Capítulo 9, Leo (Editado)

4.1K 558 3
                                    

Intento calzarme los dichosos zapatos con un terrible dolor de cabeza que amenaza con liquidar las últimas neuronas que los videojuegos han dejado con vida

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Intento calzarme los dichosos zapatos con un terrible dolor de cabeza que amenaza con liquidar las últimas neuronas que los videojuegos han dejado con vida. Esa parte de mi vida siempre ha estado ahí aunque perdiera la memoria. Las tardes de patatillas y ordenador. Algo tan insulso y estúpido que me dan ganas de tirarme por la ventana.

Afortunadamente, también he recordado a mi padre. Al verlo intentando introducir un cartucho en mi DS con completa y rotunda inutilidad de padre que no sabe de estas cosas supe que era él. El dolor casi me mata, pero tras ello, allí estaban momentos que habíamos compartido juntos.

De todas formas hay muchas lagunas que me gustaría rellenar. Pero parece que la amnesia es algo así como un secreto de la CIA porque nadie me cuenta nada, o me dice quién es quién. Aseguran que debo tratar de recordarlo yo solo. Vamos a ver, ¿son idiotas? ¿Acaso no terminaríamos antes si me dijesen que pasó esto o lo otro? Así seríamos todos más felices.

O no.

Me da la impresión de que algo muy gordo ha pasado en mi vida y que todos quieren evitar el tema. Con todas las heridas que hay en mi cuerpo no hay que ser muy listo para averiguarlo, pero, ¿cómo llegué hasta ese punto? Cuanto más pienso en ello, menos esclarezco.

Bajo vigilancia médica hoy me dan el alta, a escasos días de nochebuena. Mi padre está recogiendo con nerviosismo las cosas que he ido acumulando a lo largo de mi estancia. Lira está en sentada en la cama y mueve las piernas a un lado y al otro.

Ahora puede andar pero todavía no correr, o eso me ha contado. También me ha dicho que ha permanecido durante mucho tiempo dormida. Me trata como si fuera un cristal y eso me molesta. Lira nunca fue así conmigo, al menos lo que recuerdo. Ella era más bien bruta, siempre palmeando mi espalda y tratándome como si ambos pudiésemos enfrentarnos a cualquier mal.

—Quiero comer el pastel de tu abuela —comenta Lira, retorciendo las sábanas con sus pequeños dedos. He sabido por mi padre que ella todavía no puede salir a pesar de que está costando un dineral y podría continuar desde casa. Suelto un "ajá" mientras termino de atarme los cordones. La sudadera me queda demasiado ancha y los pantalones se me caen. Al parecer he adelgazado en mi estancia aquí. También me ha crecido el pelo una barbaridad. Debería cortármelo—. Me ha traído galletas varias veces pero me gustaría comer el pastel —Voy a contestarle cuando veo su mirada, perdida en las sábanas.

—¿Estás triste? —digo, sintiéndome incómodo. Le doy unos golpecitos en el hombro, sin saber que más hacer—. Pronto estarás fuera, disfrutando de todo.

Ella menea la cabeza y sonríe. Algo no está bien.

—No estoy triste —se levanta para darme un abrazo. Su cuerpo se siente delicado como el de un pajarillo contra el mío—. Además Áurea ha prometido estar conmigo en nochebuena, dijo que me haría un enorme banquete.

Una pequeña punzada de dolor atraviesa mi cabeza. Nada comparado con el horrible dolor que sentí cuando vi los ojos hielo de aquel chico. Intuyo que este dolor no es más que mis recuerdos aporreando la puerta de mi mente.

—Me alegro mucho, Lira. —Me separo con torpeza cuando mi padre carraspea con la bolsa en la mano, contemplando la escena sin saber qué hacer. Creo que nos parecemos en muchos aspectos.

Tras despedirme de Lira salimos del hospital, recorriendo los verdes pasillos, pasando por una puerta custodiada por dos policías vestidos de uniforme.

— ¿A quién custodian? —pregunto con genuina curiosidad. La expresión de mi padre se ensombrece y sé que no debería haber preguntado—. Olvídalo —me encojo, metiendo las manos en los bolsillos de mis vaqueros en un vano intento de evitar que se deslicen más allá de mi trasero. No es como si quisiera salir del hospital enseñando mi culo por todo lo grande—. Quiero un chocolate caliente, con nata y canela. Y un tubo de galleta.

Mi padre se detiene en la puerta de entrada, con los nudillos apretando las asas de la bolsa con tal fuerza que están completamente blancos.

Observo su duro rostro. Sea quien sea la persona que está custodiada en esa habitación es alguien que ha hecho daño a mi padre. Lo cual despierta mi curiosidad hasta límites insospechados.

Finalmente menea la cabeza, como si quisieradeshacerse de los malos pensamientos y continuamos rumbo a casa.

El arroyo de los cardenales rojos (BL 🌈 Completa, editada sin corregir)Where stories live. Discover now