Capítulo introductorio.

31.5K 1.6K 110
                                    

—A este paso terminarás muriendo de estupidez, Gautier —dramaticé, haciendo que el chico se detuviese en seco y cruzara los brazos sobre su pecho, para abrir la boca fingiendo indignación.

Contuve la risa.

—¿Morir de estupidez?, ¿a qué te refieres? Explícate con hechos. Quiero una respuesta que justifique tu comentario y la quiero ahora —exigió moviendo los brazos alternativamente. Con esa pose se parecía a mi mamá, pero si se lo decía, posiblemente me asesinaría, así que opté por rodar los ojos y reír.

—Era una broma, vamos, mueve el trasero. Sabes que después tendremos problemas si llegamos tarde.

Él resopló y comenzó a quejarse por lo bajo, pero hizo lo que le pedí. Sabía que realmente había querido una respuesta, pero no la tenía porque era mentira lo que había dicho al principio.

—Idiota —murmuró.

—Imbécil —dije yo a mi vez.

—Desaliñada —continuó.

—Estúpido.

—Descerebrada.

—Inadaptado —Se llevó una mano a su pecho, eso lo había ofendido.

—Chata —soltó finalmente.

Ahora yo fui la ofendida. Eché un vistazo a mi trasero, definitivamente, tenía un buen tamaño. Miré el suyo y luego alcé la vista hacia su rostro con los ojos entrecerrados.

—Que tú tengas un trasero descomunalmente grande, no significa que yo no tenga —repliqué con un poco de enojo. Sabía que esto de insultarnos mutuamente era un juego que teníamos desde hace un buen tiempo, pero que hable de esa manera acerca de mi trasero… Bueno, digamos que a ninguna chica le gusta que hablen mal de sus atributos.

Él también miró su trasero con una sonrisa de satisfacción.

—Sí, lo sé. Mi trasero es una de mis más grandes adoraciones —comentó sintiéndose orgulloso. Yo me crucé de brazos, su trasero era algo envidiado por todas las chicas—. Y bueno, también está mi tesoro, pero ya sabes cuál es —finalizó moviendo sus cejas sugestivamente.  Entonces supe que había comenzado a halagarse a sí mismo.

Reí nerviosamente, hablar de lo que él consideraba su “tesoro” me pone realmente incómoda.

Eché la vista al frente para evitar mirarlo a la cara y me di cuenta de que afortunadamente, habíamos llegado a mi casa. Vi la parte delantera; pasto, algunas plantas que mamá había sembrado en su afán por criar plantas, un pequeño árbol que había estado allí desde siempre y… ¿cajas?

Gautier y yo nos detuvimos a la vez mirando al mismo punto: las cajas. Me miró esperando una explicación lógica, pero yo sólo me encogí de hombros, no tenía ni la más mínima idea de qué era lo que podía estar ocurriendo ahora. Mi madre había estado normal esta mañana, no noté ningún comportamiento extraño durante el desayuno y mucho menos cuando me llevó al instituto. Las personas sólo sacaban cajas cuando cambiaban de casa. La cabeza comenzó a darme vueltas

Apresuré el paso y entré a la casa, quería una explicación. Necesitaba una, no podía ser lo que estaba pensando.

Cuando entré vi que algunas cosas no estaban; faltaban cuadros colgados en la sala, adornos, retratos… Sólo estaban los muebles, todo lo demás había sido removido de allí.

No.

Ahora el dolor de cabeza se había convertido en un mareo que iba intensificándose con cada paso que daba .

Me dirigí a la cocina donde encontré a mi madre cerrando una casa, hubiese querido decir que la cocina no tenía el mismo aspecto vacío que la sala.

—¿Qué es lo que está pasando? —pregunté sin preámbulos.

Mi madre levantó la vista hacia mí.

—Danielle, gracias al cielo llegaste. No tenemos mucho tiempo, debemos movernos rápido, ya empaqueté tus cosas, pero debes subir para estar segura de que no se te queda nada —dijo con voz y mirada alterada. Me quedé ahí con el ceño fruncido—. ¡Vamos, hija!, no hay tiempo que perder. El tiempo es oro.

—El tiempo no es oro. El oro  no vale nada; el tiempo es vida —contesté—. Además, ¿por qué hay que recoger todo?, ¿qué es lo que está pasando?

Soltó un suspiro de rendición. Sabía que no me movería de allí sin obtener respuestas.

—Nos vamos a mudar, Danielle.

Mis piernas flaquearon y estuve a punto de caer al piso, lo habría hecho de no ser por Gautier, que había estado detrás de mí y se apresuró a tomarme por la cintura. Le di una sonrisa agradecida y él me observó con apoyo.

—No puedo irme; aquí está mi vida, mis cosas, mi instituto. Todo —dije sin estar dispuesta a obedecerle a mi madre, como suelo hacer la mayoría de las veces.

Ella levantó la vista, ignorando mi comentario.

—Gautier, he hablado con tu madre y no tiene problemas con que vengas a vivir con nosotros si estás de acuerdo —continuó, como si no importase lo que yo había dicho.

Estaba mareada, muy, muy mareada.

—Y-yo, y-yo —tartamudeó Gautier con dificultad, estaba conmocionado. Sabía que lo estaba, no estaba seguro de lo que debía hacer. Estaba confundido, al igual que yo.

—Mamá, el camión ha llegado —gritó una voz desde la puesta. La reconocí como la voz de Molly. ¿Ella estaba de acuerdo con todo esto?

Quería vomitar.

Mi visión comenzó a hacerse borrosa y sólo vi a mi madre saliendo de la cocina. Di unos cuantos pasos hacia la mesa para apoyarme en ella.

—¿Danielle, estás bien? —me preguntó Gautier. Su voz sonaba distorsionada. Quería responderle, pero las palabras no salían de mi boca—. ¿Danielle?

Mis piernas comenzaban a debilitarse lentamente y entonces, no vi nada, sólo el más sublime color negro inundándolo todo. Negro, como mi corazón. Lo último que escuché fue un alarido de horror proveniente de mi amigo.

—¡Maldición, Danielle!

Nota de la autora:

¡Hola!

¿Qué les va pareciendo la historia?

Sé que es un capítulo corto, pero es porque es como el introductorio, no tiene muchas cosas importantes, pero poco a poco se va a ir desarrollando mejor el trama y se va a ir descubriendo la vida de esta extraña chica.

Espero que les haya gustado.

No se olviden de votar y comentar.

Los quiero.

Xoxoxoxoxoxoxo.

Designada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora