- Felicidades -

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Entre todo el notición, convertido en el escándalo más grande de New York o tal vez de los estados unidos, el único lugar seguro para Alexander era su casa, encerrado en su oficina, bajo llave y con una taza de café en mano. No podía ni mirar a la mujer que se dedica a la limpieza y cocina sin sentí vergüenza, ella solo le pagan para limpiar, por eso no le prestaba mucha atención a su patrón. Solo se limitaba a tocar la puerta cuando estaba listo el desayuno, almuerzo o cena, y justo a las siete de la mañana, las cinco de la tarde y las nueve de la noche, se dedicaba a llevarle café el café o té, dependiendo del antojó de Alexander. Aunque ni siquiera el amargo café o el suave té lograba pasarle por la garganta a Alexander. El peso de la culpa le impedía comer beber, a duras penas pasaba una tostada ¿Cómo sería el plato lleno de comida, con el postre y la bebida? Terminaría ahogándose. Ese día en particular no tenía un especial apetito, se suponía que hace una semana llegaría Angélica y sus hijos, pero aún no aparecían, no tenía la cara para llegar a la casa de su suegro, ni las fuerzas de escribir una carta sin que la mano le temblará ¿Como estarían sus pequeños? ¿Que tan decepcionada se encontraría su pequeña Eliza y su amorosa cuñada? ¿Angélica estaría muy afligida por la situación? No dudaba en ninguna, probablemente no quisieran ni saber de él. Por más que intentara reposar su cabeza de esos pensamientos, ni los duros documentos le quitaban las ganas de gritar. Si nunca hubiera acompañado a esa tal María... No sé arrepentía del todo, ella fue un encanto, pudieron ser grandes amigos, pero ahora no sabía que considerarla o con qué ojos mirarla. Hace un tiempo supo que Burr fue su abogado en su divorcio, y el esposo de ella posiblemente siga pudiéndose en prisión, le deseaba a María una gran felicidad y suerte, pues ella apesar de todo los inconvenientes que le causó era una mujer muy buena y dedicada de todo corazón a su hija

Sintió los suaves golpes en la puerta, pronuncio un ahogado "adelante" dejando pasar al ama de llaves. Ella envía una cara de antipática total, una mujer en la cuarentena cuyo rostro le daba más años a su imagen, y ni hablar de lo molesto de su trato, descortés y seco, aunque siempre mostraba un gran respeto a la gente de la casa

— Han llegado — lo pronuncio casi tajante, Alexander no pudo evitar levantarse de golpe y casi correr al salón principal, no había nadie por allí, paso por la sala de estar y la cocina, aunque cuando pensaba subir las escaleras noto que alguien las bajaba. Ahí estaba, ya habían pasado dos meses desde que Angélica y sus hijos decidieron visitar a Eliza –su cuñada– y se habían retrasado en su llegada desde que público el panfleto, pero por fin pudo ver nuevamente el rostro de su hija. Elizabeth no se veía especialmente alegre de verlo, lo miro con desprecio y decepción, sus preciosos cabellos recogidos en una coleta alta, sus ojos oscuros con el mismo brilló de altivez de su madre y esa testaruda heredada de su parte, no recordaba que su hija usará vestidos especialmente sencillos, pues adoraba resaltar en toda clase de eventos y amaba las cosas estrafalarias y costosas. Aunque eso poco le daba a Alexander, solo la observó bajar las escaleras a un pasó apresurado para llegar justo en frente de su padre

— Eliza... — gimió casi aliviado, aún cuando las circunstancias no eran propicias, el había extrañado a su retoño y se moría por verla, ella permanecía firme, con su severa mirada sobre el, reprochando todo sus actos y la manera en la que quiso resolverlos

— Me enorgullece ser tu hija y admitirlo, apesar de todo — hablo con firmeza —. Pero nunca te voy a perdonar el daño que le hiciste a mamá — le pasó de largo para dirigirse a la salida ¿Se hizo mención de la enorme maleta que lleva? Posiblemente con todas sus cosas o por lo menos la más importantes. Curiosamente, su Philip también llegó por las escaleras, este se mostraba completamente indiferente, aunque Philip siempre fue así, alguien muy severo y orgulloso, tal vez lo odiaba

— Como te odio — tajo, afirmando las suposiciones de Alexander —. Si pudiera, me quitaría tu apellido y lo vendería al diablo —

— ¡Philip! — esa voz, la mirada de Alexander subió nuevamente para encontrarse con Eliza, ella se veía igual de bella, solo que no estaba especialmente feliz, tal vez por el comentario de su hijo o tal vez con él. El joven rodó los ojos, y se alejó con un montón de cosas que llevaba en brazos. Alexander miró a Eliza

- Solo Está Vez - [Hamilton] [Alexander×Angelica] [Finalizada]Where stories live. Discover now