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Fix no estuvo mucho tiempo entregado a sus reflexiones, porque la llegada del vapor fue anunciada por agudos silbidos.

Pronto se advirtió el gigantesco casco de este buque que pasaba entre las márgenes del canal, y daban las once cuando vino a atracar en rada.

Eran los pasajeros bastante numerosos a boro. Algunos se quedaron en el entrepuente contemplando el pintoresco panorama de la ciudad, pero la mayor parte desembarcaron en las lanchas que se habían arrimado al Mongolia. 

Fix examinaba escrupulosamente a todos los que desembarcaban.

En aquel momento se le acercó uno de ellos . Le preguntó con mucha cortesía si podía indicarle el despacho del agente consular inglés. Y al mismo tiempo, este pasajero presentaba un pasaporte, en el que deseaba que constase el visado británico.

Fix tomó instintivamente el pasaporte , y con rápida mirada lo leyó, escapándose cierto movimiento involuntario. El papel tembló en sus manos. Las señas que constaban en el pasaporte eran idénticas a las que había recibido del director de la Policía británica.

-Este pasaporte no e de usted- dijo Fix al pasajero.

-No-respondió éste-, es el pasaporte de mi amo.

-¿Y tu amo?

-Se ha quedado a bordo.

-Pero-repuso el agente- es necesario que se presente en persona en el despacho del consulado a fin de identificarlo.

-¿Y eso es necesario?

-Indispensablemente.

-¿Y dónde está la oficina?

-Allí en la esquina de la plaza-respondió el inspector indicando una casa que distaba a unos doscientos pasos.

-Entonces, voy a buscar a a mi amo.

El inspector volvió al muelle y se dirigió con celeridad al despacho del cónsul; en seguida, por petición suya urgente, fue introducido a la presencia de dicho funcionario.

-Señor cónsul-le dijo sin mas preámbulo-, tengo poderosas presunciones para creer que nuestro hombre ha tomado pasaje a bordo del Mongolia. 

Y Fix refirió lo que había pasado entre el criado y él con motivo del pasaporte. Señor cónsul, será necesario que yo detenga aquí a ese hombre hasta haber recibido en Londres un mandato de prisión.

-¡Ah! Eso es cuenta de usted, señor Fix- respondió el cónsul-; pero yo no puedo...

El cónsul no termino su frase. En aquel momento llamaban a la puerta de su gabinete, y el ordenanza de la oficina introducía a dos extranjero, uno de los cuales era precisamente el criado que había conversado con el agente de policía.

Eran efectivamente Amo y criado. El primero sacó el pasaporte rogando lacónicamente al cónsul que se sirviera visarlo. Tomó éste el documento y lo leyó atentamente, mientras que Fix, en un rincón del gabinete, observaba o más bien devoraba al extranjero con sus ojos.

Cuando el cónsul terminó su lectura, dijo:

-¿Es usted Phileas Fogg, esquire?

-Sí señor- respondió el gentleman.

-¿Y ese hombre es su criado?

-Sí. Un francés llamado Picaporte.

-¿Vienen de Londres?

-Sí.

-¿Y a dónde van?

-A Bombay.

-Bien. Ya sabe que la formalidad del visado no es necesaria, y que ya no exigimos la presentación del pasaporte.

-Ya lo sé, señor- respondió Phileas Fogg-, pero deseo que conste mi paso por Suez.

-Como guste.

Y el cónsul, después de haber firmado y fechado el pasaporte, lo selló. Mister Fogg pagó los derechos; y después de haber saludado con frialdad, salió seguido de su criado.

-¿Y bien?- preguntó el inspector.

-Y bien,-respondió el cónsul-, tiene trazas de un perfecto hombre de bien.

-Posible-respondió Fix-, pero no se trata de esto. ¿No le parece, señor cónsul, que ese flemático caballero se parece rasgo por rasgo al ladrón cuyas señas tengo?

La vuelta al mundo en 80 diasDär berättelser lever. Upptäck nu