XXIX. RESACA.

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Yoongi abrió los ojos a las siete de la mañana. 

Su cuerpo estaba envuelto en una suave tela acolchada y sentía el cuerpo tibio, como si no hubiera tenido una pesadilla de la que creyó jamás poder escapar.  Ya no podía ver a su madre frente a él, de eso estaba seguro. 

Titubeando, se incorporó sobre el aparente colchón que sintió bajo los glúteos y se rascó el ojo izquierdo.

¿Dónde se había metido Yoongi la noche anterior?

¿Recordaba haber entrado en una tienda cualquiera y comprar las latas de aerosol? Sí, lo hacía. También, luego de haber caminado sin rumbo hasta dar con un parque, haberse sentado en una banca y destapar una de las petacas de alcohol de su madre. «Esa maldita perra», pensó y no tardó mucho en cortar la distancia entre sus labios y la boca de la pequeña botella de acero. Ese tragó que recorrió su garganta ardió incesantemente. En parte por las maldiciones que dedicó a su madre y por la otra se encontraba el repugnante sabor del alcohol que terminaba manifestándose por su estómago, haciéndolo sentir cada vez peor consigo mismo y querer terminar con esa pesadilla tan irreal. 

Copos de nieve se asomaron por el triste cielo nocturno y Yoongi supo que debía poner el plan en marcha. Se puso de pie, pero no sin resbalarse con la nieve y caer de culo, sintiendo la mitad de su trasero en la gruesa capa. Rió por su mala suerte y visibilizó un puente. Un viejo puente hecho de ladrillos que rodeaba el lago en forma de arco que podría salvarlo de morir enterrado en la nieve y muriendo de frío. 

Yoongi tomó su morral y se resguardó debajo del sucio y húmedo lugar. La nieve ya hacía acto de presencia allí abajo, la sentía entrar por sus desgastados converse. Aun si quería morir...no quería sufrir el congelamiento en carne propia. Era un cobarde y mantenía el temor a la muerte en él, como cualquier otra persona. 

Yoongi meneó la cabeza. Debía ser valiente y dejar el papel de ebrio asustado para alguien más. Abrió el cierre de su morral y metió la mano en busca de las latas de aerosol. Las encontró, pero también algo más. Allí, en recostados en horizontal, se mantenían sus cuadernos. Los cuadernos que Yoongi usaba todos días en su instituto. En el instituto donde veía a Jimin. 

De cuclillas en la nieve, Yoongi cubrió su cara con las manos. No iba a llorar. Por nada del maldito mundo lo iba a hacer. No iba a derramar ni una sola lágrima porque jamás volvería a verlo. Porque jamás volvería a ver a Jimin. No podía dolerle en absoluto. 

No debía dejar que la ausencia eterna de su risueña sonrisa le afectara. Tampoco sus malos insultos ni sus despreocupadas miradas. 

Jimin estaría mejor sin él. Yoongi le estaba haciendo un favor. ¡A todo el mundo, maldita sea, no debería estar sintiéndose tan mal!

Sin embargo, lo hacía. Porque estaba completamente enamorado de Jimin y Yoongi jamás volvería a verlo. 

Debió haber aprovechado cada situación. Los momentos en la biblioteca, los encuentros en los pasillos, cuando sólo estaban ellos dos...para decirle lo mucho que anhelaba que sus labios hiciesen contactos y se dijeran «te quiero» el uno al otro, mientras se embarraban de esa famosa fragancia llamada amor por muchos y error por otros.

—Joder...

Tomó una lata y presionó la válvula frente a la pared de material que yacía debajo de las penumbras del puente. Nada. No salía ni la más mínima gota de pintura por el orificio.

¡Lo habían estafado! Debía ir a reclamar a esa tienda de segunda mano, que se la pagasen o le dieran una nueva, a él que le importaba. Pero el frío aumentaba y recordar al tipo corpulento que lo atendió no lo ayudaba a motivarse. ¿Cuántos puñetazos por minuto podría ese hombre estancar en la cara de Yoongi? No quería ni imaginárselo.

LA LOCURA DE MIN YOONGIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora