Prólogo.

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Sangre.

Danielle se llevó las manos a los labios emitiendo un chillido de horror y con los ojos acuosos a causa de lo que acababa de presenciar. Vio cómo el líquido carmesí comenzó a expandirse por todo el suelo y las lágrimas acumuladas en sus ojos comenzaron a salir en pequeñas cascadas.

Este era el peor escenario para una niña de ocho años, sin duda alguna.

El pequeño niño de ojos hermosos seguía de pie allí, viendo al cuerpo sin vida de lo que Danielle suponía era su padre con ojos desorbitados y mirada perdida, no pudo evitar sentir lástima por él, si ella ya se sentía mal por ese hombre desconocido, no se imaginaba lo que ese pobre niño debía sentir en ese momento, teniendo aparentemente su misma edad, debía de ser horrible. La mujer que había cometido el asesinato, había salido corriendo de allí en cuanto clavó el cuchillo en el pecho del hombre causando así su muerte inmediata, por lo que también había dejado al pequeño niño que en ese momento parecía aún más indefenso de como lucía antes. Ella intentó acercarse a él para consolarlo por su perdida, pero entonces todo se volvió borroso y antes de que se diera cuenta, estaba despertando al momento que un chillido se escapaba de ella.

Se sentó en la cama llevando una mano a su desbocado corazón que jamás se había acelerado tanto como ese día, miró hacia la ventana y se dio cuenta que apenas estaban saliendo los primeros rayos del sol, debían ser al menos las cuatro y media de la mañana, se recostó del espaldar de su cama y llevó una mano a su frente cerrando los ojos con fuerza, pequeños cabellos de su cabeza se habían pegado a ésta ya que estaba empapada en sudor.

¿Sería solo un sueño?

Danielle sabía que ella no era normal, pero jamás había tenido un sueño así, nunca en sus ocho años de vida había visto un asesinado. No pudo haber sido un simple sueño, ella lo sentía y de alguna forma sabía que lo que sea que allá sido era real. Pero, ¿qué se suponía que iba a hacer ahora?, ¿llamar a la policía?, ¿y qué les diría? Ella a pesar de su corta edad sabía que hacer eso era algo ilógico; jamás le creerían si les dijese cómo lo había descubierto, además, ni siquiera sabía la dirección del asesinato presenciado recientemente.

Dio un golpe con la mano cerrada en un puño a un costado del colchón, se sentía frustrada al no poder hacer nada para ayudar, ese pequeño niño debía seguir en alguna parte del mundo ahí solo y ella no encontraba la manera de poder ayudarle como quería. Jamás olvidaría lo perdido e indefenso que lucía el joven.

Danielle por primera vez en su vida reprochó el poder de sus habilidades, entonces recordó cuando había escuchado una vez que a veces era mejor no ver para así no sufrir, pero ella jamás pensaba que eso era cierto a ella le gustaban sus dones, por más extraño que sonase, a ella le gustaba ver cosas que los demás no veían; la hacían sentirse diferente, la hacían sentirse útil.

Se acostó nuevamente, no le quedaba de otra que esperar a que su madre despertara para contarle lo que acababa de ver.

—Quisiera ayudarte —murmuró a la nada, haciendo como si hablara con el pequeño desconocido al que había visto en el asesinato—, no tienes una idea de cómo quisiera hacerlo, en serio, pero no puedo hacerlo —Su voz se quebró un poco, entonces supo que iba a llorar—. Ojalá pudiese hacerlo, pero tranquilo, niño, lo haré: algún día pero lo haré, te ayudaré porque no fuiste el único ahí esa noche. Te encontraré, lo prometo.

Y entonces, sin más nada que decir, procedió a cerrar los ojos hasta que involuntariamente se quedó dormida.

Había hecho una promesa, pero tenía tan solo ocho años; era una niña apenas, los niños siempre hacían promesas que sabían que no podrían cumplir, la cuestión es: ¿se acordaría Danielle de la promesa que acababa de hacer, o unos años más tarde la dejaría caer en manos del olvido?

Designada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora