Mi preferida.

Miré alrededor en busca de Ángel y dejé la bolsa en la silla más cercana.

—Feliz cumpleaños, Sebastian —susurró él abrazándome por la espalda. En un gesto bastante adorable, ya que yo le superaba en altura por más de quince centímetros. A pesar de ello, mi corazón batió enloquecido en mi pecho.

— ¿Desde cuándo usas tu ninjutsu tan temprano? —pregunté a la vez que me giré con gatuna agilidad para apoyar a Ángel contra la puerta. Rocé mis labios a lo largo de su mentón.

—De qué mierda me hablas —respondió entre beso y beso.

Sonreí. Siempre lo hacía cuando él estaba alrededor. Aunque es algo que no reconocería abiertamente. El gran Sebastian solo podía permitirse admitir que sonreía al ver su hermoso reflejo en el espejo.

Acaricié su mentón, la barba comenzaba a crecer y picaba un poco.

—Así que nuestro querido Ángel me ha preparado un pastel de cumpleaños... —Besuqueé el contorno de su oreja—. Sabes que es más rápido ponerte nata y dos fresas en los pezones. Tumbarte sobre la mesa y...

No llegué a terminar la frase ante la colleja suave que recibí.

—Come y calla.

— ¿A ti?

—A la puta tarta.

—Tú eres mi tartita. —Lo abracé poniendo el mentón sobre su cabeza—. Mi pequeña y adorable tartita.

Ángel se revolvió intentando escaparse. Lo cierto es que hasta yo sentía vergüenza por lo que acababa de decir, pero era superada por las ganas de molestarle.

Finalmente me aparté para dirigirme a la mesa y me senté. No me había fijado que había preparado pollo frito, así como varios entrantes.

—Es la primera vez que celebro mi cumpleaños —comenté mirándolo directamente a los ojos.

— ¿Ni siquiera cuando eras pequeño? —Se puso enfrente y me entregó un cuchillo con el que cortar el pastel.

Me quedé mirando la hoja brillante durante un largo tiempo.

—A veces cuando eres tan increíble que te confunden con Dios, a la gente se le olvida cuando es realmente tu cumpleaños. —Sonreí de lado, una de mis técnicas favoritas.

Él meneó la cabeza y alzó la mano invitándome a soplar las velas.

¿Qué deseé? No lo recuerdo. Probablemente nada. Las apagué sin más, para luego quitarlas una a una y manchar mi dedo con la nata. Pasé mi lengua saboreando la dulzura de la nata.

Escuché a Ángel suspirar.

— ¿Te pone cachondo esto?

—Sí, así que para. —Su sinceridad me dejó por un instante sin defensas. Siempre era honesto. Demasiado para un mundo como este.

Volví a meter el dedo en la nata y lo acerqué a su boca.

—Lámelo.

—Por el amor de... —puso los ojos en blanco—. No pienso hacerlo, vamos a comer.

— ¿En la penumbra?

Él se levantó como si tuviera un resorte pegado al culo y encendió la lámpara más cercana.

—Ya. Come. Calla. No seas tan Sebastian.

Me reí con ganas mientras comía un muslo de pollo.

Comimos casi todo lo que había en la mesa, charlando sobre todo y nada a la vez. Puede que no estuviera rodeado de personas; puede que no fuera una gran fiesta, pero estaba con la persona que amaba y muy pocos podían tener esa suerte.

Al terminar, llevamos los platos a la diminuta cocina del piso de alquiler en el que estábamos viviendo por aquel entonces. Tomé la muñeca de Ángel para atraerlo hacia mí y lo besé con profundidad.

—Es la cocina —jadeó él mientras lo empujaba para posicionarlo sobre la encimera.

—Hoy estás especialmente quejica, Ángel —musité metiendo la mano por debajo de su camiseta negra con un logo de motero en blanco. Su piel suave se estremeció ante mi tacto. A partir de ahí cerró la boca, dejándose llevar por el placer que le proporcionaban mis dedos.

El bote de harina se calló al suelo, levantando una nube blanca en el momento en el que saqué parte de la vestimenta de Ángel.

Me atrajo hacia su rostro cuando entré lentamente en su interior. Mordisqueé con cuidado el labio inferior sumido en sus besos.

Apoyé una de mis manos en la baldosa verde de la cocina para no perder el equilibrio mientras aumentaba el ritmo. Él pasaba las manos por mi pecho, jadeante, hasta que alcanzó el clímax.

Cuando terminé me sentía satisfecho y agotado.

Ángel me acarició el cabello.

—Siempre haces las cosas más inesperadas —habló hundido en mi abrazo.

—Porsupuesto, yo soy Sebastian S. Wolf.

El arroyo de los cardenales rojos (BL 🌈 Completa, editada sin corregir)Where stories live. Discover now