Capítulo 29 (Editado)

5.3K 654 43
                                    


Áurea se marcha sobre las diez de la noche algo más animada

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Áurea se marcha sobre las diez de la noche algo más animada. Hemos hablado un rato de sus sentimientos y de los míos. Al final nos pusimos a jugar a un nuevo juego que ha salido para descargar de forma gratuita para despejar la cabeza. Sin embargo sus palabras no paraban de resonarme en la cabeza, haciéndome sentir incómodo. Deseo que encuentre a alguien que le corresponda y no sufra demasiado por mi rechazo pero supongo que eso ahora es bastante complicado.

Por otro lado está el tema del profesor Wackerly comiéndome por dentro. ¿Por qué tendría papeles con el recorte? Igual los quitó él del tablón y por eso los llevaba. ¿Y su consejo? Sonaba más bien a una amenaza.

La noche pasa en un borrón. Las horas se suceden una tras otras y yo me remuevo en la cama sin encontrar el sueño en ningún lado. Las palabras de William se repiten en mi cabeza. ¿Me conoce de antes? Si es así, no guardo ningún recuerdo de él.

¿Sabrá Alain lo que ha sucedido realmente con los recortes de periódico?

Mi vida cada vez se complica más y más.

Me quedo dormido hacia las seis de la mañana cuando los pájaros comienzan a trinar y clamar por un nuevo día. Mi padre me despierta aproximadamente cuatro horas más tarde y se sienta al borde de mi cama.

—Leo, el martes operan a tu abuela, ¿quieres visitarla antes? —somnoliento asiento—. Hoy es Halloween, ¿vas a salir con tus amigos?

Me rasco los ojos con las manos, quitando las legañas que se han quedado atrapadas.

—Iré a ver a la abuela por la tarde y luego saldré con Áurea a dar una vuelta —contesto arrastrando las palabras, tengo la boca como si fuese un desierto árido y agrietado—. Mañana también quiero estar con la abuela que hace muchos días que no la veo.

Asiente con un gesto cansado.

—Si sales, ten cuidado con lo que haces. Ya sabes, la típica charla de padre sobre ya sabes. Eso —alzo las cejas intentando comprender a lo que se refiere. Se aclara la garganta—. Que trates bien a Áurea si vais a estar juntos. Y que uses protección.

¡Oh, Dios! No puede estar hablándome de sexo nada más despertarme.

—Tranquilo papá, no la veo de esa forma, ahora mismo me gusta un chico y sí he usado protección —¡Maldita lengua mía! A veces se me olvida de que la verdad no siempre es lo mejor. Estudio el semblante de mi padre que pasa del desconcierto a la sorpresa—. No es un buen tema para la mañana, ¿no? ¿Estás enfadado? No era mi intención soltarlo de esa manera, sabes que soy un burro.

Ahueca las manos sobre la nariz.

­­­—Te gustan los hombres —dice, mirándome directamente a los ojos—. Creo que me voy a dormir.

Está en shock. No todos los días vuelves del hospital y te encuentras con que tu hijo de diecisiete te confiesa que se ha acostado con un chico.

—Espera, papá —intento buscar algo que lo tranquilice; lo último que me faltaba es que mi padre me retire la palabra porque me gusta un hombre—. Sigo siendo yo mismo, eso no cambiará jamás, lo sabes, ¿no?

Hace un amago de sonrisa que me alivia completamente.

—Lo sé, para mí siempre vas a ser Leo. Pero tienes razón, no es una buena conversación para tener por la mañana —se dirige hacia la puerta—. Voy a descansar, puedes coger mi coche si vas a visitar a la abuela.

Desaparece de mi vista y realmente espero que siga siendo el mismo de siempre. Al menos no se lo ha tomado a mal.

Después de una ducha ardiendo y una frugal comida decido ir andando al hospital. Necesito que el aire me calme después de todo lo que ha pasado. El cielo se presenta gris y helado, semeja que de un momento a otro va a caer nieve.

