XXXIV. EL INICIO DEL FIN.

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Jimin se despierta llorando.

Era domingo por la mañana y acababa de tener la misma pesadilla que la madrugada del viernes. Pero aun así, recordarla le resultaba difícil. Había una casa, eso era seguro, y estaba en llamas. Las ventanas ardían por afuera también, sin embargo, lo demás estaba en blanco...y eso comenzaba a preocuparle. Tenía un mal presentimiento que no le gustaba para nada, y lo llevó a llamarlo a las cinco y cuarto de la madrugada. Había estado evitando tocar el celular en el fin de semana por algo que Taehyung le había dicho: —Le haces las cosas demasiado fáciles, Jimin. Dale tiempo.

Creyó que su amigo tenía razón, pero eso no le bastaba para intentar saber cómo estaba Yoongi y al final de cuentas, terminó con el auricular pegado a la mejilla y las uñas siendo mordisqueadas, ansiosamente, una tras otra. El tiempo no era importante a oscuras, tampoco el hacerle las cosas demasiado fáciles al chico que le causaba esas sensaciones a tales horas...

¿Tenía esa pesadilla algo con ver con Yoongi? Jimin rezaba que no. 

El celular marcaba tono, y eso era muy buena señal; estaba prendido y la voz de la Señora del buzón no marcaba presencia alguna, como la vez anterior. Significaba mucho pero a la vez nada. Podía dar por hecho que Yoongi había puesto a cargar el celular pero no que él estuviese despierto. O dormido...O quizás...

—¿Hola?—murmuró alguien.

Jimin sintió al corazón detenerse. Y es que luego le resultaría algo extraño, porque cuando las chicas se enamoran dicen que el corazón les va a mil, y es lo que creía sentir cada vez que miraba a Jeon...pero lo que él estaba experimentando en ese momento, al escuchar la voz de un chico más en el auricular del teléfono de Yoongi era algo mucho peor que caer en las garras del amor. Sintió miedo. Enojo. Y algo mucho peor: Celos.

—¿Yo-o-ongi?—preguntó Jimin.

Claro que no era él, Jimin lo sabía, y aún así no lo acataba del todo. Tenía que ser él. Debía, porque si no lo era nada valía la pena.

—Oh, Dios, ¿qué celular tomé?—susurró Jungkook, adormilado. 

Estaba durmiendo profundamente a las cinco y dieciséis de la madrugada. En sus pensamientos vagos, la idea de decir número equivocado y seguir con lo que hacía brotó, pero el identificador de llamadas de Yoongi mostraba a Enano de Jardín y pensó que ese chico no volvería a pegar el ojo hasta saber la forma en la que había obtenido tan personal objeto como un celular del chico.

—¿Cómo es que...?—murmuró Jimin.

—Puedo explicarlo—se oyó un bostezo—. ¿Jimin, verdad? 

—¿Lo encontraste de casualidad? El celular.

—Hmm... Sí bueno, en resumen. 

—Oh Dios...—vociferó Jimin—. No puede ser...

Un accidente era todo lo que Jimin podía pensar. ¿Y si se encontraba moribundo por algún lugar de Seúl? No podía ni pensarlo.

En la línea, el silencio reinó por unos segundos. Jungkook tenía un ojo cerrado, suplicándole que volviera a dormir, mientras que el otro estaba completamente despierto y con toda la atención en el chico del otro lado.
Ahora comenzaba a dudar si es que Jimin seguía allí o había caído en un sueño profundo.

—¿Jimin?

—Sigo aquí.

—Mira...—Jungkook se sentó sobre el colchón—. Le he dicho que mañana fuera a la escuela.

LA LOCURA DE MIN YOONGIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora