Capítulo 3: Humanidad

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-Vaya... -Dijo el Maestro de mediana edad que se había quedado embelesado en sus palabras, y en la fuerza de corazón que su alumno, aunque este no la viera, poseía en su interior; "Dynamis..." se dijo para sí la otra voz que había hablado antes.


-Espero que sepas lo que haces –Dijo la figura que, esperando entre las sombras del silencio y la desconfianza, reposaba inclinada sobre el pórtico interior a la puerta de la habitación del Maestro Klaüde, quien con un sutil movimiento encendió el interior de esta, y con un tronar de dedos aceptaba la visita

-Nunca sé lo que hago –Dijo en un tono sarcástico, y casi podría decirse que de fastidio, casi, el Maestro de mediana edad que, sin mucho esfuerzo, se quitaba su enorme e imponente capa negra con vinotinto que lo identificaban como uno de los Maestros del Recinto, y se dirigía a su dormitorio– Buena elección, por cierto.

-Gracias –Dijo con sutil y delicada, aunque muy seria voz, la fina silueta que ahora se apartaba con una ligera patada del pórtico y comenzaba a rondar, como liebre en medio del bosque, por toda la habitación del Jefe del Gremio Alfa– ¿Es el primero que tomas desde...?

-Sí, así es –Dijo al salir sin zapatos de su dormitorio, anticipando rápidamente el final de la pregunta que traía consigo una melancolía viva, y un muerto con vivencia de esplendor. Dirigiéndose a la pequeña cocina de su habitación, el Maestro Klaüde siguió con su ritual de desprenderse de los ropajes que más le estorbaban; la silueta hizo lo mismo– ¿Es el primero de tu mismo género que has decidido apadrinar, no es así?

-En eso no te equivocas –"Pocas veces lo hago" pensó interiormente Klaüde, aunque sus pensamientos salieron disparados por el aire a través de unas cejas negras que describían un perfecto asombro fingido, mientras se situaban sobre unos ojos que solo buscaban comida en el refrigerador– Vaya que hemos hecho cambios en nuestras vidas, ¿no?

-Es lo que el mundo necesita en estos momentos –Dijo retirando su cabeza del refrigerador y tomando la cafetera que se hallaba sobre la encimera flotante de granito negro, ofreciendo café a su amigable silueta que, extrañamente, rechazaba con un leve movimiento su invitación; igual le sirvió–

-¿Más cambios? El mundo en que vivimos se cae a pedazos debido a sus "cambios", y tú pides aún más –Dijo con una seriedad templada en su voz, de esas que te hacen callar y tragar saliva sin siquiera tener la necesidad de alzar la voz o incluir una amenaza en semejante acusación; sin embargo, era Klaüde, el Maestro Klaüde–

-Sí, aunque has entendido mal lo que he dicho, no hay problema –Con un leve movimiento de manos, el piano de su habitación a tocarse– Te explicaré...

»No me he referido al mundo como el planeta que es, me he referido a las personas que existen en él –Se acomodaba su larga y lacia cabellera hacia atrás, mientras realizaba una larga elongación en el cuello, a la par que dejaba caer su traje de algodón egipcio de color negro, y arremangaba su camisa por encima de la sangradura- El mundo necesita un cambio, y debe empezar por personas como nosotros, los que hemos sido catalogados como los más sabios de entre todos, así sea en leyendas –Realizaba un leve movimiento de cabeza, como preguntando a la figura que se hallaba viendo por la ventana de su habitación, con vista fija hacia un lugar de esos que no se conocen, sino que se suelen representar como un más allá, para saber si había entendido–

-Sí, supongo que es obvio, sin embargo –Dijo sin apartar su mirada, perdida para aquel que no conociese ese lenguaje que utilizaba en aquella ocasión, de la ventana, y sin mover sin siquiera uno de los dedos que mantenía entrelazados a la altura de su estómago– Creo que olvidas que nosotros ya no pertenecemos al mundo, Klaüde.

-No he olvidado nada –Un sorbo lento, como el último beso de una madre a su hijo antes de partir de esta tierra, a su café, dejaban una renovada expresión de ánimo en aquel Maestro que ahora no lucía diferente a los zider del Recinto– Has sido tú quien ha olvidado que cuando dos cosas no son parte de la otra, es porque estas se asemejan demasiado. El mundo vive en una constante guerra que no ha de reconocer sino cuando crea, observa, y siente el caos estallarle en toda la cara. Se sumerge en las profundidades de una realidad que, si no le gusta como es en ese momento, decide cambiarla, echarle la culpa a este o aquel, sabiendo bien en claro que la culpa ha sido únicamente de él. No se trata acerca de una sociedad, no, se trata acerca del mundo, como una sola entidad en la cual: El que daña, es el problema, el que solo intenta no serlo, también lo es, y quien se rinde, es peor que los dos anteriores.

-¿Y entonces? ¿Quién es el bueno en tu mundo? –Dijo entornado sus ojos, pero sin volver a la realidad-

-¿Acaso se te ha olvidado? No es lo que hagamos bueno o malo, se trata de lo que hagamos, y ya. ¿Es bueno? Para alguien ha de ser malo, y siempre lo va a ser. ¿Es malo? Prepárate, para alguien ha de ser lo más bueno que les haya pasado en sus vidas, y siempre lo va a ser. Entonces, ¿Qué me impele a hacer las cosas?, te preguntarás –Entornaba nuevamente sus ojos; un clarísimo sí– La vida misma, he ahí tu respuesta.

-Estás más loco que de costumbre, ¿acaso el chico ya ha hecho efecto en ti? –Dijo volviendo en sí, con una de esas sonrisas que expresan todo, y te hacen sentir el sentido mismo con tan solo mirarlas, en su rostro– Sin embargo –Su voz seria, con ese deje de preocupación, volvía a aparecer—Tienes razón. El mundo exterior vive en sus guerras, ensimismado en lo que ellos consideran como su revolución tecnológica, sin darse cuenta de la guerra real que libramos aquí.

-¿Y qué te dice que es lo real?

-Tú no lo eres, si lo fueras, ¡demonios y centellas! Espero no serlo yo entonces –Una risa contenida, por parte de ambos, atrajo de nuevo a la silueta que ahora se acercaba, desprendiendo los botones de oro que abrochaban su chaqueta negra a la camisa que llevaba por debajo de forma magnética, a la encimera flotante– Gracias por el café.

-Gracias por confiar...

-No confío, Klaüde, solo simulo dejarme llevar.

-Tampoco confiabas en el otro...

-Y viste como ha resultado –Dijo tomando un sorbo largo de su taza al finalizar la oración que escupía con todo el veneno de su lengua; y un poco del de su corazón–

-Sí... Supongo que eso no te lo podría refutar, ¿verdad? –Dijo alzando sus apagados ojos café al techo de su habitación–

-No, tampoco es como si quisieras hablar de ello, Klaüde –Dijo mirando el fondo vacío de aquella taza que, sin pensarlo, se había acabado de una forma demasiado rápida para disfrutarla– ¿Crees que funcionará? ¿Crees que de verdad hiciste la elección correcta?

-No lo sé, eso mismo pensaba del anterior, y bueno... -Sus ojos apagados se sumergían aún más en lágrimas invisibles, de esas que oscurecen el alma y hacen callar al que todo lo puede hablar, de esas que no se brotan por las mejillas, pero sí por el corazón-

- ¿Entonces por qué lo has apadrinado si no estás seguro de que es él? Creí que habías dicho que...

-Sé lo que dije –Respondió con una severidad calmada, típica del trato entre ambos, que logró alzar la mirada de la silueta que ahora chocaba miradas con la suya, como dos fieras salvajes que andaban buscando presas, y se hallaron sin manada, sin lugar, sin entender cuál es cuál–

-¿Entonces? ¿Cuál es la diferencia con el otro?

-Que con este no sé, no es mi apuesta segura de la noche, con el otro, me jugué todo en un amanecer que no llego a conocer lo perpetuo del reino de los secretos.

-Bueno... -Dijo sonriendo y levantando su capa del suelo de madera, a la vez que se desplazaba a la puerta por la cual había entrado de manera desconocida a la habitación y con un leve movimiento de manos, se despidió del Maestro con la seña de Respeto Afectivo-

-¡Oye! –Dijo con una sonrisa irónica en los labios, haciendo que la silueta se detuviere por unos instantes en el pórtico donde lo había encontrado–

-Ni se te ocurra pedirme que confíe, Klaüde, no puedes ser tan...

-¿Podrías tocar la puerta la próxima vez? –Y con una mirada al cielo y un claro emitido por su hipnótico cabeceo, opacado un poco por lo gris de su pelo, la silueta despareció de la habitación dejando un recuerdo al Maestro que se hallaba reposando sobre la encimera cuando lo leyó: Sed animam pro anima-

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