Me toma aproximadamente una hora y media de caminata llegar hasta allí. El hospital es un enorme edificio precedido de una carretera con árboles a ambos lados. En recepción, una enfermera me indica el cuarto en el que se encuentra mi abuela.

Los pasillos huelen a desinfectante, medicinas y enfermedad. El olor de los hospitales siempre me hace sentir enfermo. Supongo que es algo que le pasa a todo el mundo.

Llamo con delicadeza a la puerta de la habitación individual en la que reposa. Mi abuela me recibe despierta, sujeta a toda clase de aparatos extraños que no tengo ni la menor idea de para qué sirven.

Le doy un abrazo e intercambiamos los típicos saludos que se dan en estas situaciones, me alegro de que no se encuentre muy mal.

Paso acerca de dos horas allí, hablándole de todo y nada. El cabello cano permanece recogido en su usual moño. Supongo que hay cosas que no cambian.

Finalmente ella desea descansar por lo que me retiro, cerrando la puerta silenciosamente. Al encaminarme a la salida distingo la silueta claramente reconocible de Alain torcer hacia donde están los ascensores.

Por un momento no sé qué hacer. ¿Seguirlo y comprobar si Lira está ingresada aquí? ¿Marcharme y volver otro día yo solo para cerciorarme? ¿Preguntarle a la enfermera si el nombre de Lira White está registrado?

Decido seguirle, en parte porque quiero verle a él. Escondiéndome como buenamente puedo lo sigo a hurtadillas hasta los dos ascensores. Una vez entra al de la derecha, observo a que planta se dirige y me cuelo en el de la izquierda, implorando para que no se escape. Afortunadamente llego con un minuto o dos de diferencia y Alain marcha delante de mí, con un una cazadora de cuero negra que ignoraba que tuviese.

Se para frente a una puerta al fondo de un corredor que da a una enorme cristalera y se mete dentro.

Con el corazón en la boca me acerco medio de puntillas y abro ligeramente la puerta para poder ver a través de una rendija su interior. Solo puedo discernir la espalda de Alain, el cual se está quitando la cazadora para dejarla en su brazo.

—¿Qué tal, Lira? —susurra, confirmándome lo que ya presuponía—. Ayer vi a Leo de nuevo. Tendrías que verle, seguro que no pararías de reír con sus locuras. Se ha colado en mi habitación aunque no tengo muy claro para qué.

Muerdo y remuerdo mis labios. No debería estar espiando, ahora que ya sé dónde está Lira tendría que salir de aquí.

Está claro que no escucho a mi conciencia. Entreabro un poquito más la puerta. Las manos me sudan de los nervios.

—Hoy no estaré mucho rato, ¿te acuerdas de Andrea? Iba al mismo colegio que nosotros —de eso no me acordaba lo más mínimo—. Hoy va a dar una fiesta. No es que me apetezca demasiado ir, pero estoy casi seguro de que Leo irá.

El hecho de que Alain quiera verme hace que tiemble de arriba abajo. Me aparto buscando sosegar la respiración que de pronto se ha vuelto agitada.

—Mis hermanos han hecho un verdadero escándalo en casa, no sé cómo voy a arreglar el baño después de que Daina haya llenado el lavamanos con las canicas de Ray. Algunas se han colado perdiéndose por ahí —no sabía que tuviese hermanos, cuando éramos pequeños era hijo único; aunque sus padres han tenido diez años para tener hijos, no es algo que debiera sorprenderme—. Cuando despiertes te los presentaré, sé adorarás estar con ellos. Iremos todos a pasear, con Leo también.

¡Por favor! No soy dado a enternecerme pero escucharlo hablar con esa voz suave y dulce es más de lo que puedo soportar. Noto como se me humedecen los ojos.

—Creo que tengo que irme, Li, pero mañana vendré de nuevo. —Esas palabras son el gatillo que me dispara a la puerta de salida.

Me escabullo rápidamente para ocultarme en las escaleras que funcionan como salida en caso de incendios. Mi corazón martillea como un loco mi pecho.

El arroyo de los cardenales rojos (BL 🌈 Completa, editada sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora