Capítulo 39

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Mantener su mente ocupada en el trabajo era la mejor terapia para dejar de pensar en los errores que se puedan llegar a cometer cuando te crees que lo sabes todo y en realidad es sólo el principio de un largo camino.

Había sido la primera vez que se había enamorado, la primera vez que supo lo que era sentirse amada en los brazos de un hombre y cuando por fin creyó que su deseo se había concedido. Todo fue un espejismo en el cual ella cayó en picado. Había creído que Nick cambiaría su malos hábitos y sería más responsable. Incluso había hecho cualquier cosa por ayudarle. Al parecer sus esfuerzos no han sido recompensados como Lorena esperaba.

—Lorena, estás aquí llevo todo el día buscándote, tú padre ha preguntado por ti.

—Gracias Nadine, tan sólo quería pensar y estar sola.

—¿Te ocurre algo?

—Es referente a Nick. Me equivoqué Nadine en pensar que podía mantener una relación seria con el. Maldita sea Nadine, me siento como una estúpida y no sé porqué me entregué a él. Le di todo de mí con la única esperanza que fuera más sensato y cambiara esos malos hábitos. ¿Acaso le pedía mucho?—Su falta de experiencia le hizo de ser tan confiada y eso le causaba demasiado dolor. Tanto que sus gotas rozaban sus mejillas escondiendo su rostro en el hombro de Nadine.

—Lorena no llores por favor. Todas las mujeres hemos sufrido algún desamor en nuestra vida. Si no comentemos errores no aprendemos. Lo importante, es que estés segura de tus sentimientos.

—Estoy  segura, tanto como herida. No quiero volver a verlo. Ni que me toque. Aún tengo grabada su manera de mirarme tan fría, la forma de agarrarme y sacarme arrastras de su casa. No, Nadine. No quiero volver a verlo.

Nadine volvió acogerla entre su pecho hablándole para que su tristeza desapareciera.

Nuevamente tras haberse desahogado con Nadine Lorena se fue para urgencias, tenía un aviso sobre un accidente automovilístico.

Otro día más, otra plegaria más que añadir a tantas como lleva pidiendo a lo largo de los años. Mientras que Irene estaba dormida tras haberse sometido a varias pruebas y al parecer los resultados nos han salido demasiados buenos. Irene podría tener sus días contados si no ocurre un milagro.

Desolado, abatido y con sus fuerzas al límite, Aurelio acarició la frente de su hija aguantando sus lágrimas. Tomó asiento contemplándola percibiendo como su pecho se cierra debido a la incertidumbre de pensar que su hija podría irse para siempre.
Dejando caer su cabeza mirando hacia el suelo Aurelio empezó a llorar, ya no podía resistir ver tumbada a su hija y él verse incapacidad de no poder salvarla. Lloró en silencio sin soltar la mano de Irene rezando para que ocurra un milagro.

En urgencias, un equipo de médicos y enfermeras estaban trabajando a contra reloj para poder salvar la vida de un niño de diez años y la de su padre.
Inmediatamente el niño fue operado.
Fuera, en la sala de espera una mujer con heridas leves lloraba de preocupación esperando que tanto su hijo cómo su marido se salvaran.
Los médicos hacían todo lo posible por estabilizar a los pacientes. Tan solo el padre logró seguir con vida. El niño no tuvo la misma suerte, a pesar de utilizar los mejores métodos, nada se pudo por salvar la vida del pequeño.

Entristecida al mismo tiempo encolerizada, Lorena salió del quirófano maldiciendo por ser testigo de la muerte de un niño.
Detrás suyo salió su padre intentando hablarle con suavidad para que pudiera entender que este tipo de casos forman parte de su profesión.

—Me niego papá. No puedo...es superior a mí ver como un niño muere. No puedo...

—Lorena hija, déjame que te seque tus lágrimas. Cálmate hija, ahora estás mal porque es la primera vez que te pasa. Entiendo que no es agradable, pero debo decirte que esto forma parte de nuestro trabajo. Somos médicos, intentamos curar a las personas pero al final nuestras vidas están en manos del señor.

—Papá.—Lorena apoyó su cabeza en el pecho de su padre dejándose vencer por lo que había tenido que presenciar. Se sentía tan insuficiente de no haber podido hacer más.
Más tarde, se fue ha darle la noticia a su madre.

En los juzgados, Marta se encontraba algo nerviosa pensando si el juez le daría la custodia de Mariela o no. Junto a ella se encontraba Mariola agarrándole de su mano haciéndole comprender que todo saldrá bien.

Una vez dentro de la sala, Marta y Mariola saludaron al abogado. Minutos después el juicio dio comienzo. Cómo era de esperar Antonella fue acusada de maltrato. Inmediatamente fue arrestada y llevada a prisión, donde le esperan muchos años para su libertad.

El primer punto del juicio iba favorable. Pero aún así, quedaba la custodia de la menor. Con una sonrisa de oreja a oreja Nick abrazó a su hermana diciéndole muy despacio que ya todo había acabado. Con lo que no se esperaba, era que había otra persona interesada en adoptar a Mariela.

Al ver de quién se trataba, Nick le lanzó una mirada asesina a Marta sacudiendo su cabeza ambos lados sorprendido por la noticia.

Horas después, la jueza dictó  veredicto a favor de Marta.
Nick tenía algunos antecedentes y si a eso le sumas la vida de libertinaje que llevaba. Todo se había puesto en su contra. Ahora sólo quedaba esperar unos días para hacer el trámite de los papeles y por fin Mariela tendría el hogar que siempre quiso, a pesar de estar triste por tener que separarse de su hermano.

Fuera en la calle, Nick buscó a Marta. Sin dudarlo ni un momento se plantó ante ella con su semblante serio. Muy despacio, aparentando su mandíbula agarró del antebrazo a Marta pronunciando las palabras con mucha rabia.

—¿Quien te crees que eres para quitarme a mi hermana? Te crees que por tener dinero puedes comprar a las personas. Te equivocas, esto no se va quedar así.

—Ahorra tus energías y haber sido mejor hermano.  Ahora no vengas a dártelas de angelito. Quiero a Mariela y dentro de poco seré su madre.

—Eso habrá que verlo.—De la misma impotencia que sentía dio un empujón a Marta haciendo que está tocara con su espalda la carrocería de un coche.

Mariola, Eloísa y Esme  al ver lo que estaba pasando salieron corriendo para auxiliar a Marta.

—Qué haces imbécil.—Dijo enojada encarándole Mariola Seguido se plantó ante el Eloísa y Esme. Las tres mujeres empezaron a gritarle por todo lo que le había hecho a Lorena y Marta.
Nick, intentando defenderse, llegó hasta  ofender a Lorena. En respuesta a su comentario, Esme le atizó con el bolso repetidas veces hasta que llegó un policía y tuvo que intervenir.

Después del incidente con Nick, Eloísa llamó a su hermana para contarle, pero no pudo dar con ella. Al parecer ese día tenían mucho trabajo. Por lo cual decidieron contárselo todo cuando llegase a casa. Mientras tanto ellas irían a comer para celebrar que Mariela será pronto un nuevo miembro más en la familia.

La noche estaba por caer y como otro día más, Aurelio  debía despedirse de su hija con su corazón en un puño. Tan solo pensar que cada día que pasara no la volvería a ver, su estado de ánimo se encogía cada más por la tristeza.

Agarró una bocanada de aire antes de cerrar la puerta de la habitación mirando a su hija pidiéndole a Dios que ocurra un milagro.

Abatido, queriendo poder desahogarse con alguien, Aurelio preguntó a una enfermera por Lorena. Ésta le dijo que se encontraba en quirófano. Entendiendo la situación, éste continuó su camino.
Mientras esperaba el ascensor, Aurelio escuchó que lo llamaban. Pensando que podría tratarse de Lorena, esbozó una sonrisa. Nada más ver a la mujer que tenía ante él, su alegría se esfumó. Su cuerpo no tardó en tensarse, sus ojos grises se volvieron más oscuros, de la misma cólera que empezaba a sentir.

—Vaya Aurelio, hasta que por fin doy contigo, he estado buscándote por todos sitios. Te preguntarás que  hago aquí—Aquella mujer, era nada más y nada menos que Mariluz, la madre de Irene.
¿Pero qué hacía ella en el hospital, y para que había ido a buscarlo?

CONCÉDEME EL DESEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora