Capítulo 1: Hasta Intentarlo

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"Hay oxígeno en todos lados. El oxígeno lo oxida todo. Sin oxígeno... No hay vida" Esto leía Rigel Aulerx de su cuaderno de apuntes, saliendo con paso un tanto apresurado del Liceo, caminando hasta su habitación en El Fortín, cerca del ala noroeste del Recinto, la máxima casa de enseñanza y entrenamiento del mundo. La ansiedad no se reflejaba en su rostro, pero aquel que conociese el Lenguaje de las Ventanas podía leer, con la facilidad de respirar, que su corazón estaba al borde de colapsar, su mente se encontraba cerca del delirio, y su cuerpo más próximo al Otro Lado que al propio mundo, pero claro, ningún ziderano lo sabía hablar, mucho menos con su actitud, tan fría como aquel lugar en que se hallaban, tan pasiva como el mar cuando te atrapa, y tan violenta como este cuando se agita en las tormentas de las cuales se sacan las más grandes historias.

Había pasado un trimestre y media secuencia desde su ingreso al Recinto, lo que equivaldría a 90 puestas de sol, con 5 más, desde su llegada a aquel lugar secreto, cerca de las localidades más inhóspitas y desconocidas de Siberia. Era, posiblemente, el mejor alumno en cualquier clase en la que participase, por encima de los demás, igualando a los rangos superiores, e incluso superándolos; arrogancia y desdén, incluidos. Quizás, fuere esta la razón de que Rigel, a pesar de haber pasado allí ya la cuarta parte de un año, no se sintiera diferente desde la partida de su hogar natal, con tan solo el odio en su mirada y un libro de Lógica y Atemporalidad Básica que iba dirigido a un tal Maestro Klaüde del Gremio del noséqué en un tal Recinto; venga a saber uno cómo hubo de parar allí.

¿Y cómo no sentirse así? Sus compañeros, a excepción de Vans y Meiss, lo detestaban, le temían (cosa que le hacía sonreír por las madrugadas mientras tocaba alguna pieza en la azotea del Fortín) o lo admiraban hipócritamente, vanagloriándose de que casi le habían vencido si no fuere por tal o cual razón, en esa o aquella clase, física o teórica, daba igual. Sentían envidia mezclada, como si fuera a hacerse el mejor de los pasteles de emociones oscuras del mundo, con odio, tristeza y un claro sentimiento de resentimiento, por su extraño y singular progreso en aquel lugar. La mayoría llevaba cerca de 8 trimestres estudiando ardua y exhaustamente, sino es que es más, sin lograr lo que él había logrado, incluso los profesores y Maestros quedaban impactados por los resultados que obtenía en las TesBi (Pruebas de regulación) durante su estadía en El Liceo, hogar de estudio de los zider, en las cuales, por alguna razón desconocida, siempre obtenía un 100 de 100, sin errores, sin marcas; eso era, sin exagerar en lo más mínimo, convertirse en esa bacteria, en ese 0.1% restante de bacteria que queda siempre en el aire luego de una extensiva limpieza, quizás por eso querían erradicarlo.

Lo querían fuera del Recinto, no solo los demás alumnos zideranos, sino inclusive sus profesores, y ni hablar de los superiores de estos, los míticos Maestros, debido a que lo consideraban como "una amenaza en proporciones indefinidas", tanto para los que estudiaban allí, como para lo que se trataba de enseñar; y eso que tan solo habían llegado esos rumores de pasillos, esas granadas de información que suele tirar un terrorista como si nada y cuando hace efecto desaparece sin dejar rastro, tal como la rata arrastrada de alcantarilla que ha logrado robar quién sabe qué y se esconde para que no le cachen. Sin embargo, no podían echarlo, por alguna singular y atrevida razón, Rigel estaba destinado a estar allí, a triunfar y seguir, a convertirse en el mejor de los Maestros del Recinto; solo que no lo sabía, ni tampoco entendería el porqué, no hasta pasar por las manos de Los 3: Pero primero, habría de pasar por muchos más.

Ahora bien, hablar de "El Consejo", formado no solo por los míticos Maestros, sino por aquellos que fueron escogidos para ser los cabecillas de los 7 Gremios Principales del Recinto, los seres más sabios y extraordinarios del mundo, y no contarles que su favoritismo por Rigel no era del bueno precisamente, sería obviar algo más que el hecho de que tampoco lo quería mucho, sería obviar el clavo más importante en la construcción de esta gran vivienda, sería casi como olvidar decir que, a pesar de todo, ellos mismos reconocían que su talento desbordaba, que tenía ese toque necesario para luchar, para que siguiera existiendo la vida en este planeta, es decir, reconocían el peligro sin tan siquiera conocerlo bien; eso, forjarlo, usarlo, llegar más allá del límite comprendido, esas eran las cosas que lo convertían desde hacía mucho tiempo, antes que nadie más lo supiera, en el primero de los escalones de una nueva era, en el apadrinado de Klaüde Callagher, en el ziderano del OtroLado. 

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