Capítulo 36

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Tres días después, Mariola fue dada de alta y junto a su bebé y Emilio marcharon hacia la finca.
Las cosas entre Mariola y Emilio ya se habían suavizado y con la llegada de su hijo su amor era aún mayor. Los reproches quedaron atrás, Emilio había comprendido que uno solo no puede solucionar los problemas.

Aquella mañana había amanecido más brillante que nunca.
Todos en la finca preparan con entusiasmo y cariño la fiesta para el pequeño Miguel.

Durante la fiesta, todo era brindis, risas, alguna carantoña, miradas cómplices y besos de amor.
Algo retirada, miraba  con un punto de envidia Lorena a sus hermanas.
Analizaba con detenimiento como los ojos le brillaban de alegría y sonreían junto a sus parejas. Y ella estaba sola. A pesar de hablar con Nick, solo eran conversaciones, ella hubiera deseado que estuviera en ese momento juntos. La gira ya estaba por terminar y ella espera su regreso con impaciencia aunque dudando de Nick. La distancia no son buenas amigas para una pareja y como se suele decir; ojos que no ven... corazón que no siente.

Entre sus pensamientos, Eloísa se arrimó a ella preocupada.

—Ey hermanita, Te noto triste,¿Estás bien?

—Eh, sí claro.—Carraspeó Lorena dejando a un lado su tristeza, forzando una sonrisa intentando que su hermana no se percatase de lo que le ocurre.

—Lorena me he dado cuenta que no estás bien. Estoy segura que echas de menos a Nick.

Desviando su mirada hacia otro lado con sus mejillas sonrosadas, Lorena quería decirle a su  hermana que lo extrañaba demasiado. Pero por otro lado, prefirió callar y hacerle creer a su hermana que no le interesaba demasiado, tan solo son amigos con derecho.

Eloísa asintió con la cabeza mirando a su hermana sin creerse nada de lo que le decía.
La siguió con el pensamiento de poder hablar con ella. Sus esfuerzos fueron en vano. Lorena se había cerrado como una ostra y lo que menos deseaba era hablar de sus sentimientos acerca de Nick.

Dejándola por imposible, Eloísa le propuso ir a bailar para terminar la noche algo más contenta. Al parecer sí funcionó. Lorena acabó bailando con dos tragos de más.

Al día siguiente, como era de esperar Lorena tenía la boca pastosa, la cabeza le estallaba y no estaba durmiendo en su habitación. Si no en uno de los sofás del salón.

—Buenos días Lorena, has descansado bien.— le preguntó Miguel haciéndole entrega de un vaso de jugo de naranja y una pastilla.

—Madre mía, pero cuánto he dormido. — Con su cabeza martilleando le, su cabello echo una maraña y su rímel corrido, Lorena se sentó en el borde del sofá intentando disimular que estaba perfectamente.

—Pues habrás dormido un par de horas, aún es muy temprano. Anda tómate lo que te traído y ve a tu habitación y descansa.

Lorena tomó el vaso de jugo y se tomó la pastilla sin apartar sus ojos de Miguel. ¿En verdad Miguel se había vuelto más generoso?

—Esto... gracias Miguel por preocuparte por mí. Voy a darme una ducha y me gustaría montar a caballo.

—Buena elección, te espero y te llevo hasta las caballerizas, allí podrás elegir el caballo que quieras e iremos cabalgando por los viñedos.

—Echo. En diez minutos estoy lista.

Miguel no pudo aguantar más y se echó a reír a carcajadas. Sin duda en cada una de las trillizas tenía algo de su madre, lo que hacía que se sintiera aún peor por haber intentado años atrás deshacerse de ellas.

A pesar del mal cuerpo que tenía y la flojera que sentía, Lorena quería acompañar a su abuelo y de alguna manera conocerlo fuera de su mal genio.
En las caballerizas, Lorena eligió un poni blanco con manchas marrones.

CONCÉDEME EL DESEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